El pequeño de una familia de pastores nómadas de la región septentrional del Lorestán (Irán), Alireza Beiranvand tuvo que trabajar de pastor, pizzero o lavacoches, y huir de casa y dormir en la calle antes de conquistar la portería de la selección de Irán. Una odisea vital que ha forjado su carácter solidario y decidido, dos cualidades que combina con la agilidad y la extrema concentración, y que le han convertido en uno de los mejores guardametas de Asia.

Héroe en la victoria de su equipo sobre Marruecos, a la que contribuyó con dos meritorias intervenciones, ahora espera a España convencido de que conservará la imbatibilidad en su primer Mundial. "Para mí, el mayor reto son todos los sacrificios que he tenido que afrontar a lo largo de mi carrera. Hace años no tenía ni un lugar donde dormir, estaba lejos de mi familia y eso fue el mayor de los obstáculos", explica.

Beiranvand nació el 25 de septiembre de 1992 en un hospital de la pequeña ciudad de Sarabias en el seno de una de las típicas familias de pastores nómadas que aun se peregrinan con su ganado. Comenzó a trabajar con su padre y hermanos como pastor, actividad que combinaba con la pasión por la pelota. Con doce años empezó a jugar de delantero en un club de Lorestán. La lesión del portero de su equipo la que llevara por unos minutos a Beiranvand a enfundarse por primera vez los guantes, y narran las crónicas que fue una parada portentosa en aquel partido de infantiles la que le convencería de que su destino estaba escrito bajo el larguero.

Sin embargo, su padre tenía otros planes para él: quería que su hijo buscara "un trabajo de verdad" e incluso llegó a esconderle los guantes y las botas. Este conflicto condujo a Beiranvand a pedir prestado dinero a un amigo, subirse en un autobús y huir de casa en busca del sueño de ser futbolista en la capital. Allí se topó con Hossein Feiz, director de una escuela de fútbol teheraní que le ofreció la posibilidad de entrar el equipo a cambio de 200 riales. Beiranvand no tenía entonces ni para un colchón y los primeros días los pasó durmiendo en la calle. Pasados los días, decidió presentarse en las instalaciones del club de Feiz y pasó la noche a la intemperie en la puerta. Cuando se levantó se topó con dos sorpresas: la gente le había echado unas monedas como si fuera un mendigo. Así pudo desayunar.

Y Feiz comprendió su obstinación y valentía y le dejó entrar para que le mostrara sus habilidades. Superó la prueba y se quedó en el club. A los pocos días, un compañero le ofreció cobijo por dos semanas y otro comenzar a trabajar en el taller de costura de su padre, como recadero. Comenzó a encadenar trabajos precarios.

A partir de entonces, Beinvarand encadenó otros oficios precarios que combinó con sus primeros éxitos deportivos. Fue lavacoches, pizzero, barrendero... Ahora, capaz de sacar a 60 metros el balón con la mano, espera parar a España, "uno de los más grandes equipos de la historia".