Se fue el Barça de Europa. De nuevo, como ya es tradición cada año desde que alcanzó la cima de Berlín-2015. En París, al menos, se despidió con la autoridad que se le pedía a un equipo en pleno proceso de reconstrucción. Tuvo al PSG en sus manos, aunque parezca mentira, transformado Keylor Navas en un portero con superpoderes, tan gigantesco que hasta le paró el penalti a Messi. El penalti que habría cambiado todo. Aunque, en realidad, todo se perdió en el Camp Nou.

No supo qué hacer el PSG. No sabía donde estaba. Ni contra quien jugaba. Y eso que todo lo que le podía ir bien le fue. Sobrevivió a una primera parte celestial del Barça sostenido en las manos y en los pies de Keylor Navas, capaz de parar un penalti a Messi. Pero también resistió porque Lenglet hizo de Lenglet. Cometió una torpeza intolerable en cualquier partido. Y si es de Champions más aún. Hasta 16 remates firmó el atrevido equipo de Koeman, capaz de levantarse en el escenario más delicado con ese cruel 1-4 que traía del Camp Nou.

Así, poco a poco, se iba apagando el Barcelona, que tuvo su momento para conectarse a la remontada cuando Messi disfrutó del penalti en el tiempo añadido de la primera mitad. Ahí terminó todo. Por mucho que se rebelara el ya agotado equipo de Koeman, que se marchó de Europa con la dignidad que no tuvo ante el Roma, Liverpool o Bayern Múnich. De nada sirve ese consuelo, aunque en tiempos de depresión, viniendo de donde venía el Barça, con aquel dramático 2-8 de Lisboa, regresa a casa sin nada que reprocharse. Cayó en su casa, en la ida, donde cosechó un resultado casi imposible pero contra el que peleó. Es lo que se le pedía como consuelo.