"Espero que mis jugadores se suelten pronto en ataque", deseaba Sergio García en la previa. Una premonición. Más bien, conocimiento del juego. Para el técnico no era lo mismo afrontar el complicado partido contra el Valladolid con otro oficial a sus espaldas con el que coger ritmo de competición y ajustar el punto de mira que sin él. A eso le añadía la marcha de Blackwell que trastocó todos sus planes. Al final, todo son cúmulos que fueron sumando. O restando. El porcentaje de tiro fue pésimo: 54% de dos, 20% de tres y 45% en tiros libres. Poco se puede decir de una primera parte en la que los naranjas acabaron con 22 puntos y en la que estuvieron diez minutos sin anotar. En condiciones normales un parcial así condena. Si encima es contra el vigente campeón, directamente fulmina. La frustración era máxima. Sergio García acabó peleado con todos, desesperado con la actuación arbitral. Y la puntilla la puso la lesión de Mouha Barro en el tercer cuarto. El Palacio se quebró con sus gritos de dolor. Nada podía salir peor.

Quién lo iba a decir cuando el primer tiro de la temporada, un triple de Osvaldas Matulionis, entró dentro, limpio, como una broma macabra. Monaghan, quizás la única nota positiva de la tarde, con esa chispa característica, enchufó la siguiente. Barro la posterior en una gran jugada individual que le valió un tiro libre adicional (7-5). Falló. Y en ese momento fue como si todo se fundiese a negro. Quedaban ocho minutos y dos segundos para el término del primer cuarto y los naranjas no volvieron a ver la pelota pasar por el aro. Siete triples seguidos fallados colmaron la paciencia de Sergio García, que pidió tiempo muerto con 7-14 en el marcador. El Valladolid no perdonó desde la línea de 6,75. Tres canastas de tres para mandar el duelo al primer descanso con veinte puntos de diferencia (7-27).

Barro acabó con la sequía cuando había pasado un minuto y medio del segundo cuarto (9-29). Los puntos seguían cayendo a cuentagotas. Cada canasta casi era un motivo de celebración. En partidos así, la única salvación es la defensa, pero esta tampoco apretaba, con un Valladolid muy cómodo. La renta subió hasta los 28 puntos (19-47). La sorpresa de la jornada saltaba en el Palacio de los Deportes de Riazor, donde todos los aficionados esperaban una lucha igualada entre dos de los denominados favoritos para estar arriba en la tabla. Una canasta de Dago Peña y un tiro libre de Raffington, que apuntó maneras, pero es que acaba de llegar, maquillaron un poco el resultado al descanso (22-47).

La megafonía intentaba darle al Leyma la banda sonora de la remontada con el Eye of the tiger a su entrada a pista para el tercer cuarto. Pero hasta casi parecía un fenómeno paranormal que el aro repelía hacia fuera todos los tiros naranjas y hacia dentro los del rival, que con un triple volvía a rozar la treintena. Entre Peciukevicius, más agresivo en ataque tras el paso por vestuarios, y Belemene mantuvieron a flote a los de casa. Hasta que ocurrió la desgraciada jugada de la lesión de Barro. ¿Cómo se remonta algo así? Pecius llamó a los suyos en el centro de la pista. Y aunque parezca mentira, el Leyma poco a poco se metió en el partido. Para ganar sí que ya no había nada que hacer. Pero por lo menos se vio algo. Badmus y Belemene, en teoría dos actores secundarios, entonaron el ataque a falta de otro protagonista. Toca remontar. Mejorar. Y cruzar los dedos para que lo de Barro no sea nada grave. Sin Blakcwell y con Thiam lesionado, la pintura quedaría prácticamente huérfana.