"Hasta siempre, amigo". Aprovechando unos instantes de silencio, mientras sus compañeros introducían el ataúd con los restos de Quini en el coche fúnebre, una voz retumbó en la noche fría y triste de El Molinón. Una vez más, la última en su presencia, El Brujo había conseguido poner de pie a miles de personas, doce mil según la mayoría de las estimaciones. Fue el colofón a un funeral que mezcló la tristeza por la pérdida con el orgullo de pertenencia. Porque a estas alturas Quini es un poco de todos, como se comprobó en su despedida en el que, incluso ya oficialmente, es su campo. Porque El Molinón, el Sporting, el fútbol, no serían lo mismo sin Quini.

Las emociones se concentraron en muy poco tiempo. Menos de 24 horas después de que el corazón de Quini se parase definitivamente, el sportinguismo desafió todos los imponderables para rendirle tributo. Aún así, entre los que pasaron por la capilla ardiente y los que fueron coloreando tres de las cuatro gradas de El Molinón, los cálculos elevan la cifra por encima de las treinta mil personas. Eran las ocho en punto de la tarde cuando el ataúd, a hombros de excompañeros a los que se unió Dani, ex del Athletic, pasó por última voz con Quini por el túnel de vestuarios.

En el altar improvisado en el centro del campo esperaba el padre Fueyo, ese cura que no ha sido excomulgado por decir que él siempre jura por Quini. "Y lo seguiré haciendo", recalcó tras la homilía que nunca quiso protagonizar. "Ni por lo más remoto me hubiera imaginado esto vamos a hacer ahora: despedir a Quini", arrancó el capellán.

Recordó Fueyo que estaban en un campo que desde ayer añade el nombre de Enrique Castro, Quini, al clásico El Molinón. "Decisión, por cierto, unánime", añadió el sacerdote para dar idea de esa rara unanimidad que provocaba El Brujo, también entre los políticos. Fueyo dio a todos, empezando por su familia, la bienvenida "al Templo, aunque hoy más que un templo es una catedral".

Fueyo reconoció el trabajo de aquellos que prepararon, "con prisas", el último adiós a Quini, y pidió unión a la gran familia sportinguista: "No perdáis la calma. Cuando el corazón está tan roto, hasta la voz se nos quiebra". El capellán del Sporting mantenía a duras penas la entereza para repasar las circunstancias que habían marcado la vida de Quini: "No nos lo acabamos de creer. Había superado la enfermedad, el secuestro, la cara rota, la muerte de su hermano Jesús. Y ahora, inesperadamente, se le rompe el corazón de lo grande que lo tenía".

"Quini amaba a todos, siempre con su sonrisa, con una palmada en la espalda a quien la necesitaba, últimamente con los niños enfermos de cáncer", señaló Fueyo, que resaltó la cantidad de "mensajes hermosos" que habían llegado desde que se conoció la muerte de El Brujo. "Ahora mismo es lo que podemos hacer por él, rezar", apuntó antes de hacer pública la anécdota que le llegó del Vaticano: "Un sacerdote informó al Papa de la muerte de un gran futbolista en España y el Santo Padre contestó: rezamos por él".

Las canciones del Coro Manín, de Lastres, dieron paso a las de Pipo Prendes, el amigo candasín que supo cantar al Brujo en vida y que antes del "Ahora, Quini, ahora" desgranó unas estrofas que silenciaron las gradas antes de la explosión final. "Te cantamos desde El Molinón, están rotos nuestros corazones", casi le susurraba Prendes, al lado del féretro armado de su guitarra y de la admiración que siempre le demostró.

Tras la multitudinaria comunión, oficiada por hasta cuatro sacerdotes, llegó la traca final, en la que se desbordaron las emociones. El grito de guerra, ese que tantas veces precedió al gol de Quini, se mezcló con un lema que nació del fondo sur y se extendió por el resto de las gradas: "No te olvidaré, no te olvidaré, jamás".

Sus compañeros, los Joaquín, Cundi, Jiménez, Morán, Claudio, Redondo y Ferrero, quisieron que los apenas cincuenta metros entre el altar y el coche fúnebre, en la esquina entre la Tribunona y el fondo del Piles, se tiñesen de una intensidad que desbordó las emociones. Sobre todo cuando, hasta tres veces, elevaron el ataúd hacia el cielo de Gijón. Y, por supuesto, cuando una vez dentro del coche fúnebre, cubierto con una bandera del Sporting, abandonó el campo dejando helados a miles de corazones.

Ya sin Quini de cuerpo presente, aún hubo dos ovaciones más: para las glorias del sportinguismo que ganaron el túnel de vestuarios con la cabeza baja, pero no derrotados; y para su familia, que no pudo más que corresponder a tanto cariño como el que han recibido en las últimas horas.