Ahora que la polémica arbitral se ha convertido en uno de los hilos conductores del fútbol español, es un buen momento para recordar al colegiado que mayor gloria alcanzó a nivel internacional aunque tampoco se libró de las discusiones ni las sospechas de partidismo: Ortiz de Mendibil. Este vasco, recientemente fallecido, tiene el honor de haber dirigido varias finales europeas e incluso en una de ellas, jugada en el Bernabéu, haber salido a hombros de los aficionados.

Llegó al mundo que le haría famoso en toda España por pura casualidad. Un día un amigo le invitó a escuchar una charla en un colegio de árbitros y ya no salió de ese mundillo. José María Ortiz de Mendibil había nacido en Portugalete en 1926 aunque se iría a vivir a Las Arenas después de casarse con Elvira Larrazabal, una de las pioneras del golf femenino en España. En 1946, a los veinte años, se estrenó como árbitro en categoría regional, al tiempo que comenzó a trabajar como perito mercantil en la empresa Imdumenta. Tardó nueve años en alcanzar la Primera División donde entre otras cosas se hizo célebre por sus viajes a toda velocidad en un 600 la tarde y noche de los domingos para estar a primera hora en Bilbao en su puesto de trabajo.

Ortiz de Mendibil no tardó en convertirse en la principal referencia de un arbitraje español que aún estaba en pañales en muchos sentidos aunque ya había dado algunos nombres célebres como el de Pedro Escartín o el vizcaíno Gardeazábal. El de Portugalete contribuiría decisivamente a evolucionarlo y sobre todo a presentarlo al mundo. Sucedió un par de años después de su llegada a la maxima categoría. En 1957 se convirtió en internacional y por sus manos comenzaron a pasar partidos de la máxima importancia. Ningún otro colegiado español ha conseguido meter la cabeza en tantas finales europeas como él. Su silbato repartió justicia en dos finales de la Recopa (1968 y 1972), en una final de Eurocopa (1968, la única que ha dirigido un árbitro español en la historia), una Intercontinental (1964), en la semifinal del Mundial de 1970 entre Brasil y Uruguay y sobre todo la final de la Copa de Europa de 1969 entre el Milan y el Ajax. Este último partido es parte esencial de su leyenda. Se disputaba en el Santiago Bernabéu y por primera vez algunos países podrían verla en color (en España aún debían conformarse con el blanco y negro). Ortiz de Mendibil vivió con aparente normalidad un partido que había desplazado a la capital de España a más de treinta mil aficionados, una barbaridad para aquella época, y para el que se habían acreditado más de seiscientos periodistas. El día antes pasó la mayor parte del tiempo en su empresa, puso un anuncio en la Gaceta del Norte ofreciendo un puesto de trabajo y después de comer se subió a su 600 para desplazarse por carretera a Madrid donde esperó pacientemente la hora del partido. Aquella noche el Milan ganó por 4-1 con tres goles de Pierino Pratti, el héroe indiscutible de la final, aunque el públicó decidió convertir a Ortiz de Mendibil en uno de los grandes protagonistas del duelo. Al concluir el partido, los aficionados españoles le cogieron en hombros y así salió del coliseo blanco. Por primera y única vez en la historia del fútbol el árbitro de una final europea salía del campo así. Hoy sería un motivo de escándalo y de polémica interminable, pero en aquel momento se interpretó como un reconocimiento a su actuación y también a su larga trayectoria. A la salida del vestuario les dijo a los periodistas que le esperaban: "Este partido se lo dedico a mi hija Mari Carmen que tiene cuatro añitos" y que había nacido con una discapacidad. Un día después, de vuelta a Bilbao, haría un pronóstico en relación a lo que había visto durante el partido: "Hay un flaco que va a ser muy bueno". Se refería a Johan Cruyff.

Ortiz de Mendibil tampoco se libraría de la polémica y en ocasiones se vería en medio del fuego cruzado entre los grandes del fútbol español. Era un árbitro con personalidad, que no se arrugaba y que en ocasiones tomaba decisiones al margen de lo que solían hacer sus compañeros. La más célebre y que le granjeó más críticas fue su decisión de alargar hasta el extremo un Madrid-Barcelona jugado en 1966 en el Bernabéu. El vasco interpretó que se estaba perdiendo demasiado tiempo y decidió que los últimos minutos se jugasen parando el reloj cada vez que el partido se detenía. Concedió once minutos de descuento y en ese tramo el Madrid consiguió el gol de la victoria obra del gallego Veloso. El barcelonismo y la prensa catalana le colgaron el cartel de madridista aunque él, confesado por quienes le conocían, era acérrimo seguidor del Athletic de Bilbao.

Era un aficionado a la buena vida, a los hoteles caros y a las grandes comidas. En ocasiones cambiaba de hospedaje si no le gustaba el que le habían reservado y pagaba la diferencia. Se había acostumbrado a ciertos lujos y no renunciaba a ellos. En 1973, tras dieciocho años en la máxima categoría, se retiró. Pero aún le quedaba pendiente un nuevo servicio al mundo del arbitraje español. Iba camino de Torrevieja cuando recibió la llamada de Pedro Ruiz que iba a comenzar a presentar Estudio Estadio y le ofreció la posibilidad de convertirse en analista arbitral viendo los resúmenes de los partidos de cada jornada. Ortiz de Mendibil se desvió a Madrid para reunirse con el presentador y aceptó su propuesta. Desde ese momento su cara se hizo aún más popular en España. Se le bautizó como Don Moviolo y sin saberlo acababa de inaugurar una opción laboral para los árbitros retirados. Ese camino lo seguirían decenas de ellos en los años siguientes y aún ahora son muchos los que ejercen la función que estrenó el vasco de la mano de Pedro Ruiz.

Hace tres años Ortiz de Mendibil murió después de una serie de problemas que le había generado en 2012 una caída mientras paseaba por las instalaciones del Athletic de Bilbao en Lezama y en la que se produjo una fisura craneal. Fue el adiós al árbitro más mediático que seguramente tuvo España y cuyas conquistas, más allá de la salida a hombros del Bernabéu tras la final de la Copa de Europa, nadie ha sido capaz de igualar.