Entre la Yanna (paraíso islámico) del refrigerado estadio Khalifa y el Yahannam (infierno) de Al Corniche, escenario del maratón y de la marcha, los Campeonatos del Mundo han ofrecido dos formas de tratar a los atletas: rodeándoles de toda suerte de comodidades o poniendo en riesgo su salud.

Quienes compitieron dentro del estadio contaron maravillas del microclima creado mediante potentes cañones que exhalaban aire fresco, de las magníficas instalaciones en la pista y en la zona de calentamiento, de las condiciones ideales para competir.

Marchadores y maratonistas, por el contrario, proferían pestes contra quienes tuvieron la ocurrencia de conceder los Mundiales a Doha sin reparar en que estas dos disciplinas no pueden disputarse al abrigo del estadio.

No hubo, por fortuna, desgracias personales en la bahía de Doha y el maratón masculino, que cerraba el programa de Al Corniche la madrugada del domingo, pudo disputarse en condiciones algo menos severas (31 grados y 48 por ciento de humedad).

Las gradas del estadio ofrecieron una imagen desoladora hasta que el ídolo local, Mutaz Essah Barshim, las llenó el último viernes para la final de altura, en la que regaló a sus paisanos la medalla de oro, la segunda consecutiva.

Los Mundiales de Doha alcanzaron en el despoblado estadio el mejor nivel de marcas de la historia, según la IAAF.

De acuerdo con el ranking, tomando en consideración las cinco mejores de las 24 mejores pruebas, han sido los mejores de la historia, con 195,869 puntos, seguidos de Pekín 2015 (194,547), Londres 2017 (193,426), Moscú 2013 (192,664) y Berlín 2009 (191,168).

En cuanto a actuaciones individuales, las marcas más valiosas salieron de la final de peso: los 22,91 metros de Joe Kovacs (1.295 puntos), y los 22,90 de Tom Walsh y de Ryan Crouser (1.294). A continuación, los 9.76 segundos de Christian Coleman en 100 metros (1.291) y los 43.48 de Steven Gardiner en 400 (1.289). En categoría femenina, las mejores marcas fueron el salto de 7,30 metros de Malaika Mihambo en longitud (1.288 puntos), los 48.14 de Salwa Eid Naser (1.281) y los 48.37 de Shaunae Miller-Uibo en 400 (1.272), los 3:51.95 de Sifan Hassan en 1.500 (1.271) y los 6.981 puntos de Katarina Johnson-Thompson en el heptatlón (1.269)

¿Qué tuvieron en común Shaunae Miller-Uibo, Laura Muir, Ryan Crouser o Sydney McLaughlin? Los cuatro compartieron una parecida decepción. Lograron marcas estratosféricas, muy por encima de sus expectativas, y sin embargo no alcanzaron la victoria. Miller-Uibo batió en 400 el récord centroamericano y del Caribe con 48.37, pero Salwa Eid Naser hizo 48.14, la tercera mejor marca de la historia.

Muir se declaró en shock. No acertaba a explicarse cómo habiendo corrido la final de 1.500 en 3:55.76 sólo había sido quinta. Hassan, tirando casi desde el disparo, lo había hecho en 3:51.95, récord de los campeonatos.

Peor fue lo de Crouser, que lanzó el peso a 22,90 metros (cuarta marca de la historia) y no ganó. El oro, por un centímetro, fue para su compatriota Joe Kovacs en la mejor final de todos los tiempos. Aún fue mayor el disgusto de Darlan Romaní, que habiendo lanzado 22,53 se quedó sin medalla.

McLaughlin hizo récord personal en 400 vallas con 52.23, pero sólo le alcanzó para ser subcampeona. Su compatriota Dalilah Muhammad se embolsó 100.000 dólares adicionales por batir su récord del mundo con 52.16.

Shanieka Ricketts rozó el muro de los 15 metros en el triple pero hubo de rendirse ante Yulimar Rojas, que volvió a lanzar una carga de profundidad sobre el récord del mundo con un salto de 15,37, a sólo 13 centímetros de la plusmarca.

A diferencia de la era Usain Bolt, los campeonatos no centraron el foco de atención solo en los velocistas. Christian Coleman (100) y Noah Lyles (200) y Shelly-Ann Fraser-Pryce (100) y Dina Asher-Smith (200) lograron victorias brillantes, pero no se apropiaron de la atención, como ocurría con el astro jamaicano.

La bajísima afluencia se resolvió por decreto. La Fundación Catar, sin ánimo de lucro, invitó a todos sus miembros a poblar gratis las gradas, de forma que los tres últimos días la competición, sin alcanzar las cifras de Londres, donde el estadio lució repleto cada día, al menos recuperaron el ambiente de unos Mundiales.

El fantasma del dopaje, por el momento, solo ha tocado de refilón a Doha, donde compitieron destacados miembros, como Sifan Hassan, del Nike Oregon Project dirigido por Alberto Salazar, suspendido cuatro años. David Howman, director de la Unidad de Integridad del Atletismo, ha dicho que a los atletas que han entrenado con Salazar "habrá que echarles un ojo".