La pasión y no la razón como sustento del fútbol En la maravillosa película Jasón y los argonautas, Hera le espeta a Zeus, su marido, una de las sentencias más profundas de la historia de la teología: "Tú eres el dios de los hombres, pero no existirías sin su fe". Es lo que tiene la cultura popular, esa que une los textos de Apolonio de Rodas con las criaturas del mago Ray Harryhausen y las relaciones entre dioses y hombres con la lucha de los argonautas contra unos esqueletos, que es capaz de ofrecer sutileza y reflexión sin aburrir a las piedras. El fútbol también es cultura popular, así que podríamos decir a nuestros futbolistas favoritos que sí, que vale, que son como dioses en el terreno de juego como los gladiadores eran dioses en la arena, pero que no existirían sin la fe de los aficionados. No es la razón la que sostiene el tinglado futbolístico, sino la fe. Sin fe, Ronaldo y Messi no existirían. Los dioses no caben en un estadio vacío.

No hay nada más ateo que un estadio de fútbol sin aficionados que ocupen las gradas de forma proporcional a la categoría en la que juegue el equipo. Ya sé que la Liga es un negocio y que el fútbol muchas veces es la continuación de la ingeniería financiera por otros medios, pero si los mercaderes insisten en transformar este deporte en objeto de estudio de las escuelas de negocios, se cargarán esa fe que no sólo es capaz de mover montañas, sino que puede dar vida a los inmortales inquilinos del monte Olimpo, a las diagonales de Messi y a la emoción de ver al Sporting ocupando un puesto en Liga de Campeones por encima del Barça. Que el Sporting supere al Barça en la clasificación es una circunstancia provisional, claro, como el amor de los dioses por tal o cual héroe. Pero ver cómo la fe se desbordaba el pasado domingo por las afueras de El Molinón, después de la victoria del Sporting sobre el Leganés, hace que lo provisional parezca eterno. "Tu fe nunca decaiga", dice el himno del Sporting. Pues eso. El Olimpo griego estaba ocupado por dioses que dependían de la fe de los hombres, y el césped de El Molinón está lleno de tipos, cuyos nombres muchos aficionados ni siquiera pueden todavía corear, que dependen de la fe de una afición que sueña con que su equipo se clasifique para jugar la Liga de Campeones aunque la razón grite que eso no sólo no puede ser sino que es imposible, absurdo, ilógico y bobo. Seguro que las puntiagudas orejas de Mr. Spock no se habrían movido ni un milímetro el pasado domingo en la tribunona de El Molinón porque el frío análisis le llevaría a la conclusión de que tres puntos muy sufridos en la tercera jornada de Liga ante un recién ascendido son poca cosa. Bah. Qué sabrá Spock de fútbol, de estadios llenos de aficionados sobrados de fe y de futbolistas que se creen dioses (con razón) cuando marcan un gol.

No conozco ningún himno de un equipo de fútbol que haga una llamada a la razón de los aficionados. Sería raro que los seguidores del Sporting cantaran "Tu razón nunca decaiga", como si fueran colaboradores de la Enciclopedia francesa. Los futbolistas tampoco juegan con razones, sino con fe. Por ejemplo, ¿puede el Barça perder en Liga de Campeones con el Celtic de Glasgow en el estadio de los escoceses, después de haberles aplastado sin piedad el pasado martes en el Camp Nou? Míster Spock diría que no, pero cualquier buen aficionado al fútbol sabe que sí, y que seguro que en los primeros cinco minutos del partido parecerá que el Celtic es el Barça y el Barça es el Celtic. Antes de que el árbitro pite el inicio del partido Celtic-Barça, los aficionados escoceses convertirán a sus jugadores en dioses del Olimpo. El resultado final es otra cosa. Mañana el Sporting de Gijón juega en el Vicente Calderón con el Atlético de Madrid de Simeone, actual subcampeón de Europa. El resultado nos da igual. Lo importante es la fe que no se rompe con la derrotas. En todo caso, la mareona rojiblanca acudirá al Calderón con la misma actitud con la que Cameron Drake iba a la ceremonia de entrega de los Óscar de Holywood en la película In & Out a pesar de que no estaba de acuerdo con que los actores se vieran obligados a competir por un premio. ¿Por qué vas?, le preguntaron. Y Cameron respondió: "Por si gano". Pues eso.