De todos los entrenadores que el fútbol británico haya podido conocer, seguramente pocos reúnen las peculiaridades del mayor Frank Buckley, un veterano soldado que después de la Primera Guerra Mundial se sentó en los banquillos de un puñado de equipos, sobre todo en el Wolverhampton Wanderers, en los que introdujo una serie de normas que le convirtieron en un lunático o en un visionario según el punto de vista que se utilice.

Frank Buckley no pasó de ser un futbolista modesto incapaz de encontrar una estabilidad en los casi veinte años que duró su carrera. Demasiados clubes, muchos saltos de una ciudad a otra. Pero toda la determinación que parecía faltarle con la pelota en los pies le sobraba en la vida. Tal vez por eso acabaría por convertirse en uno de los entrenadores más renombrados de la primera mitad del siglo XX en Inglaterra.

Todo comenzó en la Primera Guerra Mundial. Buckley, que estaba a punto de retirarse, fue el primer jugador que se alistó en el llamado "Batallón del Fútbol", el cuerpo en el que coincidieron varias decenas de integrantes de los principales clubes británicos de aquel momento. Buckley, que estaba en el ejército con 18 años cuando un ojeador del Aston Villa le reclutó para apartarle de la carrera militar por un tiempo, inició el conflicto como segundo teniente al frente de uno de los pelotones. Pero durante el conflicto fue subiendo su graduación. En la feroz batalla de Delville Wood a fines de julio de 1916, Buckley fue alcanzado por metralla y, con un hombro y pulmones perforados, no existía demasiada confianza en que fuese capaz de sobrevivir a aquellas heridas. George Pyke, delantero centro del Newcastle United , escribió en su diario: "Se han llevado al comandante Buckley pero parecía tan grave que dudo que haya sido capaz de llegar con vida al cuartel". Buckley se salvó y los cirujanos en un hospital militar en Kent retiraron la metralla. Sus pulmones estaban muy dañados, pero en enero de 1917 ya había regresado a Francia para ponerse de nuevo al frente de su pelotón. Pero semanas después, tras haber sido gaseado, decidieron mandarle a casa definitivamente porque sus pulmones no estaban en condiciones de someterse a aquella exposición una vez más.

Volvió a casa convertido en el Mayor Frank Buckley y así se le conocería en el mundo del fútbol. Nadie se dirigía a él por su nombre, su apellido o por el tradicional "entrenador". Como si aún estuviesen en el campo de batalla, siempre fue "Mayor" para todos los que le rodearon en los treinta y cinco años que estuvo al frente de equipos de fútbol. La guerra le había dejado también tocado en lo anímico. Vio morir a demasiados jóvenes, algunos de ellos sobresalientes futbolistas que vieron truncada su carrera en aquel conflicto tan absurdo como sangriento. Buckley fue uno de los muchos que hicieron un importante esfuerzo por levantar el deporte de la época. No tenía muy claro eso de convertirse en mánager (que es como los ingleses llaman tradicionalmente a los entrenadores con capacidad para extender sus decisiones mucho más allá del terreno de juego) y comenzó trabajando de comercial. Pero en un viaje en tren conoció a un responsable del Blackpool que le ofreció unirse a ellos y así comenzó su extraordinaria carrera en la gestión del fútbol, con trabajos en Wolves, Notts County, Hull City, Leeds United y Walsall.

En Blackpool puso en marcha una de las ideas que mejor funcionarían en los clubes a los que extendió su influencia. La búsqueda de talento joven gracias a redes de informadores fiables en diferentes lugares del país. Pero sus cambios fueron mucho más allá. Aún en buena forma, fue de los primeros entrenadores que se pusieron el chándal para unirse a los jugadores en las prácticas y trazó una serie de normas esenciales en relación a la preparación física, la alimentación y los hábitos de vida. Aquí es donde le salía el oficial que llevaba dentro. Fue evidente el intento de trasladar buena parte de la disciplina militar a los vestuarios de fútbol. A los jugadores se les prohibió fumar bajo la amenaza de expulsión del equipo, se les exigía no salir de casa los días antes de los partidos y con el tiempo impuso la norma de dormir todos juntos en un hotel la víspera de cualquier encuentro. Eso que con el tiempo se convitió en norma general, nació de la estricta mentalidad de Buckley.

Debido a esta colección de normas Buckley tenía claro que uno de sus grandes enemigos serían las esposas de los futbolistas y empezó a extender la idea de que solo quería jugadores solteros porque los casados acabarían por rebelarse contra él. Los futbolistas recibían por escrito lo que se esperaba de ellos y los clubes emitían comunicados en los que pedían a los aficionados y vecinos que delatasen a los jugadores en caso de comportamiento inapropiado.

Pero su influencia no quedó en ese régimen disciplinario casi asfixiante. Introdujo cambios en la preparación física, desarrolló el entrenamiento con pesas (inexistente hasta entonces) y echó mano de psicólogos cuando alguno de sus futbolistas pasaba por un mal momento. Así fue como por ejemplo en el Wolverhampton Wanderers evitó a retirada de Gordon Clayton, su delantero centro. Un extenso tratamiento con un especialista le ayudó a recuperar su puntería y convertirse en uno de los grandes goleadores de su tiempo. "El nombre de Wolverhampton Wanderers era una pesadilla para mí. Detestaba el lugar. No creo que me haya gustado o respetado una sola persona, con la excepción del mayor Buckley", escribiría en agradecimiento el delantero a la mujer de Buckley.

Más tarde llegaron los entrenamientos en los que hacía bailar a los futbolistas para mejorar su coordinación, la máquina que lanzaba balones a los futbolistas para que estos mejorasen el control o las extrañas inyecciones de glándula de mono que decía ayudaban al rendimiento de los jugadores. Con Buckley se iba de la idea genial a la extravagancia con una facilidad pasmosa.

Al margen de la organización interna de los equipos, también demostró sus dotes comerciales, aprendidas seguramente en los años posteriores a la guerra, y que aplicó a la economía de los equipos. Comprar barato y vender caro. Se obsesionó en mejorar las cuentas de resultados de los equipos por los que pasaba convencido de que la clave era encontrar al siguiente buen futbolista antes que los demás. Ese fue posiblemente su gran legado. Fue capaz de encontrar e impulsar a nombres que luego serían célebres como Stan Cullis, John Charles o Billy Wright. Le quedó pendiente conquistar algún título con el Wolverhampton Wanderers, el club en cuya dirección pasó diecisiete años. Pero la historia del equipo no deja de insistir en que todos los éxitos que vinieron en la década de los cincuenta no se habrían producido si Buckley no hubiese colocado unos cimientos firmes durante todo su tiempo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que con casi sesenta años trató de participar pero se lo denegaron, se fue alejando del fútbol. Vivió sus años en el Leeds y en el Walsall. Y ni un solo día, hasta que una insuficiencia cardiaca se lo llevó en 1964, dejaron de llamarle Mayor.