Con estupor y casi con indignación he leído un sustancioso informe de la empresa Seyer&Asociados -publicado en primicia por éste periódico- sobre las quinielas futbolísticas. El popular boleto, el tentador señuelo del 1-X-2, el cuerno de la abundancia que, como el que lava, proporcionó abundantes dineros a la Hacienda Pública, a diputaciones, comunidades autónomas, FEF, LFP y clubes de fútbol (SADs) languidece a ojos vistas y ha entrado ya en una deriva de difícil si no de imposible corrección. Ha llegado al estado comatoso en el que se encuentra por la desidia de la Administración y la incuria, la falta de iniciativa y profesionalidad de sus gestores. Y también porque los clubes y sus órganos de representación pusieron sus ojos en otros escaparates y regalías de las nuevas modalidades de juego y apuestas. Se conformaron con patrocinios, apoyos y regalillos de estática y dejaron escapar el dinero seguro, no todo el merecido, que se les ofrecía semana a semana desde el infalible patronato.

En sus setenta y dos años de vida las apuestas mutuas deportivo-benéficas le han proporcionado al fisco más de 10.500 millones de euros y un goteo dorado que parecía que inagotable al fútbol. Nadie, sin embargo, parece haber percibido la alarma y los síntomas de desfallecimiento del boleto desde hace casi 15 años, en la que ha sufrido una merma semanal de 9 millones de euros. De los 12,6 millones de 2004 a los magros 2,9 de la última temporada, que han dejado la caja de la recaudación prácticamente exhausta y en el despeñadero. Cierto que las necesidades y los afanes recaudatorios del Ministerio de los impuestos y las loterías aprobaba cualquier tipo de nueva modalidad, se tratara de euromillones, la primitiva, el bonoloto o la gorda catalana -la grossa, y disculpen los señores del procés-, pero los sucesivos ministros de la cosa buscaron y aceptaron otras fuentes y descuidaron los viejos manantiales.

Ítem más: los rectores del fútbol español que siempre protestaron por la baja participación que se les ofrecía de las quinielas, que estimaban como apropiación indebida el derecho a la titularidad y explotación de su nombre, a la imagen de sus clubes y al tirón de su campeonato, se dejaron atropellar por la voracidad de las casas de apuestas. ¿Por qué no denunciaron ahora la nueva expropiación?. ¿No pudieron gestionar ellos sus propios intereses y participar al menos como socios preferentes en la explotación del nuevo negocio?. Simplemente otra vez se dejaron robar la cartera. Y, por otro lado, ¿en qué coño pensaban los consejeros del patronato -este firmante lo fue cuando las quinielas eran rentables, hace más de 15 años- que no mimaron su huerto ni tampoco modificaron el rumbo del 1-X-2 por no percibir el peligro de las múltiples ofertas de apuesta que hacían la competencia?. ¿Es posible que durante tantos años no le vieran las orejas al lobo?. ¿No intuyeron que éste venía para quedarse y morder la yugular de cualquier posibilidad en éste juego?

Y a todo esto: ¿no puede corregirse el rumbo mortecino, sin pulso y desnortado de las antes milagrosas quinielas?. ¿No hay soluciones para detener la deriva que lleva a este juego al desastre financiero?. Yo creo que haberlas haylas, pero para aportar ideas mejor los que están -y cobrando- y no los que estuvimos. Tampoco quisiera yo afrentar a tanto asesor gubernamental con traje y mochila de Hugo Boss que no se sabe de dónde sacan para tanto como destacan, sobre todo en las terrazas de Serrano y la Castellana.