Hacía tiempo que Peter Taylor le insistía en la necesidad de fichar a aquel centrocampista que recorría el costado derecho de forma incansable durante todo el partido. Archie Gemmill, escocés, pelirrojo, un chico que llegó algo tarde a la élite porque se había pasado buena parte de su juventud recuperándose de un par de lesiones graves que comprometieron su carrera, empezaba a destacar en el Preston North End. Taylor, el fiel escudero de Brian Clough, el hombre que tenía un olfato especial a los futbolistas, el que veía más que los demás y tenía la intuición de un sabueso, había viajado varias veces a verle en acción. "Tenemos que ficharle", le insistía al genial y algo disparatado técnico. En 1970 el Derby County se preparaba para vivir su segunda temporada consecutiva en la máxima categoría. Desde que Clough y Taylor se habían sentado en su banquillo el club se había disparado: dos ascensos consecutivos y el cuarto puesto en la temporada del estreno en Primera. Lo impensable estaba sucediendo en aquella localidad situada en el corazón de Inglaterra. Pero querían más. Estaban decididos a desafiar a los grandes del país, a llegar donde nadie imaginaba y para eso necesitaban tener un especial cuidado con las contrataciones. Sin dinero ni prestigio era imposible competir con los mejores equipos del país y se hacía necesario adelantarse, intuir, ver lo que otros no y, por supuesto, tomar ciertos riesgos.

Un buen día de comienzos del verano de 1970 Taylor se presentó delante de Clough con un periódico que decía que Gemmill estaba cerca de cerrar su fichaje por el Everton. En aquel tiempo los equipos se enteraban así de buena parte de las operaciones que tramaban sus adversarios. Clough se subió inmediatamente al coche y puso rumbo a la casa de Archie Gemmill en Preston. Habitualmente ese era el plan del entrenador en la mayoría de los casos: negociar de frente, sin intermediarios, comerle la cabeza al futbolista, abrasarlo con su verborrea. Pero Gemmill era un tipo con un carácter especial que unos meses antes había llevado a su mujer, a punto de dar a luz, a Escocia porque no quería que su hijo naciese en Inglaterra. El futbolista se sorprendió al verle en la puerta de su casa, pero eso no le hizo bajar la guardia. Clough le insistió hasta el aburrimiento, pero Gemmill no cedía. Quería jugar en el Everton que le ofrecía un buen contrato e interesantes desafíos deportivos y Liverpool le parecía una ciudad mejor para criar a su hijo. Hasta el anochecer el técnico del Derby County trató de vencer su resistencia sin ningún éxito. Desairado, Clough dijo que se quedaría a dormir en su coche antes de regresar a casa porque ya estaba cansado para viajar de noche. Gemmill creía que esa era otra de sus tretas para tratar de ablandarlo hasta que vio que efectivamente reclinaba el asiento del conductor y se recostaba. Allí le dejó un buen rato hasta que la mujer del futbolista apareció entonces en escena y le dijo a su marido que no podían consentir que aquel hombre pasase la noche en aquellas condiciones y le insistió hasta convencerle para que durmiese en su casa. Y así fue. A la mañana siguiente, durante el desayuno que le ofrecieron, Clough volvió a la carga. Esta vez la resistencia de Gemmill ya no fue la misma. Él y su mujer habían advertido lo que tantos otros en el carácter y la personalidad del entrenador. Y delante de un plato de huevos fritos con bacon, Archie Gemmill estrechó la mano de Brian Clough y se comprometió a jugar en el Derby que cerró su compra al Preston a cambio de 60.000 libras.

No imaginaba el escocés que aquella decisión le iba a proporcionar tantas alegrías. Solo dos años después de invitarle a desayunar en su casa se cumplió el vaticinio del entrenador. El Derby County, un equipo salido casi de la nada, conquistó el título de Liga en la temporada 1971-72 tras un desenlace agónico porque sacaron solo un punto a Liverpool, Leeds y Manchester City que acabaron igualados. Curiosamente aquel título lo disfrutaron de vacaciones en Mallorca. Habían terminado su participación, pero el Leeds y el Liverpool aún tenían que jugar un partido pendiente cada uno. Necesitaban el tropiezo de ambos por lo que no tenían grandes esperanzas y tal vez por eso programaron unas vacaciones en equipo con sus familias. Y allí, con el bañador puesto, se enteraron de que eran campeones de Liga. Y Gemmill había sido uno de los protagonistas principales de aquella historia tal y como le pronosticó Brian Clough.

Poco después se rompería la relación entre ambos tras los problemas que el técnico tuvo con la directiva que acabaron con su despido en 1973. Gemmill, junto a varios de sus compañeros, hicieron pública una carta en la que pidieron que se reconsiderase esa decisión e incluso amenazaron con ir a la huelga si Clough no regresaba al banquillo de Baseball Ground. Pero perdieron ese pulso con los responsables del club. Gemmill se convirtió en un símbolo para los carneros de Derby donde ganó otro título de Liga y jugó siete temporadas consecutivas (casi trescientos partidos) hasta que en 1977 Brian Clough volvió a llamar a su puerta. Esta vez no hubo necesidad de estirar la conversación o invitar a desayunar. El centrocampista escocés aceptó la propuesta de Clough que trataba de repetir en el Nottingham Forest lo sucedido en Derby unos años antes. Y otra vez acertó. El Forest consiguió al año siguiente el título de Liga solo un año después de ascender a la máxima categoría. Y la cosa no quedó ahí porque un año después alcanzaron la final de la Copa de Europa que ganarían con un gol de Trevor Francis. Ese día, que debería ser el mejor de su vida, supuso una de las grandes bofetadas que Gemmill sufrió en su vida. Clough le dejó en el banquillo, algo que no podía imaginarse pese a que había sufrido una pequeña lesión en la ingle unas semanas antes. Siempre que ha hablado de ese partido el escocés reconoce, con cierta dosis de reproche, que le resultó imposible sentir la misma alegría que el resto de sus compañeros. "Odié cada minuto de aquel partido", dijo. Y se marchó del club de Nottingham para iniciar poco a poco su declive como futbolista.

Pero a Archie Gemmill, poco antes de vivir la decepción de la final no jugaba contra el Malmoe en Múnich, le tocó protagonizar uno de los grandes episodios de la historia del fútbol escocés. Sin duda el mejor gol que su selección anotó en un Mundial, una jugada icónica por su belleza, por el rival (Holanda) y porque por unos minutos hizo soñar al país con meterse en la fase final del torneo jugado en Argentina en 1978. Escocia se jugaba con Holanda la clasificación. Estaban en el segundo tiempo ganando 2-1, pero necesitaban imponerse por dos goles de diferencia. De repente Gemmill recogió un balón en el costado derecho y sentó a cuatro defensas antes de superar con calidad la salida del meta holandés. Seguramente ese gol merecía un mejor final, pero Jonny Rep, dos minutos después, anotó el segundo gol de Holanda que dejaba a una gran Escocia fuera de los ocho mejores del torneo y empujaba a la orange por el camino que les llevaría a la final. Aquella jugada del interior escocés forma parte de la memoria colectiva de su país, del fútbol mundial o incluso de la cultura moderna como se puede comprobar en Trainspotting, película en la que se hacen diferentes referencias a ese gol. Lo marcó Archie Gemmill, el futbolista al que le cambió la vida desayunando unos huevos fritos con bacon.