El Madrid olió sangre, vio la oportunidad de devolver tantas afrentas recientes en el Santiago Bernabéu, y se lanzó al cuello del Barcelona desde el pitido inicial. Los sabían los jugadores y se lo pedía su afición, que ve una distancia astronómica entre su equipo y el rival. Pronto quedó claro que no se trataba de amarrar la Supercopa de España, sino de dejar un resultado para la historia de los clásicos. Poco importaba la ausencia de Cristiano Ronaldo, como demostró Zidane al dejar en el banquillo a Casemiro, Isco y Bale. Salieron otros con tanta calidad y, si cabe, más hambre que los teóricos titulares. Teóricos porque en este Madrid todos piden la palabra, hasta formar un equipo redondo, tan sólido como espectacular.

La vuelta empezó como acabó la ida, con un pepinazo de Marco Asensio que dejó clavado a Ter Stegen, contemplando como se colaba el balón. Pudo hacer más el alemán, pero eso no desmerece el desparpajo y la calidad del chaval, que pide a gritos la titularidad. Se la concedió Zidane y Asensio respondió como un grande, ejerciendo de Isco con el añadido de una pegada brutal. En vez de arrinconarse en la izquierda, Marco Asensio se movió por todo el frente de ataque, enlazando entre los centrocampistas y un Benzema tan enchufado como sus compañeros.

A las primeras d cambio, el ajuste táctico de Valverde quedó hecho añicos. La defensa de tres, ese recurso que a Luis Enrique le dio tantas alegrías como sustos, no se sostenía ante la presión adelantada y la maestría con el balón de los madridistas. De poco sirve llenar el equipo de centrocampistas si los elegidos no tienen un plan. Y, hoy por hoy, el Barça de Valverde es irreconocible. Todo depende de la entrada en juego de Messi y hasta para eso ha encontrado remedio Zidane. Volvió a encargar a Kovacic su vigilancia, pero no tan obsesiva como en el Camp Nou porque no tenía a Casemiro guardándole la espaldas.

Como Messi decidió dar un paso al frente, el Barça consiguió capear el temporal y llegar un par de veces a las proximidades de Keylor. Pero mientras los azulgranas provocaban chispazos, lo del Madrid era una corriente continua. Pudo hacer el segundo Lucas Vázquez, pero se encontró con el poste, y lo acabó consiguiendo Benzema como acostumbra el francés: con una clase superior. Fue otro gran gol y fue, sobre todo, el reflejo de la nítida superioridad madridista.

La segunda parte fue otra historia porque el Madrid no pudo o no quiso mantener la intensidad inicial. Por eso el Barça pudo equilibrar la posesión y llegar, ahora sí, con opciones de maquillar el desastre. Pero como si una nube negra se hubiera instalado en Can Barça, Messi y Luis Suárez estrellaron en la madera su frustración. También el Madrid pudo engordar el marcador, como le reclamaba su hinchada, pero Ter Stegen redujo daños con un par de intervenciones propias de su categoría. El partido, que empezó como un trueno, se fue diluyendo ante la evidente diferencia entre el Madrid, que está a otro nivel, y un Barça menguante.