Una de las carreras más curiosas y polémicas de la historia tuvo como protagonista a Wyndham Hallswelle, un joven escocés de formación militar, y que le llevó a convertirse en el campeón olímpico de 1908 en Londres en la distancia de los 400 metros. Nadie tuvo nunca una medalla más fácil porque Hallswelle compitió solo en la repetición de la final. Aquel fue uno de los grandes episodios de la competición atlética en la cita londinense que obligó a tomar medidas para unificar los reglamentos. Y también supuso el adiós a la gran competición del escocés.

Después de concluir sus estudios en la academia militar y participar en la Segunda Guerra de los Boer en Sudáfrica, Wyndham Halswelle siguió el consejo de varios amigos cercanos y decidió dedicarse temporalmente al atletismo aprovechando que el ejército no le necesitaba en ese momento con urgencia. Pensó que ya habría tiempo para desarrollar una larga carrera militar como la de su abuelo y desde muy joven había demostrado tener condiciones sobradas para triunfar en la velocidad y no quería quedarse sin probar fortuna en deporte que le seducía. Ya tenía más de veinte años y no podía perder demasiado tiempo.

No tardaron en llegar los grandes resultados. Aunque los 400 metros eran su gran especialidad, Hallswelle competía con solvencia en todas las distancias que iban de los 100 a los 800. La clásica versatilidad de los británicos. En 1905, con 23 años, consiguió su primer título de campeón de Escocia, y en los conocidos como Juegos Intercalados (un extraño invento de los atenienses en 1906 y que el COI jamás reconoció) logró una plata en los 400 metros y el bronce en los 800. Aunque no tuviesen validez, eran un gran aviso de que el británico llegaba en condiciones a la gran cita que tenía marcada en su agenda, los Juegos Olímpicos de 1908 que se disputarían en el estadio White City de Londres.

Hallswelle era el gran favorito para conseguir la victoria en la final de los 400 metros. Lo decían sus tiempos y el momento de forma con el que el escocés llegaba a la cita de Londres. Sus principales rivales procedían del otro lado del Atlántico. Los norteamericanos llegaban con un equipo ambicioso y repleto de gente de carácter. Las eliminatorias sirvieron para confirmar lo que decían casi todos los pronósticos. El británico se clasificó con el mejor tiempo de los participantes y junto a él consiguieron el pasaporte para la final tres atletas americanos: John Carpenter, William Robbins y John Taylor.

En aquel momento los 400 metros no se disputaban por calle libre como sucede en la actualidad, con lo que no se trataba solo de correr bien, sino de saber colocarse, utilizar con inteligencia los codos y moverse con destreza en el grupo.

La final fue uno de los grandes acontecimientos de la competición de atletismo de aquellos Juegos (aunque para la historia quede por encima de todo lo sucedido en el maratón con la descalificación de Dorando Pietri). La carrera de 400 metros fue una noticia de sucesos. Nada más comenzar y en la búsqueda de la mejor posición para correr, Robbins empujó a Hallswele que perdió el paso y se quedó algo rezagado con respecto a sus tres rivales. Pero su fuerza de voluntad no le falló en ese momento de máxima tensión. Comenzó a remontar y al entrar en la recta final, entre el delirio de los espectadores, iba directo a comerse a Carpenter, que se había destacado en cabeza tras un buen comienzo. El americano, al intuir que no tendría opciones de detener aquel tren en marcha metió el hombro en el momento en el que Hallswelle se puso a su lado y le envió fuera de la pista.

En ese momento uno de los jueces detuvo la carrera por considerar ilegal el movimiento de Carpenter. Hubo una hora de deliberación a causa de su acción. El problema estaba en el reglamento. En Europa no se permitía ese tipo de contacto, pero en Estados Unidos sí se contemplaba esa posibilidad. La cuestión es que los Juegos Olímpicos, en ese caso, se regían por la normativa local. Tras una considerable discusión se impuso la opinión de los ingleses. La decisión fue descalificar a Carpenter y que la final se repitiese dos días después entre los tres corredores que quedaban en competición.

Aquello generó una reacción airada de la delegación estadounidense que protestó, pataleó, amenazó y finalmente tomó una decisión radical. Robbins y Taylor se solidarizaron con su compañero y renunciaron a participar en la repetición de la carrera dos días después. Trabajó la diplomacia en busca de una solución, se les insistió en que reconsiderasen su postura, pero no hubo manera. El día previsto de la carrera solo se presentó en la línea de salida Hallswele que trató de dar un buen espectáculo a los aficionados pese a la situación tan anómala a la que se enfrentó. Corrió él solo en 50 segundos para conquistar el oro y subió al podio a recoger la medalla sin nadie a sus costados. Un final descafeinado para la carrera que llevaba soñando desde que había comenzado a correr.

Aquello al menos sirvió para que cuatro años después la recién nacida IAAF tomase la decisión de unificar los reglamentos para evitar que se repitiesen situaciones como la final de 400 metros de los Juegos de 1908. Esa distancia, por ejemplo, pasó a correrse siempre por calles diferentes como la conocemos hoy en día y desaparecieron de ella encontronazos, codazos y cualquier clase de recurso que no fuese correr más rápido que los rivales.

Hallswelle dijo adiós al atletismo poco después de ese momento y se centró en su carrera militar. Por eso cuando el mundo se volvió loco en 1914, fue de los primeros en incorporarse al frente de Francia en la Primera Guerra Mundial. El 12 de marzo de 1915, mientras dirigía a sus hombres por el arroyo de Layes, fue alcanzado por la artillería alemana. Tenía heridas de metralla en las piernas y en los brazos, pero descartó ser evacuado y permaneció en Francia. Solo dos semanas después, un francotirador le alcanzó en la batalla de Neuve Chapelle cuando trataba de rescatar a un soldado de su batallón herido. De esta manera Hallswelle se unió a la larga lista de deportistas de élite que murieron en alguna de las dos guerras mundiales. Antes de morir dejó escrito un diario en el que relató las duras condiciones a las que se enfrentaban los soldados durante aquel conflicto y que se guardan, entre otras muchas cosas, en el Salón de la Fama del deporte escocés, del que es uno de sus grandes inquilinos.