Puede que fuese uno de los tiempos más oscuros del fútbol italiano. La década de los setenta, aquella en la que los equipos sometían a sus plantillas a la ingesta de productos cuyos efectos dañinos no se conocerían hasta años después. Un libro en el año 2003 escrito por dos periodistas recogió multitud de testimonios de quienes sufrieron aquel proceso. Pocos casos tuvieron la contundencia y el drama del de Nello Saltutti.

En La pelota envenenada, libro publicado en el año 2003 por dos periodistas italianos y que trataba del abuso que en los clubes italianos se había hecho de los productos dopantes en los años setenta y ochenta y las terribles consecuencias que tuvo en cantidad de futbolistas, hay pocos testimonios tan sinceros y contundentes como el de un modesto delantero llamado Nello Saltutti.

Este goleador nacido en un pequeño pueblo de la región de Perugia desarrolló una interesante carrera en clubes de primer nivel. Sin llegar nunca a alcanzar el cielo que se reserva a los dioses, Saltutti era un miembro de la clase media/alta del calcio. Un jugador que acreditó más de quinientos partidos repartidos entre la Serie A y B y cerca de doscientos goles a lo largo de su carrera y que entre otras cosas le ayudaron a conquistar dos títulos de Copa.

En la obra en cuestión y que recoge un número importante de testimonios de primera mano, Saltutti fue uno de los futbolistas que con mayor contundencia censuró los métodos utilizados en buena parte de los vestuarios italianos en los años más oscuros del calcio. Cuando habló con los autores del libro tenía cincuenta años, acababa de sufrir un ataque cardiaco que relacionaba directamente con su etapa de futbolista. Se cuidaba incluso más que cuando era futbolista. Ni bebía, ni fumaba y hacía ejercicio a diario para mantenerse siempre en el peso que le indicaban los médicos.

Quedaban atrás los tiempos en los que comenzó a jugar al fútbol en Luxemburgo. Allí había arrastrado su padre a la familia para escapar del hambre que a finales de los años cuarenta se extendía por la región. El patriarca había conseguido un trabajo en una mina en aquel país y no se lo pensó. Nello Saltutti, que pasó buena parte de su infancia en aquel país, no tardó en destacar en el equipo del pueblo en el que vivían y al que popularmente se conocía como la "Juventus de Luxemburgo". Pero un día un viejo entrenador de la zona se acercó a él y le dijo: "¿Qué estás haciendo aquí? Vuelve a Italia y trata de convertirte en un futbolista en serio". Aquella idea germinó en su cabeza y convenció a su padre para dar ese paso. Se fue a vivir a casa de su tío Aldo, que trabajaba de guardabosques y durante un año estuvo tratando de meter la cabeza en algún equipo. Su padre enviaba todos los meses 30.000 liras a su hermano para ayudar en el mantenimiento del joven Nello. El Prato y la Fiorentina, los primeros equipos en los que probó fortuna, le descartaron. Semanas después un ojeador del Milan le llamó a una prueba en la que participaban docenas de chavales llegados de diferentes territorios. Se les separó en grupos y Nils Liedholm, el técnico del primer equipo, pasó por allí. Vio algo en él y desde ese momento la transición por Milanello la realizó de un modo fugaz.

A los pocos meses con poco más de dieciocho años, se estrenó con la camiseta rossonera en San Siro con un gol. Cometió entonces un error de juventud. Acudió esa misma noche a la Domenica Sportiva, el programa de la RAI en el que se analizaba la jornada, y cuando le preguntaron por su olfato goleador dijo aquello de "estoy acostumbrado a eso". A la mañana siguiente, Arturo Silvestri, que había tomado el testigo de Liedholm, le estaba esperando en al ciudad deportiva para tirarle de las orejas y comunicarle que no iba a volver a jugar más en el primer equipo. Y así fue. Solo disfrutó de una aparición más en una temporada que acabó con la cesión al Lecco de la Serie B en 1967.

Pero en Milán Saltutti descubrió otras cosas como la habitual ingesta de productos farmacéuticos a la que se veían obligados los futbolistas. Un proceso al que nadie concedía mucha importancia y que incluso afectaba a los integrantes del equipo primavera. Saltutti, como el resto, acataba sin rechistar aunque más tarde confesaría la extrañeza que le causó el cambio tan radical que se produjo en su cuerpo. Creció quince centímetros en poco menos de un año, algo que siempre relacionó con aquellas inyecciones y pastillas que tomaba casi a diario.

Luego vendría su larga estancia en el Foggia y la llamada de Liedholm para jugar en la Fiorentina, el equipo que en su momento le había rechazado. Tardó en cogerle el aire a la Serie A pero su entrenador aplicó con él un viejo método. Llevarlo a una bruja para que le quitase el mal de ojo. Y algún efecto tuvo porque de repente se puso a meter goles domingo tras domingo. Pero durante aquellos tres años a comienzos de los setenta en la Fiorentina y los tres siguientes que pasó en la Sampdoria, se multiplicó el uso del "termo de café" y de otros productos que ingerían los jugadores en el vestuario sin más explicaciones por parte de los técnicos que el clásico "son vitaminas, os harán sentiros mejor".

Contó Saltutti que nunca sintió el efecto del "termo de café" como en el descanso de un partido contra el Manchester United. La bebida, café solo en apariencia, produjo un efecto inmediato en los futbolistas que acabaron por pasar por encima de los británicos, especialmente Saltutti a quien la prensa inglesa calificó como "galgo italiano". Al día siguiente los jugadores tenían un dolor de cabeza insoportable que la mayoría relacionaba con el empacho de correr que se habían dado.

Años de fútbol, pero también de pastillas e inyecciones de Micoren, cuyo efecto dañino y su posterior prohibición se produjo cuando futbolistas como Saltutti habían pasado más de quince años inyectándoselo por orden de sus entrenadores, médicos o preparadores físicos. Desde su retirada del fútbol en 1982 hasta el año de la publicación del libro en 2003, Saltutti asistió al deterioro de muchos de quienes fueron sus compañeros en la Sampdoria y la Fiorentina especialmente. Y asistió a entierros. Demasiados. Ninguno tan doloroso como el de Bruno Beatrice, su íntimo amigo, con el que jugó en la Fiorentina y que murió de una leucemia que siempre relacionó con aquel consumo desatado de productos farmacológicos de sus años como futbolistas.

Saltutti sobrevivió a un ataque de corazón poco antes de la aparición del libro. "Otros amigos no tuvieron tanta suerte", dijo después de salir del quirófano en el que se le realizó un bypass. En La pelota envenenada explica como nadie lo que fue aquel tiempo, la sensación de haberse sentido como animales cuya salud a nadie importaba. "A veces me levanto por la noche y ya no puedo dormir. Entonces vengo al salón, me siento en este sofá y pienso durante horas acerca de muchas cosas, en Bruno y en el hecho de que no sé cómo va a terminar esta vida mía. Si hubiera sabido que iba a perder amigos y que casi muero yo también no creo que pudiera hacer las cosas de la misma manera. Y me pregunto si todavía vale la pena que un joven sacrifique toda su vida por semejante fútbol", aseguraba en uno de los extractos más impactantes de su testimonio.

Como si se tratase de una premonición, solo semanas después de pronunciar esas palabras y coincidiendo con la publicación del libro, el bravo exdelantero, entregado a una vida sana, sufrió con poco más de cincuenta años un segundo ataque al corazón al que ya no sobreviviría. Siempre quedará la duda de si fue el fútbol quien le mató, pero su nombre, como el de su amigo Bruno Beatrice, quedó para siempre unido a un tiempo negro del deporte italiano.