Un penalti transformado por Salah a los dos minutos y otro tanto de Origi al final bastaron al Liverpool para reencontrarse con la gloria, conquistar la sexta Liga de Campeones de su historia y enterrar la fama de perdedor de su técnico, el alemán Jurgen Klopp, que ya tiene el ansiado trofeo.

El disparo desde los once metros resume un choque cargado de alicientes, prometedor, pero superado por el exceso de respeto, la falta de ritmo y la escasa precisión. Solo resucitó al final. Cuando el Tottenham acudió a la desesperada en busca del empate.

Fue la reconquista de Europa del Liverpool, que dejó al Tottenham sin completar su sueño en una temporada plagada de milagros pero cruel al final.

Le bastó con esos dos destellos al Liverpool para dejar atrás sus decepciones recientes y devolver al primer plano de la competición al fútbol inglés, que puso fin al exitoso ciclo español, acaparador de la copa en el último lustro. En Madrid, el Liverpool recupera la gloria para Inglaterra que tuvo al Chelsea, en el curso 2011-12 tras vencer en los penaltis al Bayern Múnich, a su último campeón.

Más han tardado los reds en recuperar el mando. Catorce temporadas después el Liverpool manda en Europa el día que Klopp se reencontró con el éxito después de siete finales perdidas. La más reciente, la del pasado año en Kiev. Aunque también dolorosa la del 2013, cuando dirigía al Borussia Dortmund ante el Bayern en Wembley.

El duelo comenzó sin reserva. Ni Pochettino ni Klopp quisieron ahorrar nada en la final. El técnico argentino tiró de Harry Kane, a pesar de estar fuera de la competición desde que se lesionó en el tobillo derecho el pasado 9 de abril contra el Manchester City. Abanderó el ataque de su equipo igual que Roberto Firmino en el Liverpool. La presencia del brasileño era presumible. Llevaba tiempo ejercitándose con normalidad con el resto del plantel. La duda expresada por su entrenador en la víspera solo podía formar parte de la estrategia. Los reds ya tenían a su tridente de nuevo.

Una puesta en escena alentadora igual que el arranque del partido, desnivelado en la primera jugada. Nada más sacar de centro. En el primer balón que llegó al área del Tottenham y que fue recogido por Mané. Su intento de pase fue interceptado con el brazo por Sissoko. Salah no falló desde los once metros y puso por delante al Liverpool a los dos minutos.

La acción, lejos de agitar el encuentro, lo adormeció. Tuvo un efecto sedante para dos equipos que presumen de tener las mejores transiciones de la competición. De jugar a todo ritmo. De ejercer una presión asfixiante sobre el rival.

El gol encajado asustó al Tottenham, invadido por la imprecisión y por el temor a encajar un nuevo revés que fuera definitivo. No hubo noticias de Alisson, el portero red, casi un mero espectador por su área.

El Liverpool optó por especular, por adormecer el juego, agotar el tiempo y jugar al fallo del rival. Fueron los laterales los que amenazaron a Hugo Lloris en acciones puntuales. Nada que ver con el Liverpool que sonrojó al Barcelona en semifinales. Tampoco hubo noticias del Tottenham que desplumó al Ajax.

Klopp recurrió a Divock Origi, uno de los héroes de Anfield ante el conjunto de Ernesto Valverde. Pochettino pensó en Lucas Moura, que se ganó el derecho a ser protagonista en la final tras el hat trick de Amsterdam.

Se desató el Tottenham al final. Encerró al Liverpool en su área y encontró ocasiones de sobra para llevar el choque a la prórroga. Primero con un tiro del surcoreano Son Heung Min y acto seguido de Moura. Bajo palos se topó con Alisson, una garantía.

En pleno entusiasmo londinense, con Fernando Llorente ya en el campo ante la desesperación de una igualada que no llegaba, Origi evitó la zozobra y la posibilidad de la prórroga al superar a Hugo Lloris con un tiro cruzado, rubricar la final y ensanchar la historia del Liverpool.