Tadej Pogacar evoca ciclismo, pero ciclismo de altura y escribiendo páginas en el mejor libro de este deporte. Ya marca una época, la de los chicos que quieren triunfar y triunfan cuando todavía tienen cara de niño, casi sin barba que afeitarse, con granos que describen aún una reciente etapa de adolescencia todavía no olvidada. Pero las piernas, las de Pogacar sobre todo, son capaces de realizar proezas como la de este sábado, cuando el dos veces ganador del Tour, el ciclista que suma por victorias las carreras que ha corrido en 2022, el que no tiene límites y el mejor entre los mejores, pone tierra de por medio, y nunca mejor dicho en una prueba como la Strade Bianche que enamora por sus tramos sin asfaltar, a 49 kilómetros de la meta para ganar en solitario una clásica joven como él pero que encandila y se convierte en el 'Infierno del Sur'. Pogacar gana lo que quiere, cuando quiere y en el terreno que quiere. En el ciclismo del siglo XXI ya no valen los campeones que se resguardaban todo el año, que se olvidaban sobre todo de carreras de un día, y que se pasaban media temporada pensando en el Tour, medio año entrenando, escondidos para esperar el primer instante clave de la ronda francesa para surgir del pelotón y saludar a los rivales anunciando que querían llegar de amarillo a París.

En cambio, él, a los 23 años, es de la escuela de Eddy Merckx, de los que ganan a principio, a mitad y a final de la temporada. Ya lo hizo el año pasado. Comenzó, como ahora, venciendo en el Tour de los Emiratos. Dio luego una lección de ciclismo en la Tirreno Adriático, que comienza el lunes, se impuso en la Lieja-Bastoña-Lieja, antes del descanso previo a la ronda francesa y terminó el año con victoria en el mes de octubre en Lombardia. En medio, solo pudo colgarse la medalla de bronce en los Juegos de Tokio porque se fue a Japón desde París todavía no recuperado del esfuerzo por el Tour.

Caída de Alaphilippe

La Strade Bianche es una carrera que va creciendo, que busca el reconocimiento, todavía como aspirante, de ser denominada un día como el 'monumento' ciclista del que forman parte, entre otros, el Tour de Flandes o la París-Roubaix, pero que encandila viendo el esfuerzo de los corredores en los tramos más duros de los sectores con la bellísima tierra blanca de Toscana, el denominado 'sterrato' y que configura la esencia de esta carrera.

Y en uno de esos tramos, cuando aceleró Julian Alaphilippe, que se había dado un duro trompazo kilómetros antesPogacar atacó para decir "muy buenas aquí estoy yo" y con 49 kilómetros por delante buscar el contacto con la histórica plaza del Campo de Siena donde acababa la carrera.

Valverde y Pello Bilbao

Pogacar ya se veía ganador sin que nadie pudiera responderle. Si acaso, un prometedor e ilusionante Carlos Rodríguez, 21 años, la joya de Almuñécar que corre en el Ineos, lo intentó con una valentía digna de reconocimiento y con pedaladas que miran hacia el futuro. Solventado ese trámite, el corredor esloveno ya solo tenía ante sí un escenario para volver a triunfar y para demostrar que nadie, absolutamente nadie, puede con su furia digna del siglo pasado, la misma que inspiró a Merckx y la que lo impulsa a ganar el Tour y todo lo que se plantee.

Mención especial, como siempre, un incombustible Alejandro Valverde, que atacó al grupo en la fase final de la carrera para perseguir Pogacar y anotar a sus casi 42 años una meritoria segundra plaza, un podio más en su carrera deportiva, a la estela de un ciclista 18 años más joven que él. Pello Bilbao fue quinto.