Llegó Luis Suárez hace seis años de manera furtiva, entrando en el Camp Nou sin que nadie lo viera, escondido en un coche, sancionado como estaba por la FIFA por su mordisco a Chiellini. Y se marcha gratis (el Atlético pagará seis millones, pero en variables). Gratis y emocionado, con lágrimas en los ojos, dejando un rastro espectacular de goles y una conexión con Messi, que trasciende más allá de lo futbolístico. Es tan íntima que el capitán se queda solo en un lugar, el Barça, donde ya no quería estar más. Deja huérfano a Messi y sin dueño al nueve. Un drama para el equipo de Koeman y una sensación de soledad para el capitán.

Se marchó llorando con un cuidado discurso, lleno de elegancia, pero dejando mensajes hacia el presidente Bartomeu, a quien no citó en ningún momento. Tampoco "al entrenador", como se refería cada vez que hablaba de Koeman, cuyo nombre no usó. Empezó a hablar y rompió a llorar. No pudo ni articular la primera frase. "Es muy difícil para mí. No tengo nada preparado", admitió bajando la cabeza, incapaz de contener tanta lágrima al verse fuera.

"El club confío en mí en el 2014. Sabía en las condiciones que venía por un error que había cometido", reconoció Suárez, rodeado de los cuatro capitanes: Messi, primera vez que coincidía con Bartomeu tras el burofax, Busquets, Piqué y Sergi Roberto, junto a Jordi Alba, quien tampoco quiso perderse la despedida. Las vacas sagradas. Y en el Auditori 1899 del Camp Nou, donde no había periodistas por la pandemia, estaban Sofía, su mujer, junto a sus tres hijos: Delfina, Benjamín y Lautaro.

En defensa de Leo

Suárez se mordió la lengua. No quiso decir lo que sentía. Prefirió ser elegante en su despedida para no ensuciar la extraordinaria historia de goles que ha construido en el Barça. Bartomeu le dijo que el Camp Nou sería "siempre" su casa y él replicó diciendo que "siempre sería un culé más". Estuvo más diplomático que nunca, consciente de que se le esperaba volcánico e impulsivo. Pues, fue todo lo contrario, revelando, eso sí, su malestar ("se han filtrado cosas que a uno le indignan"). Midió con esmero cada palabra que usaba, pero dejando mensajes.

"Si el club piensa que hasta acá llegó hay que aceptarlo. Igual que si el jugador te pide ya que no estar más contigo igual lo debes aceptar", subrayó Suárez. Hablaba de él. Asume, muy a su pesar, el adiós. Y hablaba también de que el Barça no asumió ni aceptó ni toleró la marcha de Messi amparándose en su contrato. También él tenía un año de contrato y no le sirvió para quedarse.

Dejado el primer y más contundente mensaje, el ya nuevo jugador del Atlético prefirió que los goles (198 en seis años) hablen por él. Y cada día que pase el recuerdo de su legado provocará más nostalgia por mucho que Suárez siga sin entender porque "el entrenador" no le quiso incluir en el nuevo proyecto del Barça. Simeone, en cambio, le recibe con los brazos abiertos. "Cada jugador tiene su despedida. Y me lo tengo que guardar para mí" dijo orgulloso por muchas razones, pero esbozó un par. "Que mis hijos me hayan visto levantar trofeos y jugar al lado del mejor jugador de la historia para mí va a quedar siempre en el recuerdo".

Cuando le preguntaron si tenía algo que reprocharse, Suárez se preguntó a sí mismo. "¿Reprochar algo? ¿Yo? ¿O a...?", dijo mirando con una delatora sonrisa hacia a la silla de Bartomeu, quien dijo que le encantaría hacerle "un partido de homenaje", se respondió a sí mismo el ariete, quien dijo que su gesto hacia el dirigente fue "en tono de broma y que la gente lo agarre como quiera". Broma sí, pero dicho quedó por Suárez.