El aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio fue el golpe definitivo para el deporte después de un goteo constante de competiciones canceladas durante el mes pasado debido al impacto de la pandemia de coronavirus que golpea a prácticamente todo el planeta. Ninguna disciplina ni ningún campeonato, por mucho pedigrí que tenga, ha estado a salvo de verse comprometido por la enfermedad. El último en caer ha sido Wimbledon, que se ha celebrado de manera ininterrumpida desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esta edición del torneo no se disputará y otros muchos están en el aire debido al impacto de la epidemia.

La primera gran competición que cedió ante la expansión del virus fue la NBA después de que se confirmasen varios positivos entre jugadores. La temporada se interrumpió sin titubeos y casi de inmediato le siguieron una cascada de cancelaciones en otros deportes y campeonatos.

El fútbol, después de los partidos a puerta cerrada en la liga italiana y en la Champions League, decidió también echar el cierre. En España estaban previstos partidos sin público durante el fin de semana que el Gobierno decretó el estado de alarma y el confinamiento de la población en sus hogares, como en el caso del que debía disputar el Deportivo ante el Sporting en Riazor, pero la confirmación de los primeros positivos obligó a la Federación y LaLiga a ordenar un paréntesis en las competiciones.

La medida se repitió en los campeonatos europeos más importantes hasta quedar el fútbol completamente paralizado. Surgió entonces la duda de si se podrían reanudar y adaptar el calendario, pero existía el condicionante de la Eurocopa. A la UEFA no le quedó más remedio que aplazarla al año que viene para dar margen a las ligas de extender las temporadas más allá del 30 de junio y evitar así la tan temida anulación.

La fórmula del aplazamiento es la que están adoptando muchos torneos, como Roland Garros, ante el incierto futuro provocado por la epidemia de coronavirus. También es la que de forma mayoritaria han abrazado las pruebas ciclistas, especialmente golpeadas en el inicio de la primavera por la enfermedad. Carreras tradicionales como las que debían recorrer por estas fechas las carreteras francesas, belgas e italianas (Tour de Flandes, París-Roubaix o Milán-San Remo) se han quedado en el limbo a la espera de que se aclare el panorama en el deporte. También el Giro, que debía arrancar a principios del mes de mayo, está a la espera de definir su futuro mientras el Tour de Francia se debate entre el aplazamiento o correr sin público en las cunetas.

Esa opción, la de disputar las competiciones a puerta cerrada, es la que ha cobrado más fuerza en las últimas semanas en el fútbol. La Premier League inglesa, que no tiene fecha de regreso hasta finales de abril, ya se plantea esa posibilidad para no dar la temporada por perdida y parece que en España se seguirá su ejemplo.

El objetivo tanto de la Federación como de LaLiga es finalizar la competición y decidir sobre el césped el campeón, los ascensos y los descensos. Esa decisión permitiría salvaguardar los contratos televisivos sin perjudicar todavía más las maltrechas economías de los equipos, a pesar de que si se jugara a puerta cerrada se perderían cantidades derivadas de las entradas y los abonos. Mitigar el impacto negativo del coronavirus en la economía es otro objetivo de los clubes, abocados ya en muchos casos a presentar Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE).