Leo Messi medita; el Barça, espera. Medita, pero quiere irse, aunque no descarta tampoco la posibilidad de quedarse. De momento, no se ha presentado a las pruebas PCR ni a los tres primeros entrenamientos del Barça de Koeman. Medita después de reunirse ayer con Jorge Messi, su padre, quien le trasladó la firme voluntad del presidente Josep Maria Bartomeu de no venderlo bajo ningún concepto, con la amenaza incluso de acudir a los tribunales. Ese peligro asusta a los posibles compradores, sobre todo el City, quien no quiere entrar en litigios legales. Además, fue el jugador quien se puso en contacto con Guardiola, no al revés.

Han sido días frenéticos, repletos de reuniones, primero telemáticas, llenas de tensión al inicio, luego cara a cara coincidiendo con la llegada el pasado miércoles de su padre. El club reaccionó primero con "perplejidad" cuando recibió ese documento legal del delantero por el que se sentía ya desvinculado del Barça.

Cuando aterrizó Jorge Messi en el aeropuerto del Prat, en un vuelo privado procedente de Rosario, aseguró que veía "difícil", una palabra que repitió hasta en tres ocasiones, que su hijo se quedara en el Camp Nou. Dijo difícil, pero no imposible. Tras reunirse con sus asesores legales, el padre del jugador tuvo una cita en las instalaciones del Barça con Bartomeu y Javier Bordas, responsable del área deportiva de la junta.

Pero Jorge Messi no acudió solo a esa cita, que se desarrolló, según fuentes del club, en "un clima de cordialidad", sin alejarse ninguna de las partes de sus ideas. El Barça no se desprendía de Messi. Y Messi se ajustaba al burofax para liquidar su relación con el club, que siempre ha querido que fuera amistosa. Iba Jorge Rodrigo Messi, uno de sus hijos, y Jorge Pecourt, el abogado de Cuatrecases, el bufete que asesora a la familia de Leo. El mismo bufete que también trabajaba para el Barça, despedido de manera fulminante por Bartomeu al enterarse que diseñó el entramado de la salida del astro.

El Barcelona, en cambio, se presentó sin ningún asesor legal ni siquiera con Òscar Grau, el CEO. Eran Bartomeu y Bordas, escenificando ambos que era un problema deportivo y no de carácter jurídico el que discutían en esa decisiva charla de casi dos horas en las instalaciones del Camp Nou.

Tras esa reunión, en la que ni el club ni Jorge Messi hicieron comentario alguno, ayer se celebraron otro par de importantes citas. Pero ninguna tan clave como la visita de Jorge Messi a la casa de su hijo en Castelldefels. La cumbre para decidir el nuevo paso ya con toda la información en la mano (la intransigente postura de Bartomeu y el plan legal concretado), después de que Messi pasara la mañana jugando a pádel con Luis Suárez, cazados por las cámaras de televisión.

Poco más de una hora y media de cónclave entre hijo y padre. O, en realidad, entre estrella y agente para ultimar la respuesta a la actitud de Bartomeu, de quien el jugador sigue considerando que ha incumplido su promesa de dejarlo salir libre cuando se lo pidiera. Se lo dijo en privado, se lo pidió con un burofax y nada. Así se lo reservó hace en el 2017 en el último contrato que firmó con el dirigente, con esa puerta de salida abierta. Pero Bartomeu no desea pasar a la historia como el presidente que vio marchar a Messi. Como le ocurrió tres años antes con Neymar, el prólogo de todo.