En un pabellón con aforo para 4.500 espectadores, con solo cien en las gradas para presenciar el Leyma-Valladolid, la sensación es casi como estar en familia. En un silencio casi sepulcral, se oye cada ruido, las zapatillas en el parqué, la pelota deslizándose por la red de la canasta. Pero también cada golpe. En medio del silencio, eran todavía más desgarradores los desesperados gritos de dolor de Mouha Barro, tendido sobre la pista, sin poder mover sus 205 centímetros -para levantaron hizo falta la intervención de varios de sus compañeros más aguerridos-, agarrado a la rodilla. En el banquillo, sus compañeros se llevaban las manos a la cabeza, hundidos en sus sillas. La imagen de la desolación.

Era poco, pero el público se hizo oír, sobre todo para quejarse de los árbitros. "¿Que sois novios?", le espetó un aficionado al colegiado principal y al entrenador rival cuando ambos intercambiaron unas palabras. Nacho Martín fue otra de las dianas de los gritos desde la grada, aunque el del Valladolid ni se inmutó y solo respondía con más canastas. No solo de fuera llegaban las quejas. También se escuchaba todo lo que se decía en pista. Desde los ánimos incansables de Gustavo Gago, el preparador físico del Leyma, desde el banquillo. "¿Bien, Zach, bien Zach!". Hasta los reproches, de nuevo, a los árbitros. "¡50 pasos ha dado, increíble, 50 pasos!", se quejaba Dago Peña.