"Desde Stettin, en el Báltico, a Triestre, en el Adriático, ha caído sobre el continente un telón de acero". Es la frase histórica con la que Winston Churchill acuñó el término con el que se acompañó la definición de la Guerra Fría, dos bloques enfrentados con dos ideologías contrapuestas. En Gwangju, Corea, otro país que muy a su pesar también sabe mucho de conflictos bélicos que parten en dos una nación hermana, a la Federación Internacional de Natación (FINA) le ha estallado una guerra en las manos. El ya conocido como caso Sun Yang ha caído como una bomba cuyo alcance de su fuerza expansiva todavía no se acierta a conocer. Nunca se había visto algo así en la piscina. Y por si no había quedado claro a la primera, cuando el australiano Mack Horton abrió la veda al negarse a posar al lado del chino en el podio del 400 libres, ayer se repitió la escena en el del 200 con el británico Duncan Scott como protagonista. Esta vez Yang ya estaba en preaviso y pudo preparar su contrarrespuesta. Se acercó a su rival, le llamó "perdedor" „según los medios ingleses„ y con el puño apretado celebró con rabia su triunfo, que por cierto le llegó de rebote porque había sido segundo en la final y el primero, el lituano Danas Rapsys, fue descalificado por moverse en el momento de la salida. Rocambolesco.

Australia y Gran Bretaña, el eje de la Commonwealth, parecen los dos países dispuestos a liderar las protestas contra Sun Yang, aunque también han alzado la voz otros pesos pesados de este deporte. El hábitat natural en el que se mueve el chino es el de la polémica. Nunca ha estado libre de sospechas. De hecho, dio positivo en 2014, algo que no le impidió seguir con su cosecha de medallas en la piscina. "Sun Yang mea violenta, me dan ganas de vomitar", dijo durante los Juegos de Río en 2016 el multicampeón francés, ya retirado, Camille Lacourt. Un año antes, alegó unos supuestos problemas cardiacos para no presentarse, sin avisar, a la final del 1.500 en el Mundial. Accidentes de coche, peleas, altercados, vida de gángster en un país que le adora y que ha montado un muro, casi toda una muralla, a su alrededor para protegerle. El último capítulo, y el que más ha hecho enfadar a sus rivales, fue a finales de 2018, cuando sus guardaespaldas rompieron una muestra con la sangre que los inspectores antidopaje le habían sacado por sorpresa.

La situación es incómoda. Pero más la respuesta de la FINA, que dio carpetazo al asunto. Solo ante un requerimiento de la Agencia Mundial Antidopaje, el Tribunal de Arbitraje Deportivo estudiará el caso el próximo mes de septiembre, cuando Yang se enfrentará a una sanción de por vida. Habrá pasado un año desde lo ocurrido, dos medallas de oro y un Mundial de por medio en el que, de haber sido más diligentes los mandamases de la natación mundial, se habían ahorrado esta vergüenza. De momento, lo están intentando arreglar. Ya escribieron una carta a la federación australiana para pedirle que reprenda a Horton. Cabe esperar que hagan lo mismo ahora con la inglesa.

El inevitable paso del tiempo

Entre tanto odio, gestos como el del podio del 100 mariposa femenino cobran un digno significado. Sjostrom había perdido, algo a lo que no está acostumbrada, pero puso su mejor cara para entre ella, la ganadora MacNail y la australiana McKeon, enviar un mensaje de ánimo a la japonesa Rikako Ikee, que debería estar allí, peleando contra ellas, pero que en cambio se encuentra luchando en otro escenario, un hospital, contra un rival más agresivo como la leucemia.

Pocas nadadoras han sido tan dominantes como la sueca, Katinka Hosszu y Katie Ledecky. El Mundial tenía que ser cosa de las tres. Pero por unos motivos u otros han tenido que ceder protagonismo ante las nuevas generaciones, como ellas mismas hicieron en su momento. La sueca era una quinceañera cuando en Roma 2009, hace ya diez años, irrumpió como un ciclón en el panorama internacional. Fue en la misma fecha en la que la húngara logró su primer título universal, aunque su estreno en el podio había sido en 2004, con 15. La misma edad que acababa de cumplir Katie Ledecky cuando en Londres 2012 empezó a cimentar su reinado con su oro olímpico en 800 libres.

Hasta las diosas sufren los implacables efectos del paso del tiempo. Sjostrom, que solo tiene 25, se vio superada por la canadiense Margaret McNail, de 19. Ledecky, de 22, por los 18 de Ariarne Titmus y por los efectos de una enfermedad, de la que su federación no quiso informar más, que le impidió salir en la final de 1.500 y en las series de los 200, en los que hoy defiende el trono otra de las veteranas, la italiana Federica Pelegrini, que debutó en un podio internacional en Atenas 2004 con 16 años y tres lustros después, con 31, sigue al pie del cañón.

De las tres llamadas a reina del campeonato, solo Hosszu, ya con 30 años, retuvo su corona en los estilos, pero no es la iron lady que podía nadar un sinfín de pruebas sin inmutarse. Se borró de los 100 espalda. Ayer lo hizo de los 200 libres y ya solo le quedan las bazas de 200 espalda y 400 estilos. De todas formas, no han sido pocos los que han conseguido repetir en lo más alto del podio con respecto a Budapest 2017. Lo hizo el ya mencionado Sun Yang; el británico Adam Peaty en 100 braza; la canadiense Kylie Masse en 100 espalda; el chino Jianyu Xu en 100 espalda y la estadounidense Lily King en 100 braza. Los cinco, salvo el primero, tienen menos de 25 años.