Seis años después del dramático duelo Bobby Fischer-Boris Spassky, el encuentro Anatoli Karpov-Victor Korchnoi de Baguío (Filipinas), del que ahora se cumplen 40 años, constituyó el segundo episodio de la Guerra Fría en el ajedrez, seguido con pasión por los aficionados de todo el mundo.

Durante su visita a Getafe, donde el pasado domingo jugó 20 simultáneas (de las que ganó 19 y entabló una) con miembros del Club de ajedrez local, Karpov recordó con precisión que la partida decisiva, la que le dio el triunfo por 6-5, se jugó el 18 de octubre de 1978, poniendo fin a cuatro meses de enconada lucha.

Eran tiempos en que el ajedrez arrastraba pasiones y ganaba espacio en los medios, incluso en las portadas. Trece años que incendiaron el mundo del tablero con tres batallas feroces que alimentaron la Guerra Fría: Fischer-Spassky en 1972, Karpov-Korchnoi en 1978 y Kárpov-Kaspárov en 1985.

El encuentro de Baguío'78 estuvo contaminado por la política. La ortodoxia soviética representada por Karpov, mimado por el Kremlin, frente al disidente Korchnoi, fallecido hace dos años. El aspirante era conocido por Víctor El Terrible no sólo por su juego agresivo sino por su carácter irascible. Había renegado de la Unión Soviética dos años antes.

Por el contrario, Karpov era el héroe nacional soviético desde que devolvió a la URSS el título mundial que dejó vacante el estadounidense Robert Fischer, y volvió a derrotar a Korchnoi, como había hecho ya cuatro años antes en el Torneo de Candidatos.

En un encuentro a seis partidas ganadas, sin contar tablas y sin límite, Karpov se impuso por 6-5 al cabo de 32 juegos en medio de una enorme tensión ambiental.

Se sucedieron los incidentes: Korchnoi pretendió jugar bajo bandera suiza pero la delegación soviética se negó y hubo que suprimir las enseñas; fue preciso traer un nuevo juego de piezas porque las que había pesaban demasiado poco. El árbitro principal, el alemán Lothar Schmidt, no ganaba para disgustos.

Korchnoi protestó por la presencia, sentado en las primeras filas entre los espectadores, del parapsicólogo Vladimir Zukhar, miembro del equipo de Karpov, que según dijo perturbaba sus pensamientos. Se pactó que debía sentarse a partir de la sexta fila.

El aspirante receló del yogur que, a mitad de partida, se tomaba Karpov. Sospechaba que los colores y el contenido del vaso encerraban mensajes relativos a la partida. Se acordó que el color del vaso fuera siempre el mismo.

Ante las continuas demandas de Korchnoi, el campeón se negó a estrechar la mano de su rival a partir de la octava partida. Korchoni replicó negándose a intercambiar palabra con su adversario, de modo que cualquier comunicación entre ambos, incluso las propuestas de tablas, había de hacerse a través del árbitro.

Karpov también se sintió molesto por las gafas de espejo que utilizaba Korchnoi, a su juicio para molestarlo con los reflejos de las luces del escenario, y el aspirante protestó por la costumbre del campeón de mirarlo fijamente cuando no le tocaba mover.

En la partida 18 apareció en la sala una pareja de miembros de la secta de origen indio Ananda Marga, convocados por Korchknoi para contrarrestar la influencia del parapsicólogo. Los soviéticos exigieron su expulsión, pero sólo lo consiguieron en vísperas de la partida decisiva.

Se llegó a hablar de que las hostilidades habían llegado al punto de intercambiarse patadas por debajo de la mesa, extremo rigurosamente desmentido por el propio Karpov: "No es cierto, es sólo una leyenda".

En el plano estrictamente deportivo el encuentro alcanzó su máximo dramatismo cuando el marcador se igualó a 5 puntos, antes de la partida 32, en la que Karpov abrió con peón de rey para derivar en una Benoni. El campeón conservó la iniciativa, obtuvo ventaja posicional, ganó un peón y al suspenderse la partida en la jugada 41, disfrutaba de una posición ganadora.

Al día siguiente, Korchnoi comunicó que abandonaba pero se negó a firmar la planilla porque no consideraba válido el resultado del encuentro. Tildó de intolerable la conducta de los soviéticos y denunció la hostilidad de los organizadores y hasta el comportamiento de los árbitros. En un arrebato de dignidad ofendida, renunció, incluso, a su premio, y llegó a decir que la KGB soviética tenía planes para ejecutarlo si ganaba el título.

"Incluso gente que no sabía jugar al ajedrez recuerda todavía aquél encuentro", asegura Karpov, que lamentó la renuncia del campeón Bobby Fischer a exponer su corona frente a él en Filipinas porque entiende que "de haberse jugado, habría sido uno de los mayores acontecimientos del siglo XX, no solo del ajedrez, sino de todo el deporte".

"Fischer, que había empezado muy joven a destacar, no estaba preparado psicológicamente para enfrentarse a un rival (en alusión a él mismo) mucho más joven. Fue una gran pérdida para el ajedrez y para el deporte en general", subrayó Karpov.