Para el aficionado de cualquier equipo elegible para la Superliga, la gloria solo existe en forma de grandes triunfos continentales. Es lógico y asumible, pero no hay nada parecido a celebrar un ascenso y una permanencia en la última jornada de LaLigaEsto se lo dice, estimado lector, alguien que ha experimentado esta sensación durante tres años consecutivos. 

Después de 38 jornadas tenemos la suficiente confianza mutua para confesar la transformación de un nudo en la garganta en una explosión incomprensible de vítores y gritos. “Pero, ¿este qué celebra?”, he escuchado más de una vez, sin entender que evitar la muerte es uno de los mayores placeres futbolísticos. Es un privilegio mucho más descentralizado que los títulos y un horror, para el que desciende, mucho más doloroso que cualquier subcampeonato. El Granada lo experimentó en carne propia. Se sumó al Alavés y Levante en la lista de caídos a Segunda.

El conjunto nazarí era el que mejor lo tenía. Jugaba en casa y ante un rival en barrena. Jorge Molina, el flotador de este equipo en una temporada de ahogos continuos, falló un penalti clave contra el Espanyol (0-0). El Mallorca y el Cádiz ganaron a domicilio sus encuentros ante Osasuna (0-2) y Alavés (0-1), no sin su debido sufrimiento. Para los aficionados gaditanos fue una explosión de júbilo. Eran los únicos que no dependían de sí mismos. El Granada pasa de vivir una aventura europea a caer al pozo de Segunda. El fútbol es un carrusel de emociones cuando se juega fuera de las grandes vías, propulsadas solo por delirantes fichajes y títulos de aquí y de allá.

Por su parte, el Villarreal retuvo la plaza de Conference, la última que estaba en juego, tras vencer a un lánguido Barça en el Camp Nou (0-2). Desde 2006 un subcampeón no sacaba tan pocos puntos: fue el propio conjunto azulgrana, que perdió LaLiga contra el Real Madrid por el golaveraje.

No presionó el Athletic, que perdió en el Sánchez Pizjuán (1-0) por culpa de un gol de Rafa Mir que igualmente dejó al Sevilla cuarto. El Atlético defendió la tercera plaza tras vencer a la Real Sociedad (1-2) con goles de Rodrigo de Paul y de Correa. Guridi puso algo de tensión al final. Aunque todo se mantuvo en una franja final a deshora, que empezó a las 22:00. Fueron más importantes las despedidas: Luis Suárez o Hermoso en el Atlético, además de las múltiples que se prevén en la limpia del Barça.

AL DESCANSO SIN GOLES

El trío de partidos decisivos por la permanencia empezó a las 20:00 horas y llegó al descanso sin goles. El Cádiz era el primero que estaba obligado a mover ficha ante un Alavés ya descendido. Un duelo enrarecido por la decisión de la directiva albiazul para hacer inaccesibles las entradas a los aficionados amarillos. El motivo: “No generar más dolor en nuestra afición”. De chirigota. Se preocuparon de parchear la dignidad los jugadores locales. Se aprovecharon de los nervios del cuadro de Sergio González, que no dispuso de ocasiones claras. 

La actitud fue semejante en los otros campos con la salvación en juego. Únicamente el Granada, durante los primeros 15 minutos, tomó el mando de la situación contra un Espanyol a priori cadavérico. Con un interino en el banquillo, Luis Blanco, y el deseo de estrenar el álbum de la nueva temporada. El plan de Karanka se desequilibró con la lesión de Luis Milla, su jugador franquicia. Tuvo que ser reemplazado por Eteki. Los nazarís, conscientes del marcador temporal a favor, se perdieron entre los pases del rival para desazón de un Nuevo Lós Cármenes abarrotado. Parecía el avance de lo que después sucedió.

En el Sadar, el Mallorca se encontró con un competitivo Osasuna. Comprensible dentro de la genética rojilla. Budimir sacó de sus casillas al equipo de Javier Aguirre, con Manolo Reina a la cabeza. El ariete bosnio las tuvo de todos los colores: de remate cruzado, a la media vuelta… La más clara de los bermellones fue del eterno Salva Sevilla, con una rosca que hizo llevarse las manos a la cabeza a los aficionados desplazados. Si en la penúltima jornada el Mallorca fue el último en golpear, con un tanto de Abdón Prats en el 92 que le sacaba del descenso, en el lance final se puso por delante para armar la gran revolución. 

Al conjunto balear le benefició estar desde el principio en un intercambio de golpes. Nunca se desactivó y en el 48 encontró la puerta hacia el gol. Fue con una gran jugada que hilvanaron Muriqi y Ángel, que se plantó delante de Sergio Herrera. No falló el delantero ratonero. Pero Budimir y Osasuna se empeñaron en sumir al Mallorca en un mar de diazepam. En Mendizorroza, el Cádiz subió una marcha a la desesperada. Un gol enviaba al Granada a Segunda. Los rojiblancos lo sabían. Les hizo efecto, pero para mal. En Los Cármenes no daban crédito, cuando hace dos semanas parecían salvados. 

PENA ‘MAXIMÍSIMA’ EN GRANADA

Parecía que el Cádiz iba a marcar, aunque solo fuera por insistencia. Entonces, llegó un penalti que pudo cambiarlo todo. Pena máxima a favor del Granada. Uzuni, con una temporada en LaLiga y 26 años, cogió el balón. Luis Suárez, el especialista, estaba en el banquillo tras ser sustituido. ¿Iba a poner su vida en juego? No le dejaron. Asumió la responsabilidad Jorge Molina, 40 años, tropecientos goles y mil experiencias vividas. Paso atrás. Mente en blanco. Otro paso atrás. Avance. Golpeo. Y fuera… El máximo goleador del Granada le pegó fatal en el peor momento posible. 

Se bebió sus lágrimas el Cádiz. El Choco Lozano hizo aún mayor el dolor del rival y acertó a rematar un centro lateral de Iza. Con ese tanto, los amarillos estaban salvados. ¿Toda la responsabilidad estaba en manos del Granada? En esta lucha por la vida, todo depende de todo. El Pacha Espino estuvo a punto de cometer una pena máxima que le habría condenado de por vida. La revisión del VAR indultó al zaguero. El Mallorca hizo el segundo. Toda la responsabilidad estaba en Los Cármenes. Quisieron, pero no pudieron. El equipo que más fácil lo tenía al principio de la jornada estaba muerto. Destripado por completo. Es imposible no empatizar con el mar de lágrimas de una afición que hace trece meses estaba jugando los cuartos de final de la Europa League contra el Manchester.

“NO SE JUEGA NADA”

Estas últimas semanas se ha escuchado con insistencia el soniquete del “este equipo no se juega nada”. Una tremenda falsedad. Un equipo ya descendido como el Levante venció al Rayo en Vallecas (2-4) como diciendo que habrían podido sin tirar un par de meses de competición. “Nos propusimos dar la cara y sacar el orgullo”, dijo Roger, autor de uno de los goles granotas en un campo que siempre tiene motivos para celebrar. La franja agradeció a sus jugadores poder presumir en Navidad de estar en Champions, soñar con una final de Copa y recompensó la renovación de Iraola. 

La continuidad en un club es igualmente un motivo de celebración. Que se lo digan al Real Madrid, que, antes de la distorsión del rechazo de Mbappé, empató sin goles (0-0) frente al Betis en el partido de campeones. El de LaLiga recibió al de Copa y se hicieron un doble pasillo por los títulos conseguidos. El triunfo verdiblanco en Sevilla es imborrable y ha terminado en forma de tatuaje en la piel de los jugadores. E igual de necesario fue el baño de masas blanco tras vender el campeonato nacional. Una conjura que unió aún más a los madridistas, reafirmados en su orgullo tras la negativa de aún más jugador del PSG.

Pero no hay mayor respeto que el propio. Eso es algo que ha entendido a la perfección el valencianismo, echándose a la calle para protestar contra la gestión de Peter Lim. El conjunto che consiguió la victoria más amarga ante el Celta en un Mestalla desangelado (2-0). Una derrota social para uno de los equipos históricos de esta LaLiga, que, con sus virtudes y defectos, hemos destripado desde este espacio. 

Con la clara idea federalista de que cada campo y club merecen unas líneas. Sintiendo que el fútbol es el más popular de los deportes por su diversidad y por los sentimientos tan distintos que provoca. Algo que los macroproyectos y las competiciones cerradas no entienden. Sin ascensos, sin descensos, sin pena, solo con gloria audiovisual. Muy difícil de entender en un deporte centenario y tremendamente emocional.