Benito Mussolini murió fusilado el 28 de abril de 1945 después de que unos partisanos le detuvieran cuando trataba de huir a Alemania junto a su pareja Clara Petacci, quien corrió la misma suerte y fue ajusticiada junto a Il Duce. Más tarde, sus cadáveres fueron trasladados a Milán y exhibidos en la plaza de Loreto colgados por los pies.

El 26 de diciembre de 1989 Nicolae Ceaucescu, el último dictador europeo, y su esposa Elena fueron acribillados a balazos por un pelotón de ejecución. Los dos sátrapas no tienen solo en común la forma violenta de sus muertes junto a las personas con quienes compartían sus vidas, aunque sea con una diferencia de casi medio siglo.

Ambos se empeñaron en mezclar el rugby con la política y trataron de exhibir los triunfos de sus respectivas selecciones como una imagen de fortaleza y robustez de sus regímenes dictatoriales. Esa demostración de músculo inspirada en la propaganda política servía para acallar críticas y otorgar longevidad a un sistema de poder basado en el ordeno y mando.

Desde Génova

El rugby llegó a Italia, y más concretamente a Génova, a finales del siglo XIX por la gran afluencia de barcos ingleses que atracaban en su puerto. Al principio, su zona de influencia se limitó a las ciudades del norte como Milán o Turín, entre otras, de la mano del hijo de Stefano Bellandi, el hijo de unos migrantes que decidió volver a Italia. Su selección tardó en estrenarse. Lo hizo en 1929, esto es, en el considerado “Año VII” de la era fascista y, por cierto, perdió en Barcelona frente a España (9-0). El escudo que por entonces lucían los italianos era el de la casa de Saboya y no el actual.

Toda dictadura que se precie tiene como primer objetivo deformar la realidad para hacerla creíble. Así, en el caso del rugby, a Il Duce se le ocurrió rebautizar el nombre de un deporte inventado por el “enemigo” inglés para llamarlo palla ovale (pelota ovalada) y, de paso, sacarse de la manga que era la evolución de un juego practicado en el año 43 (d. de C.) por legionarios y reclutas romanos en Britania llamado harpastum. En síntesis, consistía en que los jugadores tenían que llevar una pelota en la mano al otro extremo de un campo triangular utilizando toda la violencia que consideraran necesaria. Eso sí, sin matar al rival.

Propaganda

La expansión de la ideología fascista se basaba, en parte, en la difusión masiva de las prácticas deportivas dentro de la sociedad italiana. Ello, con el objetivo de utilizar el deporte como un instrumento de propaganda que sirviera, a su vez, como una herramienta útil para visualizar y potenciar los éxitos políticos del régimen inspirados en las virtudes morales y atléticas del nuevo hombre fascista. Como altavoz a ese ideario se creó de forma exclusiva para el rugby el Comitato de Propaganda.

Y es que una de las señas de identidad de Mussolini en sus años de mandato fue la de no poner obstáculo alguno a la hora de dejarse fotografiar y mostrarse en público en poses deportivas. Durante las dos décadas de fascismo en Italia el rugby pasó por distintas fases de acogida. Los primeros años tuvo un aumento significativo de practicantes hasta que sufrió un parón. Fue entonces cuando Mussolini quiso recurrir, sin éxito, a la volata, un deporte nativo que era una especie de híbrido entre el fútbol y el balonmano y considerado “como el más italiano de los deportes.

Deporte "de combate"

Aquello no cuajó y los deportes anglosajones resurgieron de sus cenizas. A partir de 1933 Mussolini volvió a apostar por el rugby como un elemento ideal para crear hombres fuertes capaces de pelear en un conflicto armado. Dicho de otra manera, creyó ver en el deporte importado de Inglaterra como un laboratorio de pruebas para moldear a deportistas y convertirlos en poderosos guerreros a quienes enviar al frente para defender el honor de un país. Los mensajes de los máximos dirigentes fascistas eran inequívocos. El que fuera presidente del Comité Olímpico Italiano, Achile Starace, llegó a proclamar que “el rugby es un deporte de combate, que debe practicarse y difundirse ampliamente entre la juventud fascista”.

Cataluña-Italia

Otro hombre fuerte del régimen, como el periodista Marco Ferreti, tuvo mucha influencia en el desarrollo del rugby desde las páginas del Corriere della Sera. Su ideología fascista le hizo poner por escrito que se trataba de un deporte “ideal” que “hace al individuo firme y templado para la batalla”. De aquella época datan dos históricos partido entre Cataluña e Italia. El primero, celebrado el 14 de abril de 1934 en el campo de Les Corts de Barcelona ante 25.000 espectadores, se saldó con un empate a cinco en el marcador.

Un día antes, dentro de los actos organizados para conmemorar el tercer aniversario de la República, los italianos fueron recibidos en el Palacio de la Generalitat por Lluís Companys y más tarde depositaron un ramo de flores en la tumba de Francesc Maciá. En el segundo, partido celebrado en el Luiggi Ferrara de Génova, los catalanes perdieron 5-3.

Liga nacional

A esta desmedida propaganda de Mussolini contribuyó también el nacimiento en 1927 de la Ópera Nacional del Balilla, un centro donde se recuperó el concepto grecorromano de educación física saludable vinculada al ejercicio intelectual y donde también se inculcaba a los jóvenes los conceptos de disciplina militar como el obligado saludo a sus superiores. Recibían al mismo tiempo educación paramilitar con el fin de estar preparado para la guerra y poder alistarse al ejército casi de forma inmediata. Un año más tarde dio comienzo la liga de rugby con 16 equipos, la mayoría del norte, pero también de ciudades del sur como Nápoles.

Con estos mimbres, las organizaciones juveniles formaron equipos de rugby que disputaron partidos hasta ya comenzada la II Guerra Mundial. De hecho, su actividad continuó hasta 1943 y el último partido de la selección se remonta a 1942. Entre estas organizaciones estaban la denominada Juventud Italiana del Littorio, promovida por el Partido Nacional Fascista en sustitución de la Opera Nacional de Balilla, o los Grupos Universitarios Fascistas.

Camisas negras

Al término de la contienda el rugby, como todo lo que destilaba olor al régimen fascista, pasó durante muchos años al ostracismo. Tanta labor de propaganda jugó en su contra y comenzó a ser visto como deporte violento donde sus señas de identidad, como fuerza y coraje, se transformaron en elementos disuasorios para la práctica de un deporte vinculado ya sin remedio a los camisas negras. Tuvo que ser un comunista como Walter Veltroni, ex ministro por los Bienes y la Actividades Culturales de Romano Prodi, quien en 1997 apostara por borrar las connotaciones fascistas del rugby en Italia.

Pero hay heridas que tardan en cicatrizar, o que no lo hacen nunca. Con ocasión de la presentación del equipo italiano que iba a disputar el torneo VI Naciones de 2015, al presidente de la Federación Italiana de Rugby, Alfredo Gavazzi, no se le ocurrió una idea mejor que posar delante del mural pintado en 1928 por Luigi Montanarini titulado “Apología del fascismo”. La prensa le dio collejas hasta hartarse por su imprudencia y falta de sensibilidad.

Rumanía

Nicolae Ceaucescu no trató de impulsar el rugby a su llegada al poder en 1967, sino que se aprovechó de los éxitos conseguidos hasta entonces para abanderar y hacer suyos los valores de una disciplina deportiva en la que Rumanía había obtenido una medalla en los Juegos Olímpicos de París (1924). Fue uno de sus instrumentos para aferrarse al poder con uñas y dientes. Antes, la selección ya había conseguido batir en 1960 a la todopoderosa Francia y, claro, los altavoces mediáticos que tuvo aquella gesta no pasaron desapercibidos al entonces aspirante a dictador.

La magia de la propaganda del rugby le sirvió para sacar pecho ante los suyos porque dirigía un país aislado a nivel internacional. No tenía relaciones diplomáticas con las naciones del bloque democrático debido al llamado “Telón de acero” y, al mismo tiempo, osaba desafiar a los líderes comunistas de Moscú. Esa aparente neutralidad hizo que Rumania fuera el único país de la órbita soviética que acudiera a los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984.

El rugby había llegado a Rumanía de la mano de jugadores franceses en 1913, esto es, cinco años antes que el nacimiento de Ceaucescu, con la creación de Stadiul Roman de Bucarest. Poco a poco se enfrentaron a rivales de cierto nivel a los que plantaban cara y ya en la década de los cincuenta, gracias a entrenadores autóctonos formados en Francia, empezaron a emitir señales de que en un futuro próximo podían empezar a dar algún disgusto.

12.000 licencias

La implantación del rugby durante la época del tirano llegó a tal punto que en 1980 su federación llegó a tener más de 12.000 jugadores con licencia repartidos en 110 equipos por todo el país. Para entonces, The Oaks (Los Robles) ya habían cumplido antes con creces los augurios positivos que se presagiaban en el pasado. Llegaron a vencer a selecciones como Escocia, Gales, Francia, Argentina o Italia. Empataron en Dublín contra Irlanda y perdieron por escaso margen contra Inglaterra (22-15) y los All Blacks (14-6). Este último partido sembró ciertas dudas sobre el arbitraje ya que a los rumanos les anularon dos ensayos.

Con dinero es más fácil conseguir objetivos, y eso Ceaucescu lo sabía. Así que ordenó reclutar a los mejores jugadores del país para que se enrolaran en el mítico Steaua de Bucarest, el equipo del ejército. Escogió a los más duros, tipos probablemente sin ninguna afinidad con el régimen, pero que bien amaban el rugby o bien el dinero, y casi seguro que en orden inverso.

Asesinatos

Algunos de ellos formaron parte de su guarda pretoriana y también los tenía asignados a su equipo de seguridad. Y eso lo sabía el pueblo. Por eso seis jugadores de la selección, todos ellos militares, fueron asesinados tras el fusilamiento del dictador. Otra de esas víctimas fue el ex capitán de Los Robles, Florica Murrariu, un flanker con 70 internacionalidades que logró dos ensayos contra Escocia en la copa del Mundo de 1987.

La revista Prosport recuerda que la leyenda del rugby rumano tenía 34 años cuando la Nochebuena de 1989 le ordenaron que se presentara a la mayor brevedad posible en la unidad del ejército a la que pertenecía. En concreto, le citaron a las nueve de la mañana de un día tan señalado. Murrariu paseaba por el Drumul Taberei Boulevard, uno de los barrios más populosos de Bucarest, cuando le dieron el alto unos soldados que viajaban a bordo de un vehículo de combate anfibio conocido como TAB.

La prensa de la época relató que cuando el ex capitán de Los Robles fue a coger su abrigo, un soldado le disparó una sola bala que acabó con su vida. Años después se supo que bajo aquel abrigo vestía una chaqueta vaquera y que bajo aquella chaqueta lucía la camiseta de rugby de Zimbabwe.

El V Naciones

Durante la época dorada del rugby rumano, que coincidió con los 27 años de tiranía ejercida por Ceaucescu, siempre hubo rumores sobre su posible inclusión en el entonces denominado torneo de las V Naciones. Pero solo fueron eso, rumores. Cuentan las malas lenguas que los rumanos rechazaron la oferta porque la competición se celebraba en las fechas en que su rumana hacía la parada invernal.

Fuera cierto o no, los hechos demuestran que, tras la muerte del dictador, los éxitos del rugby pasaron a ser un bonito recuerdo para los más nostálgicos. Los mandatarios rumanos que sucedieron a Ceaucescu dejaron de subvencionar a los jugadores de la selección y muchos de ellos emigraron a otros países. El país ya no estaba aislado y la crisis económica hacía estragos. Esos dos factores influyeron, y mucho, para que los aficionados rumanos al rugby echen ahora de menos los tiempos dorados de una selección a quien se le augura una larga travesía por el desierto.