Cuando Juan Copa cambió por última vez a Sergi Miras en el partido del sábado contra el Forte dei MarmiForte dei Marmi, no le dejó que fuera directamente a sentarse en el banquillo. Le pidió que se quedase a su lado, como la mano derecha que es suya pero sobre la pista, mientras le abrazaba y le decía algo al oído. Yo, desde atrás, sentada en la grada, solo me podía imaginar que le estaba dando las GRACIAS. Así, en mayúsculas. Por su derroche físico cuando a estas alturas de la temporada ya empiezan a escasear las fuerzas. Por salir a jugar aunque le duelan hasta las pestañas. Por no bajar los brazos. Por ser el capitán general de una nave tocada pero no hundida, como demostró con su dosis de orgullo para imponerse a los italianos cuando ya no se jugaba nada. Al Deportivo Liceo aún le quedan nueve partidos por delante y todo empieza a sonar ya a despedida. Y el 55, al que el speaker llama Metralleta, se irá innegablemente por la puerta grande.

Yo tengo que confesar que me equivoqué con Sergi Miras. No ahora. Antes, en su anterior etapa en el Liceo, no supe reconocer en él el grandísimo jugador que ya era y después fue. Se lo llevó el Barça y no lo acababa de entender. Incluso mientras vestía la camiseta azulgrana seguía sin parecerme nada del otro mundo (con un enganchón en Twitter mediante). Fue cuando estaba en el Vendrell cuando empecé a darme cuenta de todo lo que los liceístas se habían perdido. Era un espectáculo cómo lideraba a aquel equipo que incluso le robó una Copa del Rey al Barcelona. Así que cuando se supo que volvía al Liceo procedente del Sporting de Portugal fue todo un notición. Los verdiblancos incorporaban a un jugadorazo y tendrían oportunidad de luchar por los títulos.

Estos dos años no han hecho más que confirmarlo. La marcha de Jordi Bargalló había dejado un hueco enorme de liderazgo y el catalán lo ha llenado. Creo que no hay piropo más grande. Porque Sergi Miras no es solo disparo, que también lo tiene y de los mejores. Es carácter cien por cien ganador. Compromiso con una camiseta. Solvencia atrás y desborde y potencia arriba. Imparable. Mucha calidad. Por eso se pasa prácticamente todo el partido sobre la pista. Jornada tras jornada. Y más esta temporada en la que el Liceo está teniendo tantos problemas con las rotaciones. Acaba de cumplir 33 años y el cansancio acumulado, entre minutos y viajes, no le ha impedido salir a jugar y dejarse el alma en ello. Y por eso también las ofertas se acumularon en su mesa, con una del Porto irrechazable.

Le ha faltado un poco de suerte para haber ampliado más su palmarés en el Liceo. Se va con una Supercopa de España en la que tuvo un papel decisivo con un pase medido a Carlo di Benedetto en la última jugada del partido. Aunque posiblemente todos los aficionados también le vayan a recordar por un gol que no subió al marcador, el que marcó contra el Barcelona en el último segundo pero que polémicamente fue anulado por los árbitros. Los músicos del Titanic siguieron tocando mientras el barco se hundía. Él siguió, y sigue, con su fantasía. Rendirse no es una opción y todavía queda atar el subcampeonato de liga.