El fútbol italiano despidió esta semana a Luigi Radice, el hombre que acabó con el mal fario que parecía acompañar al Torino desde que en 1949 la mejor generación de su historia acabase de forma trágica con el accidente de avión en Superga. Desde entonces el club persiguió un título que le ayudase a borrar la desgracia que le acompañaba desde entonces, algo que sucedió con la llegada de este entrenador a su banquillo a mediados de los años setenta. Sufría alzhéimer desde hace años y esta semana su familia anunció su fallecimiento.

La historia del Torino cambió para siempre el 4 de mayo de 1949 cuando el avión que traía al equipo desde Lisboa, donde había jugado un amistoso contra el Benfica, se estrelló debido a la niebla contra la basílica de Superga. En aquella tragedia se perdió una generación extraordinaria liderada por el gran Valentino Mazzola, el equipo que había conquistado tres scudettos de forma consecutiva y que avanzaba hacia su cuarto (se le concedió como homenaje). Aquello fue el adiós al "grande Torino" y a la selección italiana que en aquella etapa alineaba con frecuencia a diez jugadores del conjunto grana. Superga fue el fin de un tiempo irrepetible en el viejo estadio Filadelfia y el comienzo de un largo y doloroso peregrinaje para el club y los aficionados. La pelea diaria por recuperar su grandeza se hizo especialmente dura. Una tarea casi imposible. Pesaba demasiado el recuerdo. Un trauma del que el Torino nunca llegó a recuperarse del todo. Como si una sombra oscura le acompañase con la única misión de no dejarle florecer. A finales de los sesenta, cuando parecía que de nuevo el equipo volvía a tener motivos para ilusionarse, la tragedia volvió a cruzarse en su camino. Luigi Meroni, la farfalla granata (mariposa grana), un jugador dotado con un talento y una personalidad única, el George Best italiano por su ingenio en el campo y sus excentricidades fuera, es atropellado mortalmente a la conclusión de un partido. Lo mata un seguidor acérrimo del Torino que curiosamente con el paso de los años acabaría siendo presidente del club. El equipo se desmorona una vez más. La negra sombra no deja respirar al equipo granate. Otra década sumido en la tristeza y en la depresión, más preocupado por recordar a sus muertos que de ilusionarse con los vivos.

La vida en Turín cambia con la llegada en 1975 a su banquillo de Luigi Radice, un técnico que había estado en clubes modestos en Serie C y B como el Monza, Treviso y Ceseno y que había disfrutado en la Fiorentina de su primera experiencia en la máxima categoría. Radice era un exjugador del Milan, formado en su cantera, al que una lesión de rodilla había retirado prematuramente. Antes le había dado tiempo a participar en la conquista de tres Ligas en Italia y de una Copa de Europa. Cuando el técnico aparece en el Torino lo hace deslumbrado por el fútbol de la Holanda de Rinus Michels. Radice llevaba tiempo estudiando la revolución que para el fútbol supuso la aparición de Cruyff y de aquella generación brillante de jugadores que le acompañaban en el Ajax y en la selección naranja. Y decidió que el Torino podía ser un extraordinario laboratorio en el que adaptar aquellas ideas a Italia. El proceso no era sencillo. Pocos países más conservadores que Italia en materia futbolística y mucho más en los años setenta, donde vivían agarrados al catenaccio y a los métodos de Nereo Roco.

Radice encontró en el melancólico Torino una gran ayuda en la figura de Orfeo Pinarelli, el presidente del club, un hombre que estaba decidido a terminar de una vez con aquel mal fario que parecía acompañarles. Le dio su plena confianza y le alentó para que llevase adelante su plan. También tuvo suerte a la hora de encontrarse con un vestuario que creyó en su entrenador pese a lo revolucionario de muchas de sus ideas. Pulici (brillante goleador), Graziani, Sala, Zacarelli, Castellini, Caporale, Pecci, Salvadori se comportaron con una lealtad extraordinaria hacia su entrenador. En el vestuario del Torino se instaló una relación honesta entre el técnico y su plantilla y eso hizo más sencilla la tarea. Porque el Torino inició entonces lo que se conoció como el "tremendismo granata", una forma de jugar que hasta ese momento nadie había probado en Italia. Presión muy alta en el campo del rival, defensa adelantada en busca del fuera de juego y una presión que obligaba a los jugadores a un esfuerzo notable. A Radice comenzaron a llamarle "el alemán" por la energía y convencimiento que mostraba a la hora de defender sus postulados. Apostó por la gente joven e introdujo en el vestuario sesiones de yoga (voluntarias) para quitarse la presión y los miedos de encima. El técnico les insistía a los jugadores que el domingo "solo recogemos el fruto de lo que hacemos durante la semana" y por eso su actitud durante los partidos era más fría y en ocasiones daba la sensación de estar algo ajeno al juego: "Ya todo está en sus manos", repetía a sus ayudantes.

En su primera temporada en el banquillo, el Torino no tardó en dar muestras de su fortaleza. El conjunto grana sorprende con su estilo de juego descarado y que ponen en evidencia en la quinta jornada cuando se imponen por 2-0 a la Juventus en el apasionante derbi de Turín. El Torino se engancha a su vecino que lidera la clasificación por un margen que en marzo llega a ser de cinco puntos. El conjunto de Radice aprovecha un pequeño bache juventino para acercarse de nuevo en la tabla antes de enfrentarse en el segundo derbi de la temporada. Esta vez ejerce como local el cuadro blanquinegro. El Torino vuelve a llevarse el duelo en un partido polémico porque el portero Castellini es alcanzado por una piedra lanzada por los aficionados juventinos. El 4 de abril se produce el sorpasso. La Juve pierde con el Inter y el Torino se impone en el último minuto al Milan. Por primera vez en toda la temporada el conjunto de Radice lidera la clasificación. Solo faltan seis jornadas y los aficionados sueñan por fin con el título que les permita llorar por un día de alegría. Aguanta el Torino. En esa carrera solo cede un empate antes de la última jornada a la que llega con un punto de ventaja sobre la Juventus. Si gana al Cesena en su estadio será campeón; si empata tiene garantizado el partido de desempate con una Juventus que juega en el campo del Perugia.

El 16 de mayo de 1976 más de setenta mil personas se reúnen en el Comunale para asistir al partido más importante del club en más de treinta años. Es una locura de tarde. Incluso la niebla, habitual estampa turinesa, ha evitado su presencia y el día luce luminoso. El Torino juega con Castellini, Santin, Salvadori Patrizi Sala, Mozini, Caporale, Claudio Sala, Pecci, Graziani, Zacarelli y Pulici. El equipo está atenazado por los nervios y la presión. Solo dependen de ellos, pero les cuesta manejar el partido. Al descanso 0-0 en ambos partidos. Radice intenta tranquilizarles. Al poco de comenzar la segunda parte el estadio estalla en un grito que se va extendiendo por la grada y llega al terreno de juego. Renato Curi ha marcado para el Perugia. Para completar la fiesta a los pocos minutos Pulici adelanta al Torino. Enloquece el público aunque poco después se marcan un gol en propia meta y el partido vuelve a igualarse. Pero de Perugia no llegan noticias de la remontada de su gran rival. La espera torna en angustia y finalmente llega el pitido final. Primero en el partido de la Juventus. El Torino ya es campeón. Cuando acaba su partido Radice avanza con paso tranquilo por el campo. Le asaltan las radios y las televisiones. Sus primeras palabras son una muestra de carácter. "Entrenador, son ustedes campeones", le dice el periodista con una sonrisa. Él lo mira y contesta : "Sí, pero hemos empatado". Durante un buen rato, entre la algarabía general y la incredulidad de los reporteros, Radice se sentía molesto por no haber ganado el partido.

Después de aquel día de gloria Radice disfrutó de tres años más en el Torino en los que consiguió un segundo y un tercer puesto. Luego llegaría un largo peregrinaje por equipos modestos en los que pareció especializarse. Nunca volvió a acercarse a momentos de gloria como el de 1976 en Turín. Luego el fútbol le fue olvidando antes de que él olvidase al resto. Su hijo confesó hace más de diez años que sufría alzhéimer. Su cuerpo resistió hasta esta semana en la que murió el hombre que rompió con la larga espera del Torino. 37 años tardaron en volver a ganar. Y no lo han vuelto a hacer desde entonces.