Michael Robinson fue el futbolista más honrado que he conocido. Tenía contrato con Osasuna y se lesionó en una rodilla. No había modo de que se recuperara físicamente. Era un delantero fuerte y rematador y tomó la decisión más sorprendente de la historia del fútbol español: pidió la baja, renunció al resto del contrato que tenía firmado porque no podía seguir en el terreno de juego. Michael ha sido el inglés con más fervores por lo español. En broma decía que no hablaba mejor porque ello le podía causar la pérdida de empleo. Soy testigo de los esfuerzos que hizo durante años por mejorar nuestro idioma. Nunca dejó de ser un Erasmus en busca de la perfección idiomática. Y casi lo consiguió.

Mi hermano Jordi, entonces Director General de Televisión Española, lo contrató para los comentarios de partidos. Empezó con la liga inglesa y luego fue expandiendo sus conocimientos y gracias a ello, posteriormente, pasó a CanalPlus. Sus deseos de mejorar el idioma los viví durante mi etapa de director del diario AS. Le contraté una página semanal en la que exponía sus teorías futbolísticas y sus análisis sobre los acontecimientos de la jornada. En esa etapa, cada vez que venía a la redacción, con gran humildad, pedía que se le corrigieran algunas de sus expresiones. Quien había sido campeón de Europa con el Liverpool e internacional por Irlanda, nacionalidad de una de sus abuelas, y se había ganado el cariño de Pamplona, no se presentaba como un ídolo, sino como el niño que desea que le corrijan. Admitía todas las recomendaciones e insistía por su afán de mejora. A Robinson era imposible reprocharle algo porque, en realidad, traía los originales con mayor corrección que algunos redactores de la época.

Cada semana me pedía que le enseñara una palabra más o menos culta para pronunciarla durante la transmisión del partido televisado. En una de sus peticiones el vocablo lo quería para San Mamés donde iba ese domingo. Le dije que llamaría la atención si comentara que si siempre había comido bien en Bilbao "hogaño" había sido mejor que nunca. Tardó muy poco delante del micrófono en soltar la palabra. A su lado hubo quien repreguntó si lo que había dicho era vasco.

Robinson aceptó la sentencia médica de que padecía un melanoma de modo ejemplar. No hizo de ello pretexto para que se le tuviera alguna consideración. No por ello abandonó su buen humor, su manera de ver la vida y sobre todo, el deporte. Hizo en la televisión y la radio programas en los que dio lecciones de sapiencia deportiva y sobre todo, de respeto por cuantos practican alguna disciplina por silenciosa que popularmente que sea. Es más, nos descubrió facetas y personajes en los que jamás habíamos caído.

La última vez que le llamé le dejé en el contestador el mensaje de que de nuevo me solidarizaba con él y que, como yo había hecho, le animaba a seguir luchando. En estos casos siempre recurro al poeta latino Aulo Persio Flaco: " Qui resistit vincit". Lo ha hecho hasta cuanto ha podido. Y con la sonrisa como imagen permanente.