Blas Rodríguez siente locura por la montaña. A veces hasta literal. Este coruñés de 57 años acaba de regresar del valle de Aosta, en los Alpes italianos, donde cumplió el sueño de llegar a la meta en el Tor des Geants: 333 kilómetros y 25.000 metros positivos por las altas vías 1 y 2 repartidos en seis días y cinco noches. En total 119 horas. "Pensaba que me llevaría 140, así que mucho mejor de lo esperado", analiza. Casi no existe el descanso, salvo pequeñas paradas para reponer sueño con siestas, a veces a la intemperie. Por eso no es raro perder la cabeza. "Puedes tener alucinaciones. El truco es seguir andando y mirando hacia abajo", explica. "Esta vez no fueron tan fuertes. En una carrera veía señoras pidiendo en cada piedra. Eso llega a asustar. En esta ocasión lo fui controlando muy bien y la máximo fue girarme a hablar con mi perra Torca -que no estaba allí con él-", aclara.

Hay muchos que pueden considerarle "un chalado". Pero bendita locura. Hace veinte años que descubrió las carreras de montaña para enamorarse para siempre. Es ya un conocido en las pruebas gallegas y españolas, tanto por su faceta como atleta como por la de organizador. Y como una cosa lleva a la otra, el Tor des Geants se le metió entre ceja y ceja hace unos cuatro años. Nada fácil. "Primero quería hacer unas cien millas. Cuando lo conseguí ya pensé que si se podían estar dos días sin dormir, también cinco durmiendo poco", recuerda. Pero ya solo la inscripción es cuestión de suerte. De los 3.500 que se apuntan de todo el mundo, solo 700 logran dorsal, 47 de España y 2 de Galicia. Le tocó la suerte. Y estaba preparado física y mentalmente.

"Yo sabía que, salvo por una lesión, iba a acabar", dice. No había otra opción. Ni siquiera cuando a 70 kilómetros de saborear el éxito una rodilla empezó a fallarle. "Yo rompí el ligamento y el menisco en una rodilla e iba con algo de miedo. Al final la que me dio la lata fue la otra". Más importante era ir preparado de cabeza. Es lo que marque la diferencia en una prueba de resistencia y autosuficiencia en la que durante muchas horas el deportista está solo a merced de la naturaleza. Por lo menos de refugio en refugio y hasta la siguiente base de vida, donde paraban a reponer material, ropa, comida, bebida y dormir. También podían hacerlo al aire libre. "Tengo comprobado que si duermo cinco minutos recupero batería para seguir otras cuatro o cinco horas. Son las llamadas microsiestas", analiza. Fundamental. "Tienes que manejar los tiempos de dormir, no caer en los momentos malos en el pesimismo... hay que buscar algo que motive, desde los amigos que te están mandando ánimos desde casa, hasta la propia montaña", añade.

Porque eso es algo impagable. Sobre todo al amanecer. "Los primeros días nos hizo mucho frío, incluso nevó en la salida", explica el coruñés, que reside en Oleiros, "pero después hizo un gran tiempo con unas noches de luna llena, unos amaneceres en los que las montañas se ponían naranjas y poco a poco cambiaba la luz y se iban perfilando todas sus siluetas", describe. Una sensación única porque por el recorrido se puede disfrutar de las vistas del Mont Blanc, el Monte Rosa, el Cervino y el Gran Paradiso, los cuatro cuatromiles de la zona. Momentos indescriptibles, como lo fue la entrada en meta: "Lloras un poco antes de llegar, porque es un sueño cumplido. Y se lo dediqué a mi madre, porque ella me enseñó lo que es la lucha y el coraje", recuerda.

Había llegado muy preparado. En su rutina diaria ya estaban incluidas dos horas de gimnasio, con pesas y bicicleta. Como extra, realizó el último año muchas salidas a la montaña, para pasar muchas horas allí, más que corriendo, caminando. Y también fue quince días a los Pirineos. "Hacía entre 40 y 50 kilómetros diarios y dormía en refugios", comenta. Un buen ensayo de lo que le esperaba en los Alpes, sobre todo por la opción de entrenar en altura. "A los que vivimos al nivel del mar nos penaliza mucho subir por encima de 2.500 metros. Manejo muy bien la técnica de bajada, así que bajando compenso lo que pierdo subiendo", continúa.

Ya es todo un experto, con más de 20 años entregado a las carreras de montaña. Empezó tras su lesión de rodilla. "Y el primer día que fui a los Ancares ya supe que este iba a ser mi modo de vida", reconoce. Más especializado en las pruebas largas y técnicas, a veces piensa que debería bajar el ritmo. "Pero la sensación que tengo después de cada carrera es de felicidad", explica. Eso y empezar a responder mensajes. "Todavía tengo unos 170 que no he podido responder, pero lo haré", apunta. Sus amigos están tan orgullosos que incluso le fueron a recibir al aeropuerto de Santiago. Así que, que se preparen para el siguiente reto: la Ronda dels Cims, una ultra trail en Andorra de 172 kilómetros. "Técnicamente es la más dura de Europa". Eso para 2020.