"A mí lo que me gustaría es llegar a los Juegos Olímpicos", dice Martí Pérez, de 14 años, sin tapujos y directo. "Di que sí, hombre", bromea su compañera Pilar Fuentes, de 12, los mismos que Diego Franco y Santi Vilas, que se conforman con ir mejorando. Consuelo Graña, con 8, es la más pequeña y todavía está empezando aunque se nota que ya le da maña. Los cinco son una pequeña muestra del grupo de unos setenta niños, de entre 6 y 17 años, que juegan a ser como Spiderman en la Agrupación de Montañeros Independientes (AMI). Allí, en el local que la asociación acaba de estrenar en la calle Padre Sarmiento, lo de subirse por las paredes pierde su significado. Ya no es sinónimo de estar enfadado o nervioso. Todo lo contrario. Allí descargan la adrenalina del día a día, aprenden a superarse, ejercitan mente y cuerpo en diferentes ramas como flexibilidad, fuerza y velocidad, gestionan la frustración, mejoran en la toma de decisiones y superan sus miedos.

Una actividad en auge, en parte por su inclusión en el calendario olímpico de los próximos Juegos. Aunque no todo es competición. La escalada, sí, es un deporte, pero tiene sentido sin la competición. Más de la mitad de los que lo practican, no llegan a competir nunca. Lo explica Mariquiña Castiñeira, que siempre está por allí, omnipresente y atenta a todo lo que pasa a su alrededor. Hasta este año, la escuela tenía que ir al rocódromo de Riazor e incluso utilizaba una instalación natural como el dique de Abrigo. Ahora tienen un lugar propio en el que seguir progresando y formando niños: "Esto es muy completo a nivel físico y mental, pero también les enseñamos valores como el compañerismo y el respeto por la naturaleza".

La mayoría de los chavales probaron en alguno de los campamentos o en jornadas de puertas abiertas de los colegios y ya siguieron. "Es entretenido, estás con mucha gente, haces amigos...", enumera Martí. "A mí me gusta la tensión que sientes en lo alto, esa adrenalina", aporta Santi. "Yo iba con mi padre a escalar en sitios como rocas y árboles, aquí es más difícil, pero llevo un año y medio y me gusta", apunta Pilar. "Los desplomes es lo que más me cuesta", dice Consuelo y Diego añade que es importante "aprender a dominar el cuerpo". "Es que hay que confiar en uno mismo", interviene uno de los monitores. En su caso, él ayuda y es ayudado a través de un convenio con la Fundación Emalcsa para la protección de los menores en riesgo de exclusión social. Norma número uno: nunca hay que dejar atrás a un compañero.