Los porteros. ¡Qué especie tan incomprendida! Los primeros a los que se les mira en la derrota y los últimos de los que se acuerdan en las victorias. Un trabajo ingrato, más en hockey sobre patines, cincuenta minutos allí agachados bajo los tres palos, envueltos en caparazones cual tortugas, desamparados, solitarios. Cierto que cada vez más protagonistas. Pero todavía grandes olvidados. Una condición que se multiplica por dos cuando lo que toca es ser el segundo, a la sombra. Compartiendo entrenamientos, viajes, vivencias, pero posiblemente el único del equipo que, partido tras partido, fin de semana tras fin de semana, no salga ni un segundo a la pista.

Por el Liceo han pasado muchos y muy buenos porteros. Y eso significa que otros tantos se tenían que sentar en el banquillo. Uno de ellos fue Alejandro Crespo, que creció mientras José Luis Huelves ocupaba la portería verdiblanca. Después llegó el siguiente crack, Ramón Canalda, que también le quitó el hueco pero con el que compartió plantilla en la temporada 1992-93, en la que se ganó la Liga, la Supercopa de Europa y la Intercontinental. El coruñés, no obstante, ya estaba acostumbrado a ser suplente. En otras categorías lo había sido hasta que un día tuvo su oportunidad, aunque curiosamente en la portería contraria. El Cibeles se presentó en A Coruña sin su portero y el Liceo le prestó al suyo. Firmó tan buen partido que los asturianos arañaron un empate y la carrera de Crespo daría entonces un vuelco.

Esa lección se la enseñó la semana pasada a los niños del Hockey Club Riazor. Allí su padre Fernando puso en marcha una pequeña escuela en la que mima con delicadeza a los porteros, donde no son los olvidados, sino los protagonistas. Aprovechando que su hijo estaba de visita en la ciudad -reside en Tenerife, a donde se marchó a jugar cuando se acabó su etapa en la casa verdiblanca y ya se quedó-, le invitó a dar una clase magistral. Repasaron desde el material hasta las posturas, pero sobre todo les invitó a seguir insistiendo, trabajando, sin rendirse, pero sobre todo, a divertirse. Porque, defendió, su posición es la mejor del equipo: "¿Cuántos jugadores hay en el equipo? Ocho. ¿Y porteros? Dos. Está clarísimo".

El exliceísta solo estuvo una semana en la ciudad, pero fue a tantas pistas como pudo, desde partidos de la categoría prebenjamín hasta de OK Liga y Liga Europea. "Allí mucho sol tendréis, pero para ver hockey... Tienes que venir aquí", bromeaba su padre. Pese a eso, sigue muy al día la actualidad de su deporte. Señala a Carlos Folguera -precisamente hermano de Albert Folguera, entrenador del Lleida, rival de ayer del Liceo- como uno de los porteros que marcó una época y de la actualidad se queda con el verdiblanco Carles Grau y el azulgrana Sergi Fernández.

Una oda a los porteros, a los que juegan y a los que no, porque eso es algo que va por dentro más allá de los minutos que se estén sobre la pista. Por eso me acuerdo ahora también de Martín Rodríguez. A la sombra de Malián, ahora a la de Grau. Pero con un apoyo incondicional y sobre todo, siempre una sonrisa.