Era la final de siempre y se la acabó llevando el conjunto de siempre. Con la seriedad de quien ya sabe lo que hay en juego y el desparpajo de un debutante, el Olympique de Lyon alzó su quinta Champions consecutiva al vencer (1-3) al Wolfsburgo.

Las sensaciones perdidas durante el camino reaparecieron en el momento más oportuno, el mismo que permitió ver a Le Sommer de nuevo en un once titular. La presencia de la francesa fue la mejor forma que tuvo Jean Luc de avisar que venían a por todo. "No pensamos en la historia, hay una final por jugar y venimos a ganarla", decía justo antes del silbido inicial. Así fue.

Las primeras llegadas fueron del campeón francés, que asustó a Abt con un disparo lejano de Kumagai y dos testarazos de Renard, dispuesta a escribir su nombre en la historia con la séptima Champions de sus vitrinas.

No hay quien intimide a este Lyon cuando se pone el traje de apisonadora y empieza a gustarse. Disfrutan de la tensión de los grandes envites y se nota. La rutinaria posesión en campo propio de las alemanas contrastó rápido con las jugadas maradonianas de Cascarino o la contundencia de la zaga francesa. Algo que le faltó al Wolfsburgo, que vio como una incursión de Cascarino servía para que Le Sommer abriera la lata. De un jugadón de Cascarino llegó el segundo tanto del Lyon. Un majestuoso dribling y, tras un par de rechaces, Kumagai amplió la renta con un disparo desde la frontal.

El Wolfsburgo se presentó algo más vivo al segundo tiempo y la insistencia tuvo premio. Después de dos ocasiones de Le Sommer, las alemanas pusieron contra las cuerdas al campeón gracias a una buena jugada colectiva que culminó Popp. El tanto revolucionó al relajado Lyon, le permitió anotar la sentencia de las botas de Gunnarsdóttir y el fútbol volvió a la normalidad, aquella en la que siempre ganan las francesas.