El Atlético de Madrid logró un triunfo por inercia, con un gol en propia puerta de Joaquín con el que derribó la resistencia del Valladolid, que clamó contra el VAR y la decisión del árbitro Melero López por un supuesto penalti por mano de Arias en los minutos finales y que chocó en tres ocasiones con Jan Oblak.

La polémica está ahí, las paradas del portero también; todas claves en un encuentro que el equipo rojiblanco se tomó con relajación, que ganó con menos oportunidades que su adversario y que terminó en torno a su área, agarrado a las intervenciones de su guardameta.

El Atlético no se exprimió jamás a lo largo de los 90 minutos, como si el triunfo fuera a llegar por la mera inercia de su superior nivel. Lo consiguió luego, ya avanzada la segunda mitad, porque apretó más, porque lo buscó, porque demostró que el paso de los minutos ya no era una opción, pero sobre todo porque tuvo suerte. La entrada de Saúl por la banda y su centro probablemente no habrían sido nada relevante, sin el cabezazo hacia su portería de Joaquín.

Así resolvió el Atlético, por un demérito ajeno más que por mérito propio, exceptuando otras dos soberbias paradas de Oblak, un partido de perfil bajo, en el que jugó a medio gas, propio de que todo está ya hecho este curso, de que los desafíos de verdad llegarán después del verano.