Un Barcelona frustrante. Otro día más. Incapaz como es de ganar tres partidos seguidos en la Liga. Da un paso adelante y luego, de nuevo, dos atrás. No tiene estabilidad. Ni sabe tampoco gobernar los partidos, que enloquecen tanto y tanto que terminan siendo irreconocibles dejándose en cada cita puntos que luego echará, y mucho, de menos. Ni siquiera que Edson Arantes do Messi igualara a O Rei con su tanto 643 con la camiseta del Barça. Ni que Araujo, un central de 21 años, se disfrazara de Luis Suárez para firmar un soberbio golazo y alimentar la esperanza de un equipo que sigue desorientado. Suerte tuvo de que Ter Stegen salvara la derrota.

No aprende el Barça. Y eso con ser grave no es lo peor. El problema auténtico es que se tortura a sí mismo porque cada balón parado es un drama. Poco importa que sea una saque de banda en Cádiz o un córner en el Camp Nou.

El resultado es igual de dramático para un equipo que se convierte en transparente cuando entran en acción las jugadas a balón parado. Así sucedió en el 0-1 de Diakhaby, quien aprovechó el latifundio que dejó la defensa azulgrana en la casa de Ter Stegen. Un error imperdonable. Como imperdonable resultó el juego del Barça porque no tuvo frescura ni fluidez. La densidad defensiva diseñada por Javi Gracia se le atragantó de tal manera que convirtió al Barça en un equipo desagradable, áspero y sin recurso alguno. Parecía estar consumiéndose el conjunto de Koeman con una estructura extraña, manteniendo a Braithwaite como extremo izquierdo, con Messi de falso nueve, teniendo a Pedri por detrás y colocado, de nuevo, Griezmann en la banda derecha Jugó Coutinho. O, al menos, salió en la primera parte. Pero se transformó, de nuevo, en otro jugador invisible.

Y el Valencia, que se sintió cómodo en el área de Jaume Doménech, entendió que tenía el partido en su mano. Ya un disparo previo de Carlos Soler, que tuvo una respuesta en una hermosa, plástica y, sobre todo, valiosa parada de Ter Stegen. El prólogo del desastre defensivo de un Barça que no tenía equilibrio. No había llegado a la media hora y emitía señales de tremenda descomposición, perdonado en un par de ocasiones por un tímido rival. Hasta que llegó el córner donde Diakhaby se tomó un café solo delante de la nariz de Ter Stegen aprovechando la pasividad de Griezmann. Cabeceó para retratar la indolencia azulgrana, que ha recibido cuatro goles de córner.

Noqueado andaba el Barça de Koeman cuando, de nuevo, el meta alemán firmó otra parada que fue, en realidad, un tesoro. Esa intervención al cabezazo de Maxi Gómez dentro del área pequeña tuvo una prodigiosa réplica de Ter Stegen. Era el 0-2. Sí o sí. Pero el portero del Barça se empeñó en desmentir a la realidad. Ya lo había hecho en el tiro lejano de Soler. Y lo repitió después ante Maxi, convirtiéndose en el prólogo de unos minutos enloquecidos que le dieron el empate a los azulgranas. Un penalti, que fue muy discutido por el Valencia, empezó siendo expulsión para Gayà, aunque el colegiado, tras chequearlo con el VAR, le retiró la roja y la cambió por una amarilla. Falló Leo. O paró Doménech. Y el rechace posterior lo terminó cabeceando el propio Messi para igualar a Pelé firmando su gol 643 con el Barça. Una bestialidad.

También resulta incomprensible que el inicio de la segunda mitad fuera igual de malo para el Barça, con Cheryshev fallando la ocasión de su vida. Pero el partido estaba tan loco que ni el gol de Araujo le permitó gobernarlo. De nuevo, otro error defensivo y Maxi Gómez sacaba petróleo. A Koeman no le servía de nada Griezmann, a quien quitó ya con el 2-2. Después, hasta sustituyó a Coutinho. ¿Quién entró? Lenglet. Y apostó, ya de forma desesperada, por un 3-4-3, con los laterales (Dest y Alba) convertidos en extremos. Pero ni así.