En el mundo solo hay cuatro personas con discapacidad visual que hayan sido reconocidas con el cinturón rojo y blanco 6º Dan. Y uno es coruñés. "Hay un serbio, un ucraniano y un ruso y ahora, yo", cuenta Pucho Boedo. Está orgulloso porque recién cumplidos los 60 años ha alcanzado un nivel de maestría avalado por su excelente palmarés deportivo, en el que relumbra su medalla de plata en los Juegos Paralímpicos de Atlanta 1996 y sus más recientes facetas como árbitro y docente en el Karbo y la Federación Gallega. El más importante y uno de las que más le motiva en este ámbito, es un proyecto federativo para formar y dar herramientas a los entrenadores para que trabajen con personas con discapacidad visual. "Pensaron que no había mejor persona que yo para dar esa asignatura", dice. Por eso se define a sí mismo como "la llave para la integración". Un juego de palabras con las técnicas de este deporte para tirar al suelo a los rivales y su apoyo a normalizar las distintas necesidades especiales de las personas.

"El mío es un curso único en España. Yo creo que en la Federación Gallega de judo la integración está asegurada. A la larga, el resto tienen que dar el mismo paso", expone. Seguro que esto sumó muchos puntos en su currículum para optar al cinturón rojo y blanco. Muchos piensan que el negro es el techo de todo judoka, que cuando es niño empieza en el blanco y va ascendiendo „blanco-amarillo, amarillo, amarillo-naranja, naranja, naranja-verde, verde, verde-azul, azul, azul-marrón, marrón y marrón-negro„. Pero dentro del negro hay distintos niveles (cinco Danes). Y cuando ya se llega a un nivel de entendimiento en todos los sentidos, te proponen para ascender al rojo y blanco (sexto, séptimo y octavo Dan). "Es cuando cumples ciertos requisitos y a mí la Federación Gallega me propuso a la España por mi historial deportivo y también por mi cooperación como árbitro y docente", cuenta. "Un consejo de maestros decidió que yo era apto. No es fácil ni entre los videntes, por lo que para mí es como coger el cielo con las manos', añade. Todavía queda por delante el cinturón rojo (noveno y décimo Dan). "Pero eso es cuando eres muy mayor y ya llevas muchos años dedicado a la profesión", explica, "por lo que me queda esperar unos cuantos años, hay que dejarlo reposar, como el vino".

De momento, solo piensa en "aprender, aprender y aprender para ser mejor profesor cada día". Boedo empezó tarde en el mundo del judo porque su primera incursión en un gimnasio fue con 24 años. Pero hoy por hoy no sabe vivir sin él. Primero disfrutó de una carrera deportiva con múltiples éxitos deportivos. En su palmarés, 38 medallas internacionales presididas por la plata que consiguió en Atlanta 1996. También estuvo en otros Juegos, en los de Sidney 2000, de los que se trajo un diploma olímpico. También fue subcampeón del mundo y en los Campeonatos de Europa tiene una medalla de cada: oro, plata y bronce. "Entrenaba siete horas diarias en la Blume. Me costó lo suyo llegar hasta dónde llegué", recuerda. Unos méritos que además también le valieron el reconocimiento al Mérito Deportivo de la Xunta de Galicia.

Cuando su vida deportiva se agotó, y después de pasar por un bache de salud „"superar un cáncer de colon es mi mejor medalla", dijo en una entrevista con LA OPINIÓN„ regresó al tatami para reorientar su carrera hacia la docencia. Y lo que es más importante, en intentar que otras personas con sus mismas condiciones puedan tener futuro en el judo. "A mí me costó muchísimo aprender", reconoce. Porque empezó tarde y porque nunca hasta entonces se le había enseñado a alguien que no podía ver. "Pero tuve muchísima suerte porque caí en las manos del maestro Rabuñal y de otros como Victorio González „diploma olímpico en Seúl 1988„ en el gimnasio Shiai", continúa con su historia, "y cuando me di cuenta, me vi en unos Juegos Olímpicos".

Contado así, parece fácil. Pero todo lo que se haga para mejorar esa comunicación entre profesor y alumno es bienvenido. Quién mejor que él que ha estado de los dos lados. Opina, sin embargo, que no hay muchas diferencias entre lo que es enseñar a una persona que ve y otra que no. "Es un deporte que para mí es el mejor para los que tienen discapacidad visual. Es muy de contacto físico, táctil y versátil, agarras al rival, notas sus movimientos, su respiración, sus palpitaciones, la forma en la que tira... es todo sensaciones", intenta explicar de cómo se vive un combate a oscuras. Con sus enseñanzas, a corto y medio paza habrá en Galicia más entrenadores con formación para tratar a personas como él. Es también una forma de devolver lo que le dieron a él, primero en el Shiai y ahora en el Karbo. "Jaime Roque y Miguel Piñeiro me abrieron las puertas del club y me enseñaron a ser profesor. Aquí me he sacado muchísima titulación. Entre el Karbo y la Federación me dan alas para querer esforzarme y aprender cada día", señala.

A sus 60 años, no se pone límites. "Nunca eres mayor para seguir aprendiendo", reflexiona, "y el judo nunca se da aprendido por completo, seas maestro o tengas el cinturón que tengas. Es una forma de mantener la cabeza ocupada". La disciplina obliga a reciclarse continamente porque salen metodologías nuevas, formas de enseñar a niños, a adultos y, por otro lado, la posibilidad de entrenar para competición. "No hace falta que sea un campeón", puntualiza, "no hay mayor satisfacción que ver a un alumno alcanzar el cinturón negro". Sonrisas que valen como medallas.