El Atlético de Madrid irrumpió en la segunda posición de la clasificación nueve jornadas después, impulsado por un gol de Fernando Torres y un magnífico pase de Vrsaljko, decisivos los dos para romper un duelo gris que apuntaba entonces a decepción.

Era el minuto 74, cuando el lateral, con un centro que era medio gol desde la derecha, y el delantero, lanzándose al suelo a por el remate, conectaron para mover un empate a nada y sacar del apuro al Atlético, un equipo plano, atascado y cansino durante todo el choque, apagado por la colocación y la defensa del club vitoriano.

El Atlético nunca se sintió cómodo. Ni con el balón ni sin él. Ni en la salida ni en la proposición ofensiva, bloqueada contra el rigor en los espacios de su rival, ni en la pérdida de la posesión, cuando el Alavés tenía claro el plan: transición, velocidad, verticalidad y contraataque.

Cuando le funcionó todo eso, redujo al Atlético a una sucesión de pases intranscendentes, sin darle el sentido ni el destino concreto que requiere cada intento ofensivo, obstruido por la limitación de los huecos de su oponente y ralentizado por su propia imprecisión, un déficit que ha acusado ya en unas cuantas ocasiones este curso.

El partido, entre todos esos factores, transitó más de una hora alejado de lo que quería el equipo rojiblanco no sólo en el marcador, sino también en el juego, frenado en un par de oportunidades, porque otras dos que podrían haberlo sido, y más claras, concluyeron en nada entre el despiste de Gameiro.

Pero apareció Fernando Torres y marcó el 1-0; un gol de un valor incalculable en un partido tan anodino. El pase, perfecto, lo puso Sime Vrsaljko, el activo ofensivo que más problemas le había creado al Alavés en todo el partido.