Casi han pasado veinte años desde la final del Mundial de atletismo de París en 2003. Un espectáculo gigantesco que tenía la final de los 5.000 metros como uno de sus momentos cumbre. Allí se veían las caras Hicham El Guerrouj, que había conseguido el oro en los 1.500 metros, y Kenenisa Bekele, que venía de hacer lo propio en los 10.000 metros. Su esperado encuentro, el desempate soñado, se producía a medio camino de ambos, en los cinco kilómetros. Un cara a cara de leyenda que encontró un protagonista inesperado. Porque allí, en medio de la foto del agónico final, entre las dos leyendas de su tiempo, se coló un keniano de 18 años al que nadie esperaba para conquistar la medalla de oro. Se llamaba Eliud Kipchoge y aquella tarde en París, entre del desconcierto general, nadie podía imaginar la magnitud que alcanzaría aquel muchacho hoy convertido en la mayor leyenda que ha dado el maratón en toda su historia.

Kipchoge tiene ahora 37 años. Su cuerpo apenas ha cambiado desde entonces; tampoco su ambición. Solo la frecuencia de zancada. Ayer hizo oficial lo que casi todo el mundo intuía. Que en su palmarés interminable aún guarda un espacio para el “más difícil todavía”, un particular Everest que tratará de ascender dentro de algo más de dos años. Porque el keniano confirmó que sus planes pasan por conseguir en París —la misma ciudad en la que comenzó a escribir su leyenda— su tercer oro olímpico en maratón y convertirse en el primer atleta en la historia en conseguir semejante locura. Solo Abebe Bikila (descalzo en Roma 60 y calzado en Tokio 64) y Waldemar Cierpinski (Montreal 76 y Moscú 80) fueron capaces de encadenar dos oros olímpicos en la prueba más salvaje del atletismo. Kipchoge está con ellos (y eso sin contar que tiene un bronce en Atenas 2004 y una plata en Pekín 2008 en los 5.000), pero buscará en Francia llegar a ese territorio sin explorar. El anuncio de Kipchoge tiene su importancia porque toda su planificación de los próximos dos años irá encaminada a ese objetivo. Eso posiblemente le obligará a aparcar muchas otras aventuras con la idea de limitar el desgaste. Pero resulta comprensible teniendo en cuenta que el keniano disputará la final de París en 2024 con casi cuarenta años de edad.

Es el suyo un desafío a la historia, pero también a la naturaleza del ser humano. Una tarea como ésa posiblemente le llevará a descartar algún intento de rebajar el récord del mundo que él mismo posee (2.01.39 en Berlín) o tal vez apartarse de la idea de conseguir alguno de los majors que faltan en su palmarés (tiene pendientes Boston, Tokio y Nueva York). Con tan pocos maratones por delante, el keniano tiene que ser muy selectivo si quiere llegar a París en condiciones de descabalgar con cuarenta años a la colección de jóvenes insolentes que han ido apareciendo en la distancia y que sueñan con destronar al más grande. Kipchoge antepone la cita parisina a todo convencido de que está ante una misión única: “Todavía quiero correr y quiero ser el primer humano en correr y ganar tres Juegos consecutivos. Mi principal motivación es inspirar al mundo entero y creo que el siguiente paso es el amor por el deporte, hacer que el mundo corra”, aseguró ayer.

En Kipchoge se mezclan dos atletas. Por un lado el espartano que vive en un régimen casi monacal en el altiplano, en el campamento de Kaptagat donde se levanta a las cinco de la mañana para entrenar, donde sus medallas y récords no sirven de nada y donde comparte las tareas de limpieza con los jóvenes que dan sus primeras zancadas en el atletismo. Alejado de cualquier lujo, de su familia (a la que apenas ve durante la semana) y de cualquier detalle que recuerde que es uno de los atletas mejor pagados de la historia y a quien los grandes maratones del mundo ofrecen cheques en blanco para tenerle en la línea de salida. Y por otro lado está el Kipchoge símbolo de la innovación y del progreso.

El hombre sistemáticamente unido a los avances que firmas como Nike, su patrocinador deportivo, han ido trayendo al atletismo o el que traza una estrategia de innovación en su deporte con Ineos. De manos de la firma química británica —con presencia cada vez más notable en deportes siempre unidos al desarrollo tecnológico como la fórmula uno, el ciclismo o la vela— Kipchoge firmó uno de los grandes episodios de su carrera. Aquel maratón en Viena prefabricado en el que fue capaz de completar los 42 kilómetros y 195 metros en menos de dos horas. Una barrera legendaria que caía aunque no tuviese validez legal por las condiciones en las que se consiguió. Un experimento pensado para la publicidad y el desarrollo tecnológico que sin embargo resultó muy lucrativo para el atleta. Muchos de esos proyectos quedarán ahora aparcados porque Kipchoge y su equipo diseñarán los treinta próximos meses en función de lo que sea mejor para llegar a París 2024 en plenitud.

Por el camino se quedarán tentativas de récord del mundo y más de un objetivo atractivo. Pero el keniano ha elegido cuál quiere que sea el logro con el que la gente le identifique en el futuro. En su cabeza intuye que el récord del mundo, tarde o temprano, acabará por caer. Es la naturaleza del deporte, del atletismo y mucho más ahora que el desarrollo tecnológico ha permitido correr mejor y más rápido. Pero Kipchoge tiene claro que tres oros olímpicos en maratón es algo a lo que nadie tendrá acceso en el futuro. Un dominio tan abrumador en más de una década en la carrera más dura y la que penaliza cualquier pequeño problema.

Por eso ahora mismo todo son cábalas sobre cuáles van a ser sus siguientes pasos. Él mismo lo confesaba ayer. Y eso sin considerar la influencia que una pandemia como la actual puede tener en cualquier plan. El keniano solo anunció, como es natural, que correrá esta primavera, pero hasta dentro de tres semanas no podrá conocerse en qué lugar se producirá su reencuentro con la distancia en la que ha ganado quince de los diecisiete maratones en los que ha participado. De hecho, tampoco es seguro que en verano se aventure a correr en el Mundial de maratón que se disputa en Eugene (Oregón) y que también entraba en su lista de posibles objetivos a corto plazo. Pero hasta París le quedan apenas cinco maratones más y todo tiene que ir muy controlado y medido. Cualquier esfuerzo extra tendrá su efecto de cara al día en que Kipchoge ha decidido llegar a un planeta que nadie más será capaz de alcanzar. Faltan treinta excitantes meses hasta entonces. Y Kipchoge solo quiere envejecer despacio durante este tiempo. Luego será el momento de descansar.