En vez de tirarse en el cemento azul nada más ganar el sábado ante Victoria Azarenka su segundo Abierto de Estados Unidos, tercer grande de su carrera a los 22 años, Naomi Osaka fue primero a su silla, luego caminó con calma hasta el centro de la pista Arthur Ashe y entonces se tumbó. "Tantas veces he visto a grandes jugadores colapsar y mirar el cielo...", explicaba después. "Siempre he querido ver lo que veían. Fue un momento increíble". Era otro de esos gestos, cumplimientos de metas y sueños a base de determinación pero bañados en calma y serenidad, a los que ha acostumbrado Osaka, especialmente en las tres últimas semanas en la burbuja de Flushing Meadows, donde ya alcanzó también la final de Cincinnati. Y en Nueva York, donde hace dos años entró en el Olimpo con una incontestable victoria ante Serena Williams a la que dio prórroga con el título en Australia en el 2019, le ha servido para renovar su mensaje.

Su potente tenis y su mentalidad competidora y perfeccionista, tras un bache, son los de una campeona, como demostró de nuevo en la final, conquistada tras ceder el primer set.

De nuevo está la contienda por hacerse con el número uno mundial, pero ahora tiene incluso más armas que antes. "Soy una jugadora más completa, siento que soy más consciente de lo que hago", analizaba ella misma. "He aprendido que en cada partido tengo una oportunidad, y depende de mí aprovecharla o no". La pausa de juego que forzó el coronavirus no solo le dio el apetito renovado de competir. Le facilitó también una oportunidad que no tuvo en su vibrante ascenso: la de frenar y "pensar mucho sobre qué quiero lograr, por qué quiero que me recuerde la gente". Y dejó claro que no es solo por el tenis.

Tras viajar a Minneápolis con su novio, el rapero Cordae, para participar en protestas por el asesinato a manos de la policía de George Floyd, Osaka ha encontrado y aprovechado la fuerza de su voz como activista contra la injusticia racial en EEUU, el país donde vive desde que tiene 3 años, con nacionalidad japonesa y la piel negra heredada de su padre haitiano. Y tanto al extender al tenis en Cincinnati el histórico boicot deportivo por el caso de Jacob Blake como con las siete máscaras con nombres de víctimas negras de la violencia policial y social que lució.

Para la ceremonia del título, según explicó, le dijeron que no llevara la última, en la que lució el nombre de Tamir Rice y ella hizo, según explicó, "lo que dijeron que tenía que hacer". Pero no le hacía falta llevarla. Cuando en la entrevista Tom Rinaldi le preguntó qué mensaje quería lanzar, Osaka le dio la respuesta perfecta. "¿Qué mensaje sacaste tú? Esa es la cuestión. El objetivo es que la gente empiece a hablar". Y lo han hecho