Devon Loch, un caballo que acababa de cumplir diez años y pertenecía a la Reina Madre, llegó al Grand National de 1956 como uno de los grandes favoritos a la victoria. Así lo decían las apuestas, fiel termómetro para calibrar las esperanzas de los participantes. Esa temporada había sumado un par de victorias de prestigio y los analistas le habían situado solo por detrás de Must, Sundew y de Early Mist, que ya sabía lo que era ganar la exigente carrera de obstáculos que desde 1839 se disputa en el hipódromo de Aintree, en las afueras de la ciudad de Liverpool.

Dick Francis fue el jinete elegido para montar al caballo. Era un tipo ya veterano, con más de trescientas victorias a lo largo de su vida, y una de las personas de confianza de la Reina Madre que solía reservar para él sus principales monturas. Francis conocía bien a Devon Loch y por primera vez en mucho tiempo existía en la Familia Real británica la sensación de que uno de sus caballos podía conseguir la victoria en la carrera de obstáculos más importante del año. Era algo que no sucedía desde que Ambush II, que pertenecía al Príncipe Eduardo, ganase la edición de 1900. Más de cincuenta años sin un triunfo era un tiempo considerable para una cuadra como esa.

Con la pista embarrada (un clásico en Aintree) la carrera se convertiría en una prueba de resistencia en la que era fundamental dosificar el esfuerzo del caballo y eso Francis lo hizo como nadie. No tardaron en perder sus opciones buena parte de los favoritos. Los treinta obstáculos que debían saltar los 29 participantes no tardaron en cobrarse víctimas ilustres. Must y Early Mist se cayeron en el primer salto, lo que generó un considerable desencanto en la muchedumbre que se reunió en el recinto. Muchos tickets de apuestas volaron con solo unos segundos de carrera e hicieron crecer las esperanzas del palco en el que la Reina Madre seguía la carrera en compañía de sus hijas, las princesas Isabel y Margarita, igual de fanáticas que ella por la hípica.

Devon Loch se instaló pronto en el grupo de cabeza. Sin forzarle, Dick Francis le llevó tranquilo, centrándose en superar los obstáculos sin necesidad de estresarle. A su lado se sucedían las caídas. Una de las últimas tuvo como protagonista a Sundew, el caballo que un año después conseguiría la victoria y la principal amenaza que en ese momento quedaba en carrera. Los caballos enfilaban los últimos mil metros de la carrera con Devon Loch en cabeza seguido por ESB que parecía el único capacitado para disputarle el triunfo. Pero Dick Francis apretó a su montura y ya no hubo carrera. Salió disparado tras los últimos obstáculos mientras sus rivales se resentían por el esfuerzo.

Un paseo militar. El caballo entró en la zona de más público disparado en busca de la línea de meta. Doscientos metros, cien, cincuenta...y de repente sucedió lo impensable.

Sin ninguna causa que lo justificase Devon Loch detuvo su carrera para dar un pequeño salto con las patas extendidas y caer sobre su panza. Un movimiento casi cómico que detuvo por completo su galope y lo dejó en mitad de la pista parado mientras era alcanzado por sus perseguidores. Dick Francis, tan perplejo como el público que asistía al acontecimiento, no reaccionó. Se quedó sobre el caballo dándose golpes en las piernas sin entender lo que había sucedido. Luego se bajó y caminó con la cabeza gacha hasta que cruzaron así la línea de meta. Para el caballo era una lástima perder de aquel modo la carrera más importante, pero también para Francis que estaba a punto de lograr la victoria más grande de su vida deportiva.

La Reina Madre acudió rápido a consolar al jinete y cuando se le preguntó sobre lo sucedido reaccionó con una sonrisa y un "las carreras son así". Dick Francis no encajó con la misma elegancia aquel palo. "La mayor decepción de mi vida", se limitó a decir. Tan abatido estaba que dejó la hípica. No volvió a montar un caballo en una carrera. Se dedicó al periodismo y a escribir novelas de misterio con las que obtuvo un razonable éxito. Pero sobre su vida siempre revoloteó lo sucedido aquel 24 de marzo de 1956.

Sobre lo sucedido corrieron muchas teorías. La más extendida es que el caballo sufrió un calambre que le provocó un colapso en los cuartos traseros y le hizo dar ese pequeño salto, pero la mayoría se apuntan a la teoría de que una sombra hizo creer al caballo que debía afrontar un nuevo salto y le llevó a tomar esa reacción. Llegó incluso a especularse con un posible ataque al corazón aunque los veterinarios lo descartaron de inmediato por la facilidad con la que se recuperó.

Nadie sabe realmente qué pudo suceder en aquel instante fatídico, cuando solo le separaban diez zancadas de la línea de meta. La cuestión es que el caballo se dejó en aquel incomprensible gesto la posibilidad de lograr un triunfo histórico para él y para quien le montaba. Devon Loch volvió a competir, pero ya lejos de los grandes escenarios. Como su abuelo fue utilizado por los criadores como semental hasta que enfermó en el frío invierno de 1963 y hubo de ser sacrificado por sus propietarios.

Pero el recuerdo de aquel caballo y de lo sucedido en Aintree en 1956 perdura hoy en día en una sociedad en la que las carreras hípicas constituyen una de sus grandes pasiones. "Hacerse un Devon Loch" se transformó en una expresión recurrente de la que echan mano tanto aficionados como analistas cada vez que quieren describir una situación en la que alguien deja escapar de forma incomprensible una victoria que parece tener en la mano. Dick Francis, que murió en 2010 a los 89 años de edad, se cansó de escucharla y cada vez que lo hacía sentía una punzada de dolor en el alma.