Bea Sanz es jugadora y capitana del Maristas, equipo de baloncesto de Liga Femenina 2 (segunda categoría nacional). Con el toque de queda establecido a las 23.00 horas y el cierre de los pabellones a las 22.30, esta semana, de los cuatro días de entrenamiento, únicamente podrá acudir a dos sesiones y para eso, solo un momento al final. Su horario de trabajo le impide salir antes de las diez de la noche los lunes y los miércoles; los martes y los viernes lo hace a las nueve. Su día a día, como el de muchos otros deportistas no profesionales de la ciudad, se divide entre su doble jornada laboral y su compromiso con el equipo. Se levanta sobre las ocho de la mañana y de 10.00 a 12.00 acude a su puesto en Movemento e Saúde, un centro de entrenamiento personal y recuperación en O Burgo. De allí se marcha directa para el colegio Maristas, donde trabaja hasta las cuatro de la tarde. A las cinco, de nuevo, vuelve a la clínica. Hasta las nueve o las diez. Y al salir, después de todo un día ayudando a los demás a ponerse en forma, le toca entrenar a ella.

"Los días que acabo a las diez ya llegaba con el entrenamiento empezado", admite, "pero ahora directamente ya no llego". El pabellón cierra a las 22.30 horas así que cuando sale a las diez, le resulta imposible entrenar. Cuando lo hace a las nueve, todavía puede aprovechar un rato. Esta semana, solo podrá ir dos días. "La suerte es que mis compañeras más o menos todas pueden entrenar antes. Y que jugamos el domingo en Tenerife y el sábado tenemos pista, así que la aprovecharé al máximo", añade. "En el deporte no profesional, la mayoría estamos en la misma situación, en nuestra liga, un 80% de las jugadoras de la categoría. Mis compañeras Tati, que es fisio, Marina, que es enfermera, Euge, Andrea... todas trabajan o estudian. De hecho comparto piso con una de ellas que es estudiante y solo nos vemos entrenando", bromea. "Pero se sacan fuerzas de donde no las hay porque esto es lo nuestro", concluye.

Ella tiene que parar, pero las competiciones no lo harán. Y los equipos, siempre al fondo de la cadena CSD, Comunidades Autónomas, Federaciones y Concellos, tienen otra vez que asumir todos los riesgos y dificultades. Primero fueron los protocolos para la vuelta al trabajo, que cambian casi cada semana, en los que muchas veces los entrenadores tienen que estar más preocupados de tomar temperaturas, vigilar el uso de mascarillas y de mantener la distancia de seguridad además de limpiar que de los aspectos técnicos y tácticos. Después, los test obligatorios cada quince días de la Xunta. Y ahora, el toque de queda. Los pabellones cierran entre las 22.30 y las 22.45 horas, momento en el que la mayoría de los equipos no profesionales empiezan a entrenar por cuestiones de conciliación laboral o de estudios de los jugadores. Los clubs coruñeses intentan reprogramar sus actividades en la medida de lo posible porque los horarios y los pabellones son los que son. Adelantan las sesiones de los grupos sénior, los únicos que tienen competición, en detrimento de la base, otra vez la gran perjudicada. Por eso dicen basta. La nueva gota colma el vaso, aunque muchos de ellos dicen que este ya se había desbordado hace tiempo. Se quejan de su soledad, de que nadie les ofrece soluciones. De la incertidumbre porque ya han pasado cuatro días desde la declaración del estado de alarma sin que ninguna institución se haya pronunciado sobre si habrá condiciones especiales. Con suerte solo será durante quince días. Si la situación se prolonga, mantener las competiciones activas parece prácticamente inviable.

Maristas tiene la suerte de que la pista es propia y puede hacer encaje de bolillos, cuadrar los horarios y adelantar los entrenamientos, con prioridad para el equipo de Liga Femenina 2, aunque suponga compartir cancha y solo disponer de la mitad. En las instalaciones municipales, o las de la Xunta, el cuadrante ya va al límite y es imposible ajustar y cambiar. Los equipos se están apañando como pueden, acortando sesiones para que los jugadores lleguen a las 23.00 horas en punto a sus casas, como el caso del Zalaeta de voleibol y del Dominicos, el Compañía de María y el filial del Liceo de hockey sobre patines. Uno de los más perjudicados es el Distrito Ventorrillo de fútbol sala cuyos entrenamientos son a partir de las diez de la noche y además, tiene jugadores que no viven en la ciudad y que no les da tiempo a regresar a casa antes del toque de queda. Una larga lista de problemas. Y ninguna solución a la vista.