Marsella despertó ayer del infierno que ha vivido en los últimos tres días, en los que el Puerto Viejo se convirtió en una zona de guerra entre aficionados especialmente ingleses y rusos que deja un saldo de medio centenar de heridos, uno de ellos gravísimo, ocho detenidos -dos rusos, dos ingleses, dos franceses, un alemán y un austríaco- y dos preguntas aún sin resolver: ¿se pudo evitar? y, sobre todo, ¿puede volver a ocurrir?

Las autoridades francesas defienden que el dispositivo de seguridad fue el adecuado. "La eficacia del dispositivo se demuestra porque no hubo incendios ni pillaje en los establecimientos", aseguró el prefecto de la policía marsellesa, Laurent Núñez.

Pero la sensación es que, pese a que era algo previsible, no se hizo todo lo que se pudo. No se prohibió la venta de alcohol -desde ayer quedó prohibida en todas las ciudades que acojan partidos la víspera y el día de su celebración-y los hooligans siguieron siempre la misma rutina: comenzar a beber desde por la mañana, provocar con sus cánticos y pelear por la tarde.

Tampoco se controló a los grupos de radicales rusos, que llegaron a Marsella con una idea clara. Su violencia no tiene que ver con el alcohol. Fueron grupos organizados, a modo de comandos, con botas militares y la cara cubierta en muchos casos, que pasearon su indolencia por las calles del casco antiguo en busca de pelea. Los carniceros del Lokomotiv, los gladiadores del Spartak o los luchadores del Torpedo, grupos radicales nacionalistas que querían demostrar quién manda entre los ultras.

Todos pierden después de tres días de caos. La UEFA, porque ha visto empañado su torneo nada más empezar. El gobierno francés, que en pleno estado de emergencia por la amenaza terrorista no ha sido capaz de controlar a los hinchas. El británico, porque de nuevo exporta lo peor de sus aficionados, cuando creía casi desterrado el hooliganismo. Y el ruso, que a dos años de su Mundial, no parece preocupado en tomar medidas contra los más violentos.

Pero, sobre todo, pierden los aficionados. Las familias que se desplazaron para animar a su selección y estuvieron más pendientes de la seguridad de los suyos que del fútbol.

No habrá más partidos en Marsella hasta el sábado 18, un Islandia-Hungría que no debería crear problemas. Pero en el horizonte ya se vislumbra otro encuentro de alto riesgo, el Ucrania-Polonia del día 21, y el futuro podría deparar la repetición del Inglaterra-Rusia el 7 de julio, en semifinales. Marsella teme entonces volver a vivir las imágenes de los últimos días y que el infierno del Puerto Viejo vuela a ocupar los titulares de todo el mundo.