¿Quién no recuerda las horas interminables jugando en el patio del colegio? Bocadillos gigantes. Sol en la cara o pisando los charcos. Pachangas que duraban todo el recreo o toda la tarde cuando las clases terminaban. A nadie le importaba el fortnite. Aquí el rey es el que aguanta más en la pista. Los derbis, los de A contra B. El patio curte el carácter, con cien niños y niñas de todas las edades detrás del mismo esférico. Y el físico, con los asfaltos que raspan los codos y las rodillas. El fútbol, para qué negarlo, suele ser el rey. Pero depende de qué colegio, empiezan a abrirse paso otro tipo de pelotas. Liceo, Dominicos y Compañía de María tienen ya un olor clásico a hockey sobre patines. Maristas, a baloncesto, sobre todo a baloncesto femenino. Y en Calasancias está de moda el voleibol. Los cinco equipos tienen en común que nacieron al amparo de esos patios colegiales para crecer hasta llegar a categoría nacional. Y con el lema del trabajo con la base. En ellos se encuentra la definición perfecta de canteranos. Es el caso de Joel Junco, Manuel Queiro y Lara Pena en Calasancias; de Jorge Ricoy, Ignacio Buruaga, Santi Miguélez, Andrés Miranda y Miguel Martínez en Compañía de María; de Iñigo Varela, Carlos de Ron y Manu Fernández Becerra en Dominicos; de Noemí Uzal y Dani López en el Liceo y de María Gorostizu en el Maristas. Jugadores que no solo han pasado por todas las categorías del club, sino que también lo hicieron por todos los cursos del colegio. Un sentimiento enraizado imposible de extirpar.

Calasancias. Se ha convertido en las últimas temporadas en una de las mejores canteras de España. De hecho, su equipo juvenil acaba de colgarse la medalla de bronce en el Nacional mientras que sus chicas cadetes son las vigentes campeonas de España. Y todo con el trabajo con gente de casa, en la que confían cuando hay que dar el paso de llegar a la elite. Es el caso del equipo masculino, que desde el curso pasado milita en Superliga 2 y sobrevive con una plantilla cien por cien colegial con un par de veteranos que se alían con los jugadores en los que se han depositado las esperanzas para el futuro. Joel Junco y Manuel Queiro son dos de ellos. Cumplen con esa definición de canteranos. Por eso ser del Calasancias, para ellos, es especial. "Significa ser de un club que cree en el trabajo de cantera y que gracias a eso ha conseguido cada vez más logros deportivos que son una inspiración para los niños de la cantera", asegura Queiro. "Es especial representar al equipo de tu colegio, en el que has estado desde los 3 hasta los 18 años", añade Junco. En su caso, vive el proceso desde el principio, cuando se decidió implantar la actividad de voleibol. "No me imaginaba llegar hasta este punto, pasar de la liga gallega a la categoría de plata nacional. Hemos conseguido algo histórico para el club", dice. Su generación sirvió de ejemplo para la de Queiro. "Cuando jugaba en categorías inferiores era bastante malo, pero era feliz por jugar con mis compañeros de siempre. A partir de juveniles empecé a ser más autocrítico y a intentar mejorar en cada entrenamiento y soñaba con llegar a categoría nacional", admite el que llegó a ser MVP de la jornada. Todas las horas jugadas en el patio, la mayoría a fútbol, calan en ellos y no se cambiarían. "Solo me iría si desapareciese el equipo", señala Joel. "De momento he rechazo ofertas porque prefiero seguir jugando con mis amigos", responde Queiro. Todavía quedan sueños por cumplir. "Me encantaría llevar al equipo a la Superliga" continua este. "Ya hemos abierto el camino", reconoce Junco. Este apunta a que el siguiente paso se puede dar en el equipo femenino. No sería descabellado ya que las cadetes son las vigentes campeonas de España. De esa generación es Lara Pena. Ella todavía recuerda las múltiples horas que se pasó en el patio jugando a voleibol, incluso antes de haberse apuntado a la actividad. Y ahora disfruta viendo a las que empiezan, que le recuerdan a ella misma, que llegó al colegio con dos años y lleva en el club ocho. "Es algo especial. Ser de Calasancias significa mucho porque es donde me desenvolví como jugadora y donde veo que el esfuerzo da sus frutos", explica, acordándose en especial dio un entrenador que le ayudó a ser la jugadora que es hoy en día. Y aún queda. "Como todo niño lo que quiero es jugar como lo hacen los mayores", por lo que un sueño sería disputar la Superliga 2 femenina con sus compañeras.

Compañía de María. Es el equipo de moda. Y el trabajo con la cantera tiene mucho que ver en ello. Con varios retoques para, en su estreno en la OK Plata, reforzar la plantilla esta se completa con jugadores de la casa, la mayoría jóvenes. Es el caso de Ignacio Buruaga, Jorge Ricoy y Santiago Menéndez, habituales con el primer equipo, y Andrés Miranda y Miguel Martínez, que compaginan los entrenamientos con los 'mayores' con sus actuaciones con el conjunto sénior, que se acaba de proclamar gallego y se clasificó para disputar la OK Bronce. Tanto tiempo en el colegio y en el club les ha marcado. "Para mí ser de CDM es todo lo que implica ponerse la camiseta del equipo, desde el compañerismo hasta querer mejorar, pero sobre todo pasárselo bien", responde Buruaga. "Es ser parte de una gran familia que te arropa", dice por su parte Martínez. "Me gusta porque es mi colegio y siempre me he sentido muy ligado a él. He pasado mucho tiempo, en el patio, en el comedor, en las actividades extraescolares... Conozco a mucha gente y es una gran parte de mi infancia. La verdad es que estoy muy orgullo de ser de CDM", aporta Ricoy. Algo parecido le pasa a Miguélez: "Es donde aprendí todo lo que sé de hockey y de valores". A lo que Miranda añade que hay "un ambiente perfecto y van las cosas rodadas".

Ninguno de los cinco, prácticamente todos de la misma generación, cambiaría ahora mismo su equipo por otro. Menos ahora que tienen la OK Plata al alcance de la mano. “Es especial vivir esto desde dentro”, reconoce Miranda. “Ya que me han tratado tan bien, yo ahora intento devolver la moneda desde la pista”, aporta Ricoy. “Para qué me voy a ir si aquí me dan todo lo que quiero”, responde Miguélez. Pero los cinco también coinciden en que lo importante es disfrutar, jugar entre amigos. “Se crean unos vínculos muy fuertes”, apunta Martínez, un sentimiento que comparten sus compañeros aunque ya se hayan marchado, todos menos Buruaga, el único que continua en el colegio. A él y a Santi les queda una espina que quitarse esta temporada, ser campeones de España júnior. El resto siguen esperando su oportunidad en OK Plata, fieles a su estilo, fieles a CDM. “Nuestra seña de identidad es que sacamos jugadores inteligentes, que no solo es correr y chutar”, concluye Buruaga.

Dominicos. ¿Por qué los jugadores de Dominicos tienen ese carácter tan especial? La respuesta está en el patio de La Catedral. Tantos niños, detrás de una sola bola, aprendiendo a moverse en una baldosa y a defenderse. Ahora lo demuestran en OK Plata, de nuevo en categoría nacional, con un equipo al que quitando a Martín Payero, está formado por jugadores de la casa. Algunos ya veteranos, como Peli, Pablo Arias y Jacobo García. Otros a los que se les da la oportunidad. Están asentadísimos Carlos de Ron y Manu Fernández Becerra. Llega poco a poco Iñigo Varela. Y por detrás pisando fuerte ya esperan Hugo Mosquera, que incluso se estrenó como goleador. Y otra generación, los infantiles, en la recámara. “La garra de Dominicos no la tiene ningún club”, proclama Varela. “Ser de Dominicos significa estar hecho de otra pasta, nunca rendirse, estar siempre al pie del cañón”, describe De Ron. “Es un orgullo porque es uno de los mejores clubes gallegos, pero también una responsabilidad”, dice Becerra. Los tres se han dejado la infancia en el patio de ese colegio, innumerables horas desde que se subieron a los patines con 3 años hasta que se tuvieron que marchar. “Es como mi casa. Conozco la pista y te sientes arropado por todos los que forman la entidad”, comenta De Ron. “Juegas con tus amigos”, destacan tanto Becerra como Varela. Del colegio se tuvieron que marchar, pero en el club continuan y continuarán. “Esta es mi casa”, contesta rotundamente Iñigo. “Será muy difícil pero en el futuro...”, abre la puerta Manu. Carlos es más contundente: “Todo el mundo mira al Barça, a Portugal, al Liceo... Pero yo soy muy de lo mío. Siempre quise lograr lo máximo posible con mi club de toda la vida y en eso estamos, despacito y con buena letra”. En Dominicos se crece bajo la leyenda de un equipo que llegó a ganar la Copa del Rey y ellos lo hicieron fijándose en los mayores e intentado ser un día como ellos, que eran su espejo. Becerra y Varela fueron campeones de España alevines y poco a poco fueron llegando hasta el primer equipo. “Ahora lo que quiero es consolidarme”, dice Varela. “Llegar a la OK Liga sería un sueño, es difícil, pero si algo nos enseñan desde pequeños es a no rendirnos hasta el final”, concluye Becerra. “Que la gente sepa que Dominicos sigue existiendo, el equipo de colegio que puede acabar con los más grandes”, añade De Ron.

Liceo. Es un caso un poco especial. Aunque las trayectorias del colegio y del club son inseparables y casi no se puede hablar de uno sin el otro, los objetivos del primer equipo, que lucha por todos los títulos, hacen que el equilibrio entre fichajes y cantera sea complicado de mantener. Esta temporada, por ejemplo, solo Martín Rodríguez cumpliría los requisitos, aunque él se marchó fuera, al Cerceda y al Alcobendas. David Torres, por su parte, coruñés y que pasó por las categorías inferiores, se formó en el Santa María del Mar. El último canterano en triunfar, de hecho, fue César Carballeira. Estuvo en el cole y el club hasta que hace dos años se cambió al Reus, aunque su vuelta parece más cerca que nunca. Con la presencia del filial en la OK Plata, se aprovecha para dar salida a todos esos jugadores de la casa. El abanderado ahí es Dani López, que incluso debutó el año pasado con el primer equipo. “El Liceo es mi casa. Para mí no hay nada más grande que jugar en este equipo”, explica. No se ve fuera porque estar en el club le sirvió para crecer con los grandes campeones verdiblancos como referencia. Además, es una actividad muy ligada al colegio que también le vio crecer en lo físico y como persona. El equipo femenino, que pasa por un proceso de reconstrucción después de unos años en la OK Liga, tiene en el sentido de fidelidad como ejemplo a Noemí Uzal. Poca gente con el corazón tan verdiblanco como el suyo. Primero alumna del centro, después portera del equipo y ahora entrenadora y monitora del colegio. Ya no juega, pero mantiene un sueño en grande para sus niñas: “Ser campeonas de Europa”.

Maristas. El año pasado, cuando el equipo ascendió por primera vez en su historia a la Liga Femenina 2, lo tuvo muy claro. Si se hacían esfuerzos económicos sería para mejorar la situación de las jugadoras que lo habían conseguido, muchas con años de dedicación al club. No para traer a una estrella a la que sostener mientras el resto no recibían nada a cambio. Siguieron fieles a su filosofía. Lo suyo es la formación para que las niñas de hoy sean las mujeres del futuro. De las últimas generaciones Ángela Fernández y María Gorostizu llegaron al primer equipo. La primera ya no está, se mantiene la segunda en un nuevo curso en Primera Nacional. Contra pronóstico. “Yo inicié la temporada con le objetivo de ayudar al equipo de Autonómica para seguir haciendo deporte, pero el entrenador decidió darme la oportunidad y yo me esfuerzo al máximo para intentar ayudar en lo que pueda”, comenta. Reconoce que tener al primer equipo en la elite es un aliciente para las pequeñas. “No nos perdíamos ningún sábado”, recuerda. Y alaba la dedicación del club por hacer lo posible para que, “con trabajo y esfuerzo y un poco de actitud” las jugadoras lleguen arriba. En el colegio, el baloncesto está bien visto. “Los profesores te ayudaban si podían”, dice. Y en los recreos, a la canasta. “Jugar en las pistas de fuera, todos contra todos, chicos y chicas, me hizo más fuerte”, concluye.