Superadas en ocho minutos las ocho de la tarde en Nueva York „madrugada española„ Rafael Nadal se deja caer sobre el cemento azul de la Arthur Ashe. Después de 4 horas y 51 minutos de una batalla excelsa el español al fin puede respirar hondo y tranquilo. La bola restada por Daniil Medvedev supera la línea de fondo y ahí acaba una final del Abierto de Estados Unidos que puede no haya sido la más bella de la historia, pero que a buen seguro tendrá un lugar muy de honor en cuanto a lucha, entrega y, también, un ramillete de golpes excepcionales. Una final, en suma, superlativa.

La batalla fue extrema, pero la victoria (7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-3) en la final más larga de Nueva York sin que ningún set llegara al desempate también trae consigo un botín extraordinario para Nadal: su cuarto título en Flushing Meadows, el decimonoveno major, a uno de la veintena de récord de Roger Federer, y a solo 640 puntos de arrebatar a Novak Djokovic el número uno mundial. Pero conviene ir poco a poco.

Carrusel de emociones. No tenía Nadal enfrente ni a Federer ni a Djokovic, pero sí al jugador que se presentaba luciendo el mayor número de victorias a lo largo de 2019, cincuenta. Nadal tampoco es que le fuera a la zaga (46) y, además, venía de ganarle en la final de Montreal por 6-3 y 6-0. Y, como entonces, el manacorí acertaba en el momento clave de la primera manga para cobrar ventaja y, superada la primera cima, lanzarse tumba abierta a por la victoria: 7-5, 6-3 y 3-2 en el tercer set tras romper el saque del moscovita.

Pero este Medvedev es muy distinto al de Montreal. Allí bajó los brazos un par de minutos y sufrió el duro rosco de Nadal. Aprendió y planta batalla. Su rostro no transmite emoción alguna, pero sus brazos restallan como látigos y alcanza todos los rincones con su enorme zancada para responder a las acometidas de Rafa con una violencia aún mayor. Y el descenso a la meta se convierte en un muro para Nadal, incapaz de sortear las minas del juego robótico del ruso, que, jaleado por el público, se apunta las dos siguientes mangas (5-7, 4-6) y que inicia la quinta como un ciclón...

¡Vamos! La experiencia de Nadal (33 años) contra la insultante determinación de la juventud de Medvedev, diez años más joven. Pero en la pista la diferencia de edad no se nota, como tampoco se aprecia que uno (Nadal) esté disputando su 27.ª final de un torneo del Grand Slam y que para el otro sea la primera. Nadal tira de experiencia, cambiando velocidades, alturas, direcciones. Medvedev responde con trallazos. Pero de repente, y tras salvar una bola de ruptura en el cuarto juego, Nadal estalla. "¡Vamos!" grita, mientras lanza el puño al aire y reclama el apoyo de una grada que, entonces sí, se rinde al gladiador por excelencia. Y del 2-2 se pasa al 5-2 con dos breaks consecutivos en los que Rafa volteó un 40-0 a favor del ruso en el primero y un 30-0 en el segundo.

El choque, entonces, parece decidido, pero aún hay que esperar. El árbitro ayuda. Con 30-40 para Medvedev en el octavo juego señala a Nadal una tercera infracción por superar el límite de tiempo (¿podría implantarse esa norma en el fútbol con los saques de falta o de portería por parte de los equipos con ventaja en el marcador?) y Rafa pierde el juego. El ciprés Medvedev (1,98) se crece. Luego gana en blanco su servicio y un escalofrío recorre las gradas del nadalismo, desvelado y comiéndose los puños en la madrugada. Con 5-4 llega el zar ruso a tener una oportunidad de igualar el choque (30-40), pero Nadal tira de raza, de genio, de temple y de sabiduría. Un buen saque, una dejada estratosférica y otro saquetón que Medvedev envía por detrás de la línea de fondo cierran el partido. Puede que no haya sido la final más bella, pero nadie se atreverá a decir que no fue la más batallada.

La estadística tuvo al final razón: Medvedev sumaba una quinta derrota a las cuatro que llevaba en todos los partidos culminados en su carrera a cinco mangas, y Rafa sigue sin perder una final tras situarse 2-0 por delante. Y si el balear ganó Roland Garros inmediatamente después de haber ganado en el Master 1.000 de Roma, ahora ganó en Nueva York justo después de conquistar el de Montreal. Lo dicen los datos: Desde el torneo romano suma 29 victorias por una única derrota, la sufrida ante Federer en la semifinal de Wimbledon.

Pista rápida. Fueron 4 horas y 51 minutos de lucha sin cuartel. Grandiosa. Dicen que la de Flushing Meadows es pista rápida. Hubo, sí, muchos buenos saques y también acciones de saque y volea, pero también puntos decididos tras cerca de una treintena de golpes, juegos que necesitaron más de siete minutos para inclinarse definitivamente y cada set precisó casi una hora para definirse. Ante Nadal las prisas no son buenas consejeras.

Hay quien sigue manteniendo que el balear es un jugador de arcilla. Sus números en torneos como Montecarlo, Barcelona, Roma y, sobre todo, Roland Garros atestiguan que es el mejor de la historia en tierra. Pero su meta está en ser el mejor de la historia. Y punto. Con diecinueve grandes está a sólo uno de Federer y con su cuarto título en Nueva York está a la misma altura de McEnroe y a una victoria del repóquer logrado en Flushing Meadows por Connors, Sampras y el propio Federer. Y ha ganado dos veces en Wimbledon y una más en Australia, donde además disputó en total otras seis finales. ¿Terrícola?

El 'Big Three' y la 'NextGen'. Entre Nadal (33 años) y Djokovic (32) se reparten los cuatro majors del año, como entre ellos y Federer (37) suman los últimos doce disputados (cinco el español, tres el suizo y el serbio). El Big Three incrementa unos números ya de por sí irrepetibles (desde 2005 acumulan 51 de los 60 torneos del Grand Slam disputados) al tiempo que sigue frenando a esa NextGen que tiene en Medvedev a un nuevo abanderado, ya por delante en el ranking mundial de unos Zverev, Tsitsipas, Kyrgios o Berrettini. Entre unos y otros queda otra generación intermedia (Nishikori, Dimitrov, Monfils...) que ven cómo el arroz se les pasa sin remisión.

Solo con los 5.820 puntos sumados este año en los cuatro grandes (1.200 como finalista en Melbourne, 620 por la semifinal de Londres y los 4.000 de sus victorias en París y Nueva York) Rafa Nadal sería el segundo mejor jugador de 2019, únicamente superado por Novak Djokovic (7.265) y por delante de Roger Federer (5.510).

Calendario y boda. Y hablando de ranking, el bocado metido por Nadal a Djokovic en Nueva York (Rafa sumó 1.380 puntos y Nole se dejó 1.820 con su eliminación en cuartos) colocan al balear a un paso de recuperar el número uno mundial. Es un objetivo menor, pero para la historia todo cuenta. Y Nadal ya no defiende puntos de aquí a final de temporada (en 2018 no jugó más tras abandonar lesionado ante Del Potro en Nueva York) y Djokovic tiene que compensar los 2.600 logrados el pasado curso entre los Masters 1.000 de Shanghai y París y la Copa de Maestros de Londres.

Así las cosas, Nadal podría acabar el año al frente del ranking mundial (como ya hizo en 2008, 2010, 2013 y 2017) sin ni siquiera volver a jugar, pues le valdría con que Djokovic, con problemas en un hombro, no gane lo que ganó en 2018. Lo normal es que el balear, que cada vez cuida más su calendario, y el beneficio de ello es innegable, se tome ahora un descanso y que de volver a la pista lo haga en China, donde el próximo día 30 da comienzo el ATP 500 de Pekín y el 6 de octubre el Master 1.000 de Shanghai.

Pero todo sin olvidar que el gran compromiso que le queda este año es el de la boda con María Francisca Perelló, fijada para el 19 de octubre. Y quién sabe si antes de cerrar el año habrá tiempo hasta para jugar la nueva Copa Davis pergeñada por Gerard Piqué. Luego, sí, Australia y el objetivo de convertirse en el primer jugador de la era moderna del tenis en conseguir al menos dos títulos en los cuatro torneos del Grand Slam. Solo dos jugadores en toda la historia lo lograron con anterioridad: Roy Emerson y Rod Laver, quien en la madrugada española de ayer (lunes) entregaba a Rafael Nadal su cuarta copa neoyorkina como dándole el testigo para ser el más grande de la historia. Y punto.