Nueve meses separan la primera de la segunda imagen y las diferencias no hace falta ni buscarlas. La sonrisa de Bea Sanz (Valladolid, 1990) lo dice todo. 250 días después deja atrás la rotura del ligamento cruzado anterior con esguince del ligamento exterior de su rodilla izquierda que casi le hacen abandonar. "Lo llegué a pensar", confiesa, "no me veía capaz de empezar de cero por toda la paciencia, trabajo y constancia que implica". Pero se dio cuenta de que no podía vivir sin baloncesto y superado el bache inicial, regresa como el mejor fichaje de invierno y "con más fuerza que nunca" para ayudar desde ya en los entrenamientos y a partir de enero en los partidos a un Maristas que continúa invicto e inicia hoy en Torrelavega la segunda vuelta con paso firme hacia el ascenso a Liga 2.

La lesión sorprendió a la jugadora precisamente cuando el equipo coruñés afrontaba los momentos más decisivos del curso pasado. Fue en el partido en el que se jugaba ser campeón de su grupo de Primera ante el Ascensores Tresa. "Había metido dos triples y una canasta seguidos. Después fui al banquillo un rato y cuando volví a salir, la pívot norteamericana me llevó por delante cuando yo tenía la pierna derecha en el aire y la izquierda apoyada", recuerda. El golpe fue más duro porque nadie se imaginó que sería tan grave. "Pensábamos que volvería para el play off, que era en dos semanas". La resonancia frustró sus esperanzas. Adiós a lo que quedaba de temporada y al inicio de la siguiente.

En mayo, después de que sus compañeras se proclamaran campeonas de liga y del play off, pasó por quirófano. La semana siguiente era la fase de ascenso y recién operada, todavía con los puntos y la cédula en la pierna y con "unos dolores tremendos", se plantó en Logroño tras cinco horas de viaje para animar al Maristas. "Se retransmitieron online los partidos y no me dejaban de llegar mensajes de mi familia de que me estuviera quieta que me iba a hacer daño porque me veían saltar en el banquillo", se ríe. El equipo colegial se quedó a las puertas del ascenso, pero para ella lo más duro vino después. "Cuando todo el mundo descansa, tú tienes que trabajar el doble", asegura.

Su día a día incluía piscina, gimnasio, clases en la universidad, actividades en el colegio, entrenar a un equipo y otra vez al gimnasio. Dos o tres sesiones para volver más fuerte que nunca. "Solo me falta resistencia, las sensaciones del día y ver desde dentro los nuevos sistemas", dice. Porque la llegada de Rubén Vázquez Rubén Vázquez ha cambiado la forma de jugar del equipo. "Ambos teníamos una espina clavada porque él fue el que me fichó y yo creo que no estuve a la altura porque cuando llegué tenía 20 años y tardé en adaptarme", reconoce. Ya no es el caso. Maristas es su segunda familia y sus compañeras "unas máquinas" con las que está deseando volver a sonreír en la cancha.