Tenía cuatro años, casi cinco, cuando se puso por primera vez esa camiseta. Salvo dos excepciones justificadas por la edad, siempre con el 13 a la espalda. El número 13. Nuestro número. Su número. Lloró la primera vez que pisó una cancha. Después fueron muchas más. Por rabia, frustración, alegría, emoción... y las jodidas lesiones. Y nosotros con él. Con todos ellos. Recuerdo a Isabel y a Cruz Corgo. Lo recibieron aquella tarde de septiembre en la Normal cuando el balón apenas aguantaba en sus manos. Y la emoción se le salía del pecho. Recuerdo a Olalla y Elena ejercitando su bote a la vez que controlaban el tráfico de postalillas de Pokémon que se traía con Mauro. A Carlos Penedo y aquellos videos de Steve Nash mientras decía: "es un base". Y se lo creyó. Sergio Tomé, ahora insigne speaker del club, ilustrando su tiro mientras, entre pausa y pausa, elevaba a su hermano, entonces un bebé, a la canasta para que hiciera un mate. Recuerdo a Nacho Rama y sus gritos de aliento cuando sus talones no podían apenas sostenerle. A Camilo exigiendo desborde. A todos y cada uno de los que le habéis ayudado a crecer. A Óscar Lata en su magisterio fugaz que recordaron años después, sobre una cancha de Marín, para celebrar su debut con el equipo profesional. A Jorge Mosquera todavía acude cuando el baloncesto se enquista. De su mano ganaron campeonatos. Y llegaron premios mayores. Y siempre, Jorge, con una sonrisa. Y nosotros, embobados, admirando todo aquello. Gracias entrenador. Por todo. Por tanto. El tiempo colocó a Héctor en el camino. Primer año de infantil. Y nunca el azar había sido tan certero. El corazón y la pasión. Y el amor por lo que hace. Y lo que transmite. El pasado sábado el equipo júnior de Básquet Coruña cerró, para muchos de sus integrantes, la etapa de formación que la mayoría de ellos vivieron en este equipo desde que apenas levantaban tres palmos del suelo. Y el tiempo se nos acabó. O comienza... Y todos abrazaron a Héctor. Y todos abrazamos a Héctor. Gracias entrenador. Por todo. Por tanto. Por ser. Por estar. Han sido muchos años de coche y pabellón. De esperas intempestivas a la puerta de una ducha interminable. Años de viajes y comilonas entre torneos. De charlas de coche avistando futuros y desgranando presentes. Años de compañeros, padres todos, que disfrutamos con nuestros hijos los sinsabores y las alegrías. Las victorias y las derrotas. No habría camino si no recuerdo a Mozan y su gorro de lana a final de temporada. Y sus visitas de incógnito a los partidos que jugaba con el equipo de la otra categoría. No hay camino si no recuerdo a Alberto y su complicidad. En cadete. En júnior. En EBA. "Tú has nacido para esto", le decía. "Y llegarás donde quieras llegar". Gracias entrenador. Por todo. Por tanto. No hay camino si no recuerdo a Fer Buendía. Su exigencia y su "corre raro" que tanto comentaba. "Hay que cambiar su mecánica", decía. Y Fer, siempre serio, sonreía al darse la vuelta.Roberto llegó después. Ahí sigue. Y todavía se abrazan cuando coinciden a la puerta del pabellón. Si tomamos una caña a los dos se nos llenan los ojos de lágrimas si hablamos de baloncesto. Si hablamos de lo que, durante años, ha sido una parte muy importante de nuestra vida. Y el tren, Roberto, amigo, ya partió. Algunos irán en el vagón. Seguro. Gracias entrenador. Por todo. Por tanto. Recuerdo a Charly Uzal y a Gus Gago visitando sus partidos. Y a Charly aventurando futuras convocatorias. Y llegaron. Y los minutos en LEB. Y recordó aquellos campus en los que, casi en solitario, trabajaron su movimiento en el poste. El final del camino. O el principio. Pronto lo sabremos. Todos: compañeros, padres, entrenadores, Miguel... gracias. Gracias Básquet Coruña. Con sus errores y aciertos. Gracias por 14 años de otra vida. Y gracias sobre todo a ti, hijo. Gracias por dejarnos hacer este camino contigo. Si continúa, allí estaremos, a horas intempestivas, a la puerta de un pabellón, esperando el final de una ducha interminable.