Nadie hubiese reparado en Hughie Gallacher por su físico. Era un chico que apenas alcanzaba el metro sesenta de estatura y que no transmitía nada especial a simple vista. Pero con la pelota en los pies era un cañón. Corría como un velocista y tenía un olfato prodigioso para el gol. No tardó en demostrárselo a los primeros que confiaron en él. Había nacido en 1903 en un pueblo escocés llamado Bellshill, donde la vida de cualquier joven de su tiempo pasaba por trabajar en las minas de carbón de la región. De allí, de esa vida a oscuras, solo podía sacarte una casualidad o un talento muy determinado. Hughie lo tenía y no tardaría en demostrarlo.

Como casi todos los jóvenes de su edad jugaba en el equipo del pueblo. Pero Gallacher era diferente a todos los demás. Eso se vio después de su aparición con una selección júnior de Escocia. Su actuación en aquel partido le valió una llamada para formar parte del modesto Queen of the South. Tenía 17 años y unos meses antes se había casado con una chica que trabajaba en la cantina de la mina en la que llevaba desde los quince. Sería la primera de las tres bodas a las que asistiría como protagonista principal. La llegada al fútbol profesional era una posibilidad extraordinaria para la familia que él no tardó ni un día en aprovechar. En su primer partido, sustituyendo a Ian Dickson que se marchaba al Aston Villa, anotó cuatro goles. A los pocos días hizo cinco al Dumbarton. Le caían de los bolsillos. Tuvo la mala suerte de contraer una neumonía que detuvo su carrera goleadora, pero ese tiempo de convalecencia fue aprovechado por el Airdrieonians para contratarle.

Con el cuadro escocés la producción goleadora se disparó y le abrió puertas más grandes. El Newcastle le contrató a cambio de 6.500 libras esterlinas. Con las urracas jugó cinco extraordinarias temporadas en las que además vivió días inolvidables como internacional escocés. Fue uno de los famosos Wembley wizards que en 1928 consiguieron una legendaria victoria por 1-5 sobre Inglaterra en su propio estadio. No anotó ese día, pero contribuyó de forma importante a uno de los grandes partidos de la historia del fútbol británico. En Newcastle se convirtió en una estrella absoluta. Los rivales se empleaban con extrema dureza para frenar su velocidad y sus aficionados le adoraban. Gallacher justificaba unas horas de viaje en tren con tal de verle en el campo. En aquel tiempo solo le faltó redondearlo con un título. Lo rozaron en un par de ocasiones, pero nunca llegó a caer de su lado.

Su siguiente estación de paso fue el Chelsea donde jugó hasta los 31 años sin que decayese su facilidad goleadora. Llevaba quince años en el fútbol profesional y no había dejado de cumplir con su cita con el gol. Se sentía feliz. Había superado los problemas económicos generados por el divorcio de su segunda esposa (que había conocido al poco de llegar a Newcastle) y disfrutaba de una vida cómoda. Por eso estiró unos años más su carrera. Rondó por equipos de menor calibre pero con los que nunca dejó de cumplir cada domingo hasta acercarse a los quinientos goles como profesional. Gateshead, en el norte de Inglaterra, fue su último equipo. Con 36 años dijo adiós al fútbol y el fútbol no tardó en olvidarle.

Para Gallacher se abría un tiempo complicado agravado cuando su tercera mujer, Hannah, que había conocido trabajando en uno de los pubs de Newcastle que solía frecuentar, murió de forma inesperada y él se quedó al cargo de tres hijos en medio de un importante proceso depresivo. Tuvo un par de trabajos que dejó enseguida porque nada le llenaba como el fútbol. Comenzó a beber en exceso. En los pubs se encontraba con muchos de los que habían disfrutado de sus actuaciones como futbolista y allí podía recrear esos momentos, recibir el cariño de sus fans y sentir que de nuevo era alguien importante. Pero todo se complicó una noche de mayo de 1957 en la que había bebido en exceso. Al llegar a casa discutió con Matt, el pequeño de sus hijos. Gallacher, algo descontrolado, lanzó un cenicero que alcanzó en la cabeza y le produjo una importante herida. Seguramente el episodio no hubiese pasado de una riña familiar que se va de las manos (es lo que reconoció en prensa otro de sus hijos a los pocos días), pero un vecino denunció el episodio y la policía entró en el asunto. Se le citó en el juzgado el 12 de junio y hasta ese día no podía tener ningún contacto con sus hijos.

Las semanas que pasó antes de enfrentarse a la corte fueron un calvario para Gallacher. Le desquiciaban muchas cosas: las deudas que acumulaba, el comienzo de una adición al alcohol, la posibilidad de que sus hijos no quisiesen estar a su lado y la inquietud que suponía recibir una condena pública que le desacreditase a ojos del mundo. Pensaba que el delantero ejemplar de otro tiempo iba camino de convertirse en un peligro para la sociedad, un mal padre, borracho y violento incapaz de controlarse. La gente que se cruzó con él durante aquellos días le vio muy perdido e incluso algunos de sus excompañeros en el Newcastle y en el Chelsea se ofrecieron sin éxito para ayudarle. "Mi vida se ha acabado" cuentan que les llegó a decir.

La mañana del 11 de junio, un día antes de enfrentarse al tribunal, caminaba por el andén de la estación de Gateshead. Varios testigos contaron que hablaba solo mientras iba de un lado a otro y daba pequeños golpes a las barandillas con los puños. Así estuvo un buen rato. Incluso algún policía se acercó a él para preguntarle. Fue entonces cuando, aprovechando que se acercaba un convoy se lanzó a las vías. Su cuerpo sin vida fue encontrado cien metros más adelante. Esa misma mañana había enviado un mensaje al forense de Gateshead en el que pedía disculpas por su comportamiento y aseguraba que "si hubiese vivido hasta los cien años nunca me habría perdonado haberle hecho daño a Matt".

Años después su hijo mayor -Hughie como él- se sinceró en la prensa. Ya anciano, el hombre pareció tener la intención de sacarse de encima un peso con el que había cargado durante mucho tiempo: "Todo fue culpa mía. No puedo dejar de pensar desde aquel día que yo fui el responsable del suicidio de mi padre. Llegué a casa más tarde que ellos. Ya habían discutido y me encontré a Matt sangrando por la cabeza. Aquello me indignó por completo aunque mi hermano no parecía estar especialmente dolido por lo sucedido. En ese momento un vecino se acercó y me preguntó si debía llamar a la policía para denunciarlo. Contesté que sí en caliente, ni lo pensé. Si hubiese tenido un minuto no habría actuado de la misma manera. Mi respuesta inició un proceso que mi padre no fue capaz de soportar. La Policía nos llevó con una de nuestras tías y no tuvimos contacto con él. No me imagino el sufrimiento que habrá pasado esos días. Por eso no puedo evitar la idea de que todo fue por mi culpa".