El encuentro concluye en el tie break del quinto set. Nadal no aguarda a Thiem en su lado de la red. Cruza al campo contrario, se funde en un abrazo con el austriaco e intenta consolarlo. A diferencia de lo sucedido en la final de Roland Garros, donde el balear arrasó, el joven ha honrado su condición de heredero. Ambos han protagonizado un partido colosal, de puntos asombrosos. La veleta de la victoria ha ido apuntando hacia cada contendiente en algún momento.

"Lo siento mucho, eres bueno, sigue así", le susurró Nadal a Thiem, que después bromeo: "No creo que realmente lo sienta. Es un tipo genial pero no quiere perder contra nadie y casi todo el tiempo juega grandes partidos. Espero que tengamos más así en el futuro pero con un final diferente".

A Thiem, de 25 años, le queda el orgullo de haber protagonizado un partido para la historia. Nadal ya está más acostumbrado. Sus finales contra Federer en Wimbledon 2008 y Roma 2006 y contra Djokovic en Australia 2012, y las semifinales también en Australia contra Verdasco en 2009 figuran entre lo más memorable del tenis según muchos especialistas. En una Arthur Ashe ardiente cualquier otro hubiese claudicado. Nadal se sobrepuso a todo: a un 6-0 humillante de inicio, a un tercer set que parecía perdido y al golpe piscológico de la derrota en el tie break del cuarto cuando parecía todo controlado. Fue una batalla tan épica que Nadal sólo pudo compadecerse del perdedor. Nadie se quiso perder el espectáculo. Ni actores de la talla de Ben Stiller, casi un miembro más del clan Nadal, o Michael Keaton. Al final sonrió a Nadal, al que ahora le espera Del Potro.

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