Hay pocas. ¿Por qué? Ni ellas mismas encuentran la respuesta. "En la definición de entrenador no pone que tenga que ser un hombre", dice Elena Roca, experta en el tema con una conferencia de éxito en la que profundiza en si importa el género para estar al frente de un equipo. La conclusión es clara. No. Aquí van ocho ejemplos, ocho historias de mujeres entrenadoras que van desde la absoluta normalidad en el ejercicio de su profesión hasta la discriminación abierta y sin tapujos. Valientes y luchadoras, muchas pioneras y emprendedoras, con ganas de romper las normas para luchar por sus sueños y, sobre todo, incansables trabajadoras. Ellas son Iria Romarís (baloncesto), Pili Costa (fútbol sala), Meri Suárez (taekwondo), Rosa García (patinaje), Elena Roca (rugby), Sara Fernández (waterpolo), Margot Garnelo (atletismo) y Luchi Leiro (natación).

La mayoría de ellas llegó a su puesto de una manera lógica. Habían practicado deporte y muchas optaron por la rama deportiva y estudiaron INEF, así que llegado el momento, incluso durante la carrera, dieron el paso que caía de cajón, el de ponerse a entrenar. La pregunta es por qué, si el proceso es tan normal, son de las pocas que se atreven a ello. "Podemos hacer todas las funciones de entrenador, desde el psicológico hasta el técnico, preparador físico? todas. Pero las mujeres se sienten juzgadas en todo momento. Por el entrenador rival, que piensa que cómo me va a ganar un equipo entrenado por una mujer, por el público, por los propios padres...", analiza Elena Roca, directora técnica del CRAT, entrenadora y exjugadora internacional. "Yo creo que muchas se sienten abrumadas ante el reto y es una cuestión de confianza personal que solo hay que trabajar", opina Meri Suárez, fundadora del club Dobok de taekwondo.

El factor discriminación también influye. Iria Romarís, asistente primero de Tito Díaz después de Gustavo Aranzana en el Leyma Coruña, se encontró con eso en su camino solitario hacia la elite: "Solo por el hecho de ser mujer se te cierran puertas antes de siquiera llegar a valorar tu capacidad, formación y experiencia". Romarís es la única mujer en la LEB Oro y solo ella y Anna Montañana, que hizo historia hace unas semanas por fichar por el Fuenlabrada de ACB, están en las dos primeras categorías del baloncesto nacional. Parece que siempre hay que demostrar más. "Tanto para llegar como para mantenerte", opina Pili Costa, entrenadora del Viaxes Amarelle. "Tienes que conseguir que alguien te dé una oportunidad y demuestras seguir demostrando que vales continuamente, aunque yo no me puedo quejar porque siempre he tenido mucha suerte", aclara.

"El machismo existe, sería negar una evidencia", continúa Costa. "En Segunda femenina de fútbol sala (categoría del Viaxes Amarelle) solo somos dos o tres entrenadoras", continúa. Un problema que se acentúa en el deporte más masculinizado que existe. "En el fútbol están peor. Las pocas que se animan a sacar el título saben que contratarán antes a un hombre con mucha menos titulación que a ellas", aporta Roca. "A veces creo que como las mujeres son conscientes de que van a tener tan pocas oportunidades, inteligentemente optan por otras salidas. Menos yo, que soy muy testaruda", bromea Pili Costa. Otras no lo ven tan claro y creen que la diferencia cuantitativa es simplemente porque el número de mujeres en el deporte es inferior y eso se extrapola a los cuerpos técnicos. "Nunca me he sentido discriminada ni creo que cause rechazo. Creo cuando las mujeres no están en algún sitio es porque no quieren", apunta Margot Garnelo, entrenadora del Riazor Coruña, aunque sí reconoce que existen prejuicios ("opiniones infundadas y sin fundamento") y recuerda un caso, en su juventud, que le dejó marcada: "Yo hacía atletismo, patinaje y rugby y en el instituto era la mejor en educación física. Pero el profesor me puso un seis. Cuando le fui a pedir explicaciones me dijo que una mujer nunca podía llevar un sobresaliente en educación física".

Pili Costa, entreadora del Amarelle; Rosa García, máxima autoridad del Maxia; Sara Fernández, entrenadora de waterpolo; Meri Suárez, directora y entrenadora de taekowndo; Iria Romarís, asistente en el Leyma Coruña.

En el mismo ambiente de normalidad se mueve Luchi Leiro, que está al frente del Club Natación Arteixo. "No creo que haya tenido que luchar más que lo que haya tenido que hacer un hombre para llegar a donde estoy", indica. Pero a veces la línea que separa el machismo de la igualdad es muy delgada. A Leiro le molestó un detalle cuando fichó por un equipo. "Me preguntaron si estaba segura porque el puesto implicaba muchos viajes y que eso no me permitiría cuidar de mi hija. No se lo hubiesen preguntado a un hombre", dice. "No es una cuestión de género, sino de pasión. He tenido hombres como ayudantes que no han aguantado y mujeres que sí como mi actual segunda, Sara González", añade. El alto rendimiento, en natación, es mundo casi exclusivo de hombres. En Galicia, además de Leiro, solo hay dos más. Las mujeres quedan encasilladas en el trabajo con la base. El Arteixo, en cambio, es un club muy femenino con presidenta, solo un hombre en la junta directiva, entrenadoras y también son las mujeres las que mejores resultados consiguen.

También empezó con la cantera Sara Fernández, que tras la marcha de Luis Lalinde se estrenó esta temporada como primera entrenadora, tanto del equipo masculino como del femenino, del Club Natación Coruña. Fue la primera en Galicia y su ejemplo ya ha servido para romper barreras. También ella tiene una segunda, Henar de Pablos. Y tampoco se encontró con demasiadas barreras. Con un matiz. "Percibo que los entrenadores rivales consiguen imponerse más que yo a los árbitros", desvela. Rosa García, por su parte, se ha movido siempre en un deporte, el patinaje sobre patines, considerado de niñas -"realmente las mujeres entrenadoras estamos mejor vistas, aunque los hombres no están ya igualando"-, pero ese fue precisamente un desventaja cuando puso en marcha el Maxia. "Empecé hace 30 años y no nos ayudaba nadie porque no nos valoraban. Éramos solo unas niñas patinando. Por ejemplo, frente al hockey... perdíamos claramente y seguimos perdiendo, aunque vamos mejorando", apunta.

Cuatro de ellas también son madres. "Y he entrenado a la vez. No podemos excusarnos en eso. Victimismo cero", cree Garnelo. "Es una barbaridad que se nos haga elegir entre ser madres y nuestra profesión. ¿Acaso no hay entrenadores que son padres?", se queja Roca. Pero en el caso de Meri Suárez fue clave para su historia. "Nadie puede obligarte a elegir", sentencia esta luchadora. Le tocó moverse en dos mundos muy masculinos, el del deporte y el de las empresas. "Lo pasé peor en el de las empresas, que conste", recuerda. Era directiva e hizo un parón cuando tuvo su tercera hija. "Cuando quise volver, era un despropósito de sueldos y horarios", denuncia. Así que se lanzó y fundó el Dobok, apostando por el taekwondo, que era la otra pasión de su vida. "No tenía ni idea de cómo iba a salir. Es un mundo muy masculino. Parece que en un deporte de contacto una mujer no tiene carácter para llevarlo. Sentí cierta hostilidad, pero me dio igual. Sé que mis alumnas se sienten muy reflejadas en mí, los padres se acostumbraron y las madres lo ven con muy buenos ojos", valora. Fue la primera en Galicia. Ahora ya hay otra en Lugo. Desde el conocimiento propone la educación desde los primeros años para cambiar el futuro: "En las clases no permito que los niños no se quieran poner con las niñas o peleen menos duro contra ellas, pero tampoco que las niñas intenten aprovecharse de su supuesta debilidad". Poco a poco las cosas van cambiando y el futuro es alentador. Sus hijas, de 11 y 21 años y que entrenan con ella, ya le han dicho lo que quieren ser de mayores. Como su mamá.