El británico Andy Murray anunció ayer entre lágrimas en la rueda de prensa previa a la fase final del Abierto de Australia que su intención es retirarse tras el Grand Slam de Wimbledon como consecuencia del calvario por el que ha atravesado en el último año por su lesión en la cadera.

El británico Andy Murray, actual 230 del mundo, rompió a llorar en la rueda de prensa previa al Open de Australia al explicar el calvario sufrido en el último año tras ser operado de la cadera en enero de 2018.

"He estado sufriendo durante un largo tiempo, un total de veinte meses. He intentado hacer todo lo posible pero el dolor no ha cesado", afirmó el escocés, quien se enfrentará en primera ronda al español Roberto Bautista (22).

El ex número uno, quien cuenta con tres Grand Slams (dos Wimbledon y un Abierto de Estados Unidos), argumentó que tiene que tener en cuenta su calidad de vida y que, por esta razón, va a intentar retirarse tras la nueva edición de Wimbledon, aunque no descarta la posibilidad de verse obligado a abandonar el circuito tras Melbourne.

"Juego con limitaciones, no me permite cosas básicas como entrenar y jugar, y yo amo jugar a tenis. Es esa la cuestión", aclaró.

El tenista nacido en Glasgow posee actualmente catorce títulos en torneos Masters 1000, tres Grand Slams, dos medallas de oro en Juegos Olímpicos, así como la corona en el ATP Finals de 2016, año en el que logró nueve títulos que le sirvieron para coronar la clasificación mundial.

El escocés ha sido además el cuarto de una ecuación que incluía a Nadal, Federer y Djokovic. Solo un hombre ha sido capaz de desbancar a los tres del número uno. Solo un hombre rompió la sequía de 76 años sin un título de Grand Slam británico. Solo un tenista ha ganado dos oros olímpicos. A Murray, de 31 años, se le conoce por su resistencia, forjada desde que era tan solo un niño. Con 8 años vivió uno de los episodios más trágicos de la historia del Reino Unido en sus propias carnes y empezó a forjar un carácter de luchador, de fortaleza mental y de concienciación.

El 13 de marzo de 1996, Thomas Hamilton disparó en la localidad escocesa de Dunblane, de donde es natural Andy, a 16 niños y a un profesor en un colegio, asesinándolos a sangre fría. Después se suicidó. Andy y su hermano Jamie eran alumnos de ese colegio y se salvaron por no estar en ese momento en el gimnasio, lugar de la matanza.

El niño se transformó a pasos acelerados en un hombre y ya con una raqueta en la mano, veía cómo mientras sus rivales contemporáneos como Rafael Nadal, entrenaban con números uno del mundo, como Carlos Moyá, el pequeño Andy tenía que conformarse con Jamie, hoy en día uno de los mejores doblistas del mundo.

Gran Bretaña ansiaba un campeón que reverdeciese los éxitos de Fred Perry en los años treinta y que hiciese olvidar la decepción que fue Tim Henman.

Considerado un perdedor en sus inicios, Murray cayó en sus cuatro primeras finales de Grand Slam, desde 2008 hasta 2012. La racha se rompió en el US Open de 2012, meses después de vencer a Roger Federer en el All England Club en los Juegos Olímpicos de Londres, donde también se hizo con la plata en la modalidad de dobles mixto.

Murray ya sabía lo que era perder una final de Wimbledon y necesitó de un año más, 2013, para vengar la figura de Perry y alzarse con la copa dorada 77 años después de que lo hiciera la leyenda del tenis británico.

Otras tres derrotas en finales precedieron a su mejor año en la elite. Un 2016 en el que sumó nueve títulos, entre ellos su segundo Wimbledon y la Copa de Maestros, además del oro olímpico en Río de Janeiro. El último día del calendario ATP, firmó el número uno del mundo. Tocó el techo y cayó lastrado por las malditas lesiones. Tras ser eliminado en cuartos de final en Wimbledon 2017 se vio envuelto en una espiral de lesiones que ahora le obliga al adiós anticipado.