"¿Nosotros qué hacemos?". Dos chicos se acercan a Necho Fernández en las pistas de atletismo del INEF de Bastiagueiro. "Vamos a ver qué hacemos con vosotros", les responde el entrenador. Es la primera vez que se ponen a sus órdenes. Los entrenadores de sus clubs les vieron con potencial para los lanzamientos y los mandaron a la cita con los gurús. Son dos. Con el mismo nombre: Raimundo Fernández. Padre e hijo. Ambos dirigen la Escuela de Lanzadores de A Coruña, un grupo de entrenamiento que en los años noventa vivió su época dorada. De la fábrica salieron plusmarquistas nacionales y deportistas olímpicos. Ángeles Barreiro, Dolores Pedraza, Julián Sotelo, Mercedes de Santalo... la elite nacional. Un brillo que se oscureció pero que está volviendo a relucir. "Cuando todos esos campeones se marcharon, decidimos mirar a la cantera y llevamos cinco o seis años centrados en ella", explica Necho, uno de los alumnos aventajados de su padre, primero en la pista y ahora como entrenador. Y los resultados les respaldan. La temporada que acaba de terminar, casi todos se subieron a los podios autonómicos y tres de ellos, al nacional: el discóbolo Nicolás Ortega en la categoría sub 16 (plata); la jabalinista Ivanna Román en la júnior (oro) y la también jabalinista Menchu Parrondo, en la absoluta (plata). "Cada año nos está yendo mejor".

Empiezan a recoger las semillas de una cosecha con la que hay que tener especial paciencia para regarla. "El proceso para formar a un lanzador lleva siete años", aclara Necho, "y ellos „los señala mientras juegan una pachanga de fútbol como calentamiento del entrenamiento„ la mayoría, todavía están en esa etapa". Los lanzamientos son una disciplina muy técnica en la que todo tiene que estar conectado. "La capacidad física se va engrandando con la técnica. Para hacer correctamente ciertas cosas de la técnica tienes que tener unas condiciones físicas de elasticidad, velocidad y fuerza, porque si no ya no eres capaz de hacerlas. Y la cabeza influye. El que tiene mentalidad de campeón, quien lo trae de serie, es el que da alegrías. Pero también hay que trabajarlo", esgrime sobre la fórmula del éxito.

De serie también hay que traer otro tipo de condiciones. Es innegables es que los lanzadores son personas grandes. "Pero no puede ser cualquiera. Es decir, tengo un chico gordito, que haga lanzamientos. Tiene que ser alguien coordinado, que domine su cuerpo, con unas cualidades físicas concretas", apunta. Aunque para Fernández el ingrediente secreto es la base de la "diversión". Sus pupilos se pasan tres horas diarias, seis veces a la semana, metidos en la pista. Mucho tiempo para estar a contra gusto. "Es que los lanzamientos necesitan trabajo y dedicación. No es coger un crono y a correr", añade. Lo que también implica otro tipo de inversión, y no solo de tiempo: "Necesitamos una estructura, materiales... no es un deporte que llevado al alto rendimiento sea barato". Por eso cree que, para dar ese empujón final, ese salto de calidad para mirar de tú a tú al pasado y volver al brillo internacional, hace falta una apuesta institucional mayor, además de la ayuda del INEF y de la Federación Gallega de Atletismo, que les dan soporte para poder ser considerados núcleos de alto rendimiento.

Las carencias que puedan tener las cubren con la calidad de sus atletas, con los tres medallistas nacionales a la cabeza. Ivanna Román, que ya había sido campeona de España juvenil, repitió este año en lo más alto del podio de jabalina, pero en júnior. "Se quedó un poco estancada con la marca por problemas físicos. Pero el trabajo está ahí y saldrá en algún momento", analiza. La de su compañera Carmen Parrondo, Menchu para los que la tratan en el día a día, es por su parte una historia de superación. Muchos, en su situación, hubiesen tirado la toalla. Y es que esta asturiana, que lleva diez años en Galicia, no mejoraba marca desde 2011. Con el cuerpo machado y la cabeza hundida volvió a A Coruña, donde ya había sido feliz, para colgarse la plata absoluta y, lo más importante, mandar la jabalina más lejos que nunca. Es la especialidad de la casa, pero con Nico Ortega hubo que hacer una excepción. Solo hace falta mirarle. Grande. Hombros anchos. Con la musculatura todavía por desarrollar dada su juventud „tiene solo 16 años„ y unos brazos que no tienen fin. La fisionomía por excelencia del discóbolo."Es un talento al que sigue incluso la Federación Española", aporta. Necho se queda hablando con los dos chicos de antes. Largos. Grandes. Sabrá qué es lo que más se adapta a ellos. Le llueven las solicitudes para unirse a su escuela. La nave zarpa y nadie se quiere quedar en tierra.