Un centro cerrado de Griezmann y el flequillo de Umtiti valen una final. Porque en este Mundial de la igualdad y de la exaltación del balón parado (69 de los 158 goles anotados hasta ahora han sido de esta guisa), los detalles pueden llevarte al título. Francia desniveló un duelo parejo desde la estrategia. Curioso desenlace: Roberto Martínez le presentó batalla táctica a Deschamps y el francés acabó derrotándole con la pizarra. Francia eliminó a Bélgica con lo justo (orden, dos centrales infranqueables y algún esprint desbocado de Mbappé) y ya busca compañero en la final. Sea quien sea el rival, los de Deschamps serán los favoritos.

Porque el mérito de esta Francia es haber encontrado la fórmula con la que hacer más daño a los rivales. No busca la pelota prefiere controlar el partido desde una posición pasiva. Invita al rival a atacarle y esperar el fallo. En un equipo que acelera al ritmo de Mbappé, cada pérdida es una invitación a la tragedia.

Lo sabía Roberto Martínez que ha llevado a Bélgica a la mayoría de edad. Hazard comanda un grupo en el que todas las piezas tienen su cometido. La fuerza del colectivo. De inicio, el técnico español plantó un equipo asimétrico en el campo. Dembele, otro currante, entró en el once para reforzar el centro. Chadli hizo de carrilero en la derecha mientras en la izquierda se hizo el vacío. Vertonghen apenas pisó campo enemigo y Hazard solo se tiró a la izquierda para buscar su perfil favorecedor. Cuando recibió con perspectiva, saltó la chispa.

Convenció Bélgica de inicio, con el control de la pelota y un fin: buscar a su jugador más desequilibrante. A los 15 minutos, Hazard cruzó de zurda cuando Lukaku esperaba en el área. Tres minutos después, el media punta mejoró su actuación desde idéntico ángulo: la cabeza de Varane evitó el tanto. La más clara de los belgas llegó en el rechace de un saque de esquina. Alderweireld se encontró la pelota en su excursión en el área rival y respondió con un latigazo con la zurda con mala idea. Lloris voló y despejó lo justo. Paradójicamente, la acción más clara de Bélgica espoleó a Francia.

Giroud, delantero que juega de espaldas (también al gol) avisó con un cabezazo peligroso. Griezmann encontró a Mbappé y éste buscó a Giroud, que erró en la ejecución. La trilogía de ocasiones galas se cerró con la más nítida: Mbappé cedió a Pavard, pero el pie de Courtois le negó la gloria.

Ésta estaba reservaba para Umtiti, que a los cinco minutos de la reanudación se llevó los focos. Centró Griezmann y el central cabeceó de forma canónica, exacta. En un partido tan táctico, un gol sonaba a jaque mate.

Se resistió Bélgica a dejar morir el choque tan pronto. Le acompañó el orgullo más que las ideas. Martínez optó por introducir a Mertens en busca de sus eficaces cabeceadores. Carrasco fue el siguiente en entrar en escena, aunque sin la profundidad que requería la situación. La búsqueda de soluciones pasó por Hazard, ese fantástico futbolista con la capacidad de echarse un equipo a la espalda en las semifinales de un Mundial. Una tarea al alcance de muy pocos.

De una conducción del atacante salió un balón sin dueño que aprovechó Witsel para probar fortuna. Lloris, otro de los secretos de esta Francia, despejó con apuros. Bélgica siguió porfiando hasta el final aunque con pocas ocasiones.

Bastó la frente de Umtiti para que Francia saboree otra final, la tercera de su historia. En el Mundial de las estrellas estrelladas el músculo se premia tanto como el talento.