No hay gritos de euforia en la meta porque este debe ser un Tour distinto, apagado al público francés. Tampoco es que haya silencio porque el estruendo de la megafonía lo impide. Que parezca que estamos en julio y con el público aclamando. Lástima de los altavoces, porque, de lo contrario, sin apenas espectadores, se habría escuchado el chillido, entre rabia y felicidad, de Julian Alaphilippe. Él gana, él se viste de amarillo y Francia disfruta. Alaphilippe ha vuelto si es que, confinamiento y coronavirus de por medio, alguna vez se había marchado.

Hoy volverá a vestir camino de Sisteron -a través de la ruta que empleó Napoleón cuando abandonó la isla de Elba- la prenda que más le gusta, el amarillo del Tour. La lucirá por 15ª vez en su vida, feliz, rabioso, incansable, inconformista, exigente, valiente, ciclista de los de antes, de los que se aburre en la clandestinidad del pelotón y ataca en el momento justo. Todo patas arriba. Alaphilippe se va, en compañía de un ciclista joven, de 22 años, de Berna, como Fabian Cancellara, que se llama Marc Hirschi y que dará que hablar. Y de Adam Yates, peligroso como la pólvora, de los que se escapan para ganar. Salvo que Alapahilippe se cruce en su camino.

Gana, grita y mira al cielo. Mira hacia su padre, fallecido en junio. Se le recuerda el año pasado en la salida de Maçon, en compañía del hermano de Julian y en silla de ruedas. Estaba enfermo pero quiso abrazar, cuando estaba permitido, y besar, cuando los corredores no vivían en una burbuja, a su hijo. Y cuando no solo él, sino Francia, comenzaba a soñar con volver a ver a uno de los suyos en lo más alto del podio de los Campos Elíseos, algo que no sucede desde la victoria de Bernard Hinault en 1985.

Ciudadano de Andorra

El confinamiento lo pilló en La Massana. Alaphilippe es uno más entre la cincuentena de ciclistas profesionales que viven en Andorra. Uno más de los que salió a rodar, ya en mayo, en días alternos, subiendo y bajando, una y otra vez el Coll de Ordino, la única montaña -cuando empezó a levantarse la cuarentena- en la que el Govern andorrano permitía entrenar a los profesionales.

Cambió mucho la vida de Alaphilippe este año. De hecho, no solo abrió informativos deportivos en su país, sino que revolucionó a la prensa del corazón al hacerse pública su relación con Marion Rousse. Al sur de los Pirineos, el nombre de Marion tal vez solo suene a los más ilustrados en el noble arte del ciclismo. Pero en Francia, ella, ciclista, modelo y presentadora de televisión, es toda una celebridad y una de las personas que retransmite el Tour. Con su voz ayuda a interpretar lo que pasa en carrera -fue campeona de Francia en el 2012-, realiza entrevistas (aunque no lo hizo a Alaphilippe) y durante 14 años fue pareja de otro ciclista, Tony Gallopin, con triunfos en la ronda francesa, aunque ausente en esta edición.

Buscaba la segunda etapa del Tour la despedida de Niza entre el aburrimiento. No pasaba nada y nadie parecía atacar mientras solo se iba acumulando retraso, como si ningún ciclista quisiera volver a pisar el paseo de los Ingleses. Y fue entonces, a falta de 13 kilómetros, cuando surgió Alaphilippe, cuando, en época normal, se hubiese producido un estruendo en la meta. No se fue solo, como tampoco lo había conseguido hace unas semanas en la única Milán-San Remo que se ha corrido en agosto. Allí lo superó Wout van Aert. En el Tour no podía fallar. En Italia era un invitado. Aquí, uno de los patrones de la carrera. "Estaba siendo un año muy duro, para mí y para todos, en el que no ganaba y donde he sufrido la muerte de mi padre. Por eso he querido dedicarle la victoria". Y hasta llorar y emocionarse.

Seguro que el padre se sentirá orgulloso de su hijo, el que llevó hace un año el jersey amarillo casi hasta las puertas de París, hasta que Egan Bernal atacó con tanta fuerza en los Alpes que el cielo pareció caer sobre la cabeza de todos. Sucedió a falta de dos etapas, tan cerca y tan lejos, camino de Tignes, con los ríos desbordándose e inundándolo todo. Bernal tuvo que parar, pero ya era tarde para Alaphilippe, que había perdido el jersey amarillo, en un día de horrible recuerdo para el público francés. Si Julian fallaba, se confiaba en el ataque de Thibaut Pinot, pero se lesionó, ni podía pedalear, y abandonó. Todos los sueños se esfumaron en pocos kilómetros. Tan cerca, pero tan lejos de París.

Ya hay tres bajas

"Este es mi objetivo. Defender este jersey amarillo y buscar la victoria en el Tour", anunció Alaphilippe tras la victoria. Coraje y fe no le faltan. La misión es difícil. Pero para él no hay nada imposible. Y menos el Tour. Dos días han pasado, entre caídas y montañas, con dos abandonos (Philippe Gilbert y Rafa Valls) y un fuera de control (John Degenkolb). Y, por si fuera poco, ya con corredores, como el velocista Caleb Ewan, a casi media hora del jersey amarillo de Alaphilippe.